BELMONTE: espíritu, o que son señales ciertas de la gracia, porque...

espíritu, o que son señales ciertas de la gracia, porque el bien de las almas está propiamente en amar a Dios más, y en el padecer más por él, y en la mayor mortificación de los afectos, y mayor desnudez, desasimiento de nosotros mismos, y de todas las cosas. Y lo mismo que nos enseña con las palabras aquella escritura, nos lo demuestra luego con el ejemplo de la misma santa madre, de quien nos cuenta el recelo con que anduvo siempre en todas sus revelaciones, y el examen que dellas hizo, y como siempre se gobernó, no tanto por ellas, cuanto por lo que le mandaban sus prelados, y confesores, con ser ellas tan notoriamente buenas, cuanto mostraron los efectos de reformación que en ella hicieron, y en toda su Orden. Así que las revelaciones que aquí se cuentan, ni son dudosas, ni abren puerta para las que son, antes descubren luz para conocer las que lo fueren; y son para aqueste conocimiento como la piedra del toque estos libros. Resta ahora decir algo a los que hallan peligro en ellos, por la delicadeza de lo que tratan, que dicen no es para todos, porque como haya tres maneras de gentes, unos que tratan de oración, otros que si quisiesen, podrían tratar de ella, otros que no podrían por la condición de su estado: pregunto yo, ¿cuáles son los que destos peligran? ¿Los espirituales? No, sino es daño saber uno eso mismo que hace, y profesa. ¿Los que tienen disposición para serlo? Mucho menos, porque tienen aquí, no solo quien los guíe cuando lo fueren, sino quien los anime, y encienda a que lo sean, que es un grandísimo bien. Pues los terceros ¿en qué tienen peligro? ¿En saber que es amoroso Dios con los hombres? ¿Que quién se desnuda de todo le halla? ¿Los regalos que hace a las almas? ¿La diferencia de gustos que les da? ¿La manera cómo los apura, y alma? ¿Qué hay aquí, que sabido, no santifique a quien lo leyere? ¿Que no críe en la admiración de Dios, y que no le encienda en su amor? Que, si la consideración destas obras exteriores que hace Dios en la oración, y gobernación de las cosas, es escuela de común provecho para todos los hombres, ¿el conocimiento de sus maravillas secretas, cómo puede ser dañoso a ninguno? Y cuando alguna, por su mala disposición, sacara daño, ¿era justo por eso cerrar la puerta a tanto provecho, y de tantos? No se publique el Evangelio, porque, en quien no lo recibe es ocasión de mayor perdición, como san Pablo decía. ¿Qué escrituras hay, aunque entren las sagradas en ellas, de que un ánimo mal dispuesto no pueda concebir un error? En el juzgar de las cosas, débese entender a si ellas son buenas en sí, y convenientes para sus fines, y no a lo que fiará dellas el mal uso de algunos: que si a esto se mira, ninguna hay tan santa, que no se pueda vedar. ¿Qué más santos que los Sacramentos? ¿Cuántos por el mal uso dellos se hacen peores? El demonio como sagaz, y que vela en dañarnos, muda diferentes colores, y muéstrase en los entendimientos de algunos recatado, y cuidadoso del bien de los prójimos, para por excusar un daño particular, quitar de los ojos de todos lo que es bueno, y provechoso en común. Bien sabe él que perderá más en los que se mejoraren, y hicieren espirituales perfectos, ayudados con la lición destos libros, que ganará en la ignorancia, o malicia de cual, o cual que por su disposición se ofendiere. Y así por no perder aquellos, enrarece, y pone delante los ojos el daño de aquestos, que él por otros mil caminos tiene dañados; aunque como decía, no sé ninguno tan mal dispuesto, que saque daño de saber, que Dios es dulce, con sus amigos, y de saber cuán dulce es, y de conocer por qué caminos se le llegan las almas, a que se endereza toda aquella escritura. Solamente me recelo de unos que quieren guiar por sí a todos, y que aprueban mal lo que no ordenan ellos, y que procuran no tenga autoridad lo que no es su juicio, a los cuales no quiero satisfacer, porque nace su error de su voluntad, y así no querrán ser satisfechos: más quiero rogar a los demás, que no les den crédito, por que no le merecen. Sola una cosa advertiré aquí, que es necesario se advierta, y es: que la santa madre, hablando de la oración que llama de quietud, y de otros grados más altos, y tratando de algunas particulares mercedes que Dios hace a las almas, en muchas partes destos libros acostumbra a decir, que está el alma junto a Dios, y que ambos se entienden, y que están las almas ciertas que Dios les habla, y otras cosas desta manera. En lo cual no ha de entender ninguno que pone certidumbre en la gracia, y justicia de los que se ocupan en estos ejercicios, ni de otros ningunos, por santos que sean, de manera que ellos estén ciertos de sí, que la tienen, sino son aquellos a quien Dios lo revela. Que la santa madre misma, que gozó de todo lo que en estos libros dice, y de mucho más que no dice, escribe en uno dellos estas palabras de sí. Y lo que no se puede sufrir, Señor, es, no poder saber cierto si os amo, y son aceptos mis deseos delante, de vos. Y en otra parte. Mas ay Dios mío, ¿cómo podré, yo saber que no estoy apartada de vos? ¡Oh vida mía, qué has de vivir con tan poca seguridad de cosa tan importante! ¿Quién te buscara? Pues la ganancia que de ti se puede sacar, o esperar, que es contentar en todo a Dios, está tan incierta, y llena de peligros? Y en el libro de las Moradas, hablando de almas que han entrado en la séptima, que son las de mayor, y más perfecto grado, dice desta manera: De los pecados mortales que ellas entiendan estar libres, aunque no seguras, que ternán algunos que lo entienden, que no les será pequeño tormento. Solo quiere decir lo que es la verdad, que las almas en estos ejercicios sienten a Dios presente para los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alumbrarlas, dándoles avisos, y gustos; que aunque son grandes mercedes de Dios, y que muchas veces, o andan con la gracia que justifica, o encaminan a ella, pero no por eso son aquella misma gracia, ni nacen, ni se juntan siempre con ella. Como en la profecía se ve, que la puede haber en el que está en mal estado, el cual entonces está cierto de que Dios le habla, no se sabe si le justifica; y de hecho no le justifica Dios entonces, aunque le habla, y enseña. Y esto se ha de advertir, cuanto a toda la doctrina común, que en lo que toca particularmente a la santa madre, posible es que después que escribió las palabras que ahora yo refería, tuviese alguna propia revelación, y certificación de su gracia. Lo cual así como no es bien que se afirme por cierto, así no es justo que con pertinacia se niegue; porque fueron muy grandes, los dones que Dios en ella puso, y las mercedes que le hizo en sus años postreros, a que aluden algunas cosas de las que en estos libros escribe. Mas de lo que en ella por ventura pasó por merced singular, nadie, ha de hacer regla común. Hoy con este advertimiento queda libre de tropiezo toda aquella escritura. Que según yo juzgo, y espero será tan provechosa a las almas, cuanto en las de Vuestras Reverencias, que se criaron, y se mantienen con ella, se ve. A quien suplico se acuerden siempre en sus santas oraciones de mí.

En san Felipe de Madrid a 15 de septiembre de 1587. Fray Luis de León