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BELMONTE: CARTA DEL MAESTRO FRAY LUIS DE LEÓN...

CARTA DEL MAESTRO FRAY LUIS DE LEÓN

A las madres priora Ana de Jesús, y religiosas descalzas del monasterio de Madrid

Salud en Jesucristo:

Yo no conocí, ni vi a la santa madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, mas ahora que vive en el cielo la conozco, y veo casi siempre en dos imágenes vivas, que nos dejó de sí, que son sus hijas, y sus libros, que a mi juicio son también testigos fieles, y mejores de toda excepción de la grande virtud; porque las figuras de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo, y sus palabras, si las oyera, me declararan algo de la virtud de su alma; y lo primero era común, y lo segundo sujeto a engaño, de que carecen estas dos cosas, en que la veo ahora: que como el Sabio dice, el hombre en sus hijos se conoce. Porque los frutos que cada uno deja de sí cuando falta, ésos son el verdadero testigo de su vida, y por tal le tiene Cristo, cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del bueno, nos remite solamente a sus frutos. De sus frutos, dice los conoceréis. Así que la virtud, y santidad de la santa, madre Teresa, que viéndola a ella me pudiera ser dudosa, e incierta, esta misma ahora no viéndola, y viendo sus libros, y las obras de sus manos, que son sus hijas, tengo por cierta, y muy clara, porque, por la virtud que en todas resplandece, se conoce sin engaño la mucha gracia que puso Dios en la que hizo para Madre de este nuevo milagro, que por tal debe ser tenido, lo que en ellas Dios ahora hace, y por ellas. Que si es milagro lo que viene fuera de lo que por orden natural acontece, hay en este hecho tantas cosas extraordinarias, y nuevas, que llamarle milagro es poco, porque es un ayuntamiento de muchos milagros. Que un milagro es, que una mujer, y sola, haya reducido a perfección una Orden en mujeres, y hombres. Y otro la grande perfección a que los redujo. Y otro, y tercero, el grandísimo crecimiento que ha venido en tan pocos años, y de tan pequeños principios, que cada una por sí son cosas muy dignas de considerar. Porque, no siendo de las mujeres el enseñar, sino el ser enseñadas, como lo escribe san Pablo, luego se ve, que es maravilla nueva una flaca mujer tan animosa, que emprendiese una cosa tan grande, y tan sabia, y eficaz, que saliese con ella, y robase los corazones, que trataba para hacerlos de Dios, y llenase las gentes en pos de sí, a todo lo que aborrece el sentido. En que (a lo que yo puedo juzgar quiso Dios en este tiempo, cuando parece triunfa el demonio en la muchedumbre de los infieles, que le siguen, y en la porfía de tantos pueblos de herejes, que hacen sus partes, y en los muchos vicios de los fieles que son de su bando, para envilecerle, y para hacer burla dél, ponerle delante, no un hombre valiente rodeado de letras, sino una mujer pobre, y sola que le desafiase y levantase bandera contra él, y hiciese públicamente gente que le venza, huelle, y acocee: y quiso sin duda para demostración de lo mucho que, puede en esta edad, a donde tantos millares de hombres, unos con sus errados ingenios, y otros con sus perdidas costumbres aportillan su reino, que una mujer alumbrase los entendimientos, y ordenase las costumbres de muchos, que cada día crecen para reparar estas quiebras. Y en esta vejez de la Iglesia tuvo por bien de mostrarnos, que no se envejece su gracia, ni es ahora menos la virtud de su espíritu, que, fue en los primeros, y felices tiempos della, pues con medios más flacos en linaje, que entonces, hace lo mismo, o casi lo mismo, que entonces. Y no es menos clara, ni menos milagrosa la segunda imagen, que, dije, que son las escrituras, y libros, en los cuales, sin ninguna duda quiso el Espíritu Santo, que, la santa madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo; porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza, y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir, y en la pureza, y facilidad del estilo, y en la gracia, y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y así siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes dellos me parece, que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que habla el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma, y la mano, que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas escuras, y el fuego que enciende con sus palabras en el corazón que las lee. Que dejados aparte otros muchos, y grandes provechos, que hallan los que leen estos libros, dos son a mi parecer los que con más eficacia hacen. Uno facilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud. Y otro encenderlos en el amor della, y de Dios. Porque en lo uno es cosa maravillosa, ver cómo ponen a Dios delante, los ojos del alma, y como le muestran tan fácil para ser hallado, y tan dulce tan amigable para los que le hallan; y en los otro no solamente con todas mas con cada una de sus palabras, pega al alma fuego del cielo, que, le abrasa, y deshace. Y quitándole de los ojos, y del sentido todas las dificultades que hay, no para que no las vea, sino para que no las estime, ni precie, déjanla, no solamente desengañada de lo que la falsa imaginación le ofrecía, sino descargada de su peso y tibieza, y tan alentada, y (si se puede decir así) tan ansiosa del bien, que vuela luego a él con el deseo que hierve. Que el ardor grande que en aquel pecho santo vivía, salió como pegado en sus palabras, de manera, que levantan llama por donde quiera que pasan. Así que tornando al principio, si no la vi mientras estuvo en la tierra, ahora la veo en sus libros, y hijas. O por decirlo mejor, en Vuestras Reverencias solas las veo ahora, que de son sus hijas de las más parecidas a sus costumbres, y son retrato vivo de sus escrituras, y libros. Los libros que salen a luz, y el Consejo Real me cometió que los viese, puedo yo con derecho enderezarlos a ese santo convento, como de hecho lo hago, por el trabajo que he puesto en ellos, que no