"ALEGRAOS DE QUE VUESTROS NOMBRES ESTÉN ESCRITOS EN EL CIELO" (Lc 10,20)
Comentario de San Juan Casiano (c. 360-435), fundador de la Abadía de Marsella
Conferencias VII-IX, Los carismas divinos
La humildad es la madre de todas las virtudes, el fundamento inquebrantable del edificio celestial, el don propio y magnífico del Salvador. El que no busca imitar al manso Señor en la sublimidad de sus prodigios sino en la virtud de la paciencia y la humildad, sin peligro de envanecerse, podrá hacer todos los milagros que el Señor ha realizado. (…),
Si se hace un prodigio en nuestra presencia, no es lo maravilloso de los signos que hace a su autor estimable a nuestros ojos, sino la belleza de su vida. No es el saber si los demonios la son sumisos que debemos preguntarnos, sino si posee la caridad que el Apóstol proclama. Por eso, es un mayor milagro extirpar de la propia carne el foco de la lujuria, que expulsar los espíritus inmundos del cuerpo de alguien. Es un signo más magnífico, contener los movimientos salvajes de la cólera con la virtud de la paciencia, que comandar a las potencias del aire. Es más grande excluir del propio corazón las mordidas devoradoras de la tristeza, que alejar las enfermedades y fiebres corporales de otros. Finalmente, es a justo título, una virtud más noble y progreso más sublime curar las languideces de su propia alma, que las del cuerpo del otro.
Cuanto más el alma está elevada por sobre la carne, más se prefiere su salvación. Más su sustancia va adelante por su excelencia y valor, más grave y funesta será su ruina. Acerca de las sanaciones corporales, es dicho al bienaventurado Apóstol: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20). No eran sus poderes que realizaban esos prodigios, sino la virtud del Nombre que ellos invocaban. Por eso, se les advierte de no reivindicar ni beatitud ni gloria por lo que sólo se realizaba por el poder y virtud de Dios. Sus nombres meritaban estar inscriptos en el cielo, únicamente por la pureza íntima de sus vidas y sus corazones.
Comentario de San Juan Casiano (c. 360-435), fundador de la Abadía de Marsella
Conferencias VII-IX, Los carismas divinos
La humildad es la madre de todas las virtudes, el fundamento inquebrantable del edificio celestial, el don propio y magnífico del Salvador. El que no busca imitar al manso Señor en la sublimidad de sus prodigios sino en la virtud de la paciencia y la humildad, sin peligro de envanecerse, podrá hacer todos los milagros que el Señor ha realizado. (…),
Si se hace un prodigio en nuestra presencia, no es lo maravilloso de los signos que hace a su autor estimable a nuestros ojos, sino la belleza de su vida. No es el saber si los demonios la son sumisos que debemos preguntarnos, sino si posee la caridad que el Apóstol proclama. Por eso, es un mayor milagro extirpar de la propia carne el foco de la lujuria, que expulsar los espíritus inmundos del cuerpo de alguien. Es un signo más magnífico, contener los movimientos salvajes de la cólera con la virtud de la paciencia, que comandar a las potencias del aire. Es más grande excluir del propio corazón las mordidas devoradoras de la tristeza, que alejar las enfermedades y fiebres corporales de otros. Finalmente, es a justo título, una virtud más noble y progreso más sublime curar las languideces de su propia alma, que las del cuerpo del otro.
Cuanto más el alma está elevada por sobre la carne, más se prefiere su salvación. Más su sustancia va adelante por su excelencia y valor, más grave y funesta será su ruina. Acerca de las sanaciones corporales, es dicho al bienaventurado Apóstol: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20). No eran sus poderes que realizaban esos prodigios, sino la virtud del Nombre que ellos invocaban. Por eso, se les advierte de no reivindicar ni beatitud ni gloria por lo que sólo se realizaba por el poder y virtud de Dios. Sus nombres meritaban estar inscriptos en el cielo, únicamente por la pureza íntima de sus vidas y sus corazones.