BELMONTE: En 1535 huyó de su hogar para ingresar al convento....

En 1535 huyó de su hogar para ingresar al convento. Dos años más tarde, profesó sus votos. Durante estos dos años en el convento padeció problemas de salud.
Se cree que sufrió continuamente de una cardiopatía y algún desequilibrio psíquico. Pocos meses después de profesar, su padre la llevó de regreso a la casa familiar para recibir cuidados médicos.
Algunos meses tras su regreso sufrió convulsiones y cayó en un coma profundo que duró cuatro días. Varios de sus familiares y hermanas religiosas la dieron por muerta.
Tras estos sucesos quedó muy debilitada y con movilidad reducida por los siguientes dos años. Esta experiencia le dejó secuelas físicas de por vida y fue el inicio de sus visiones y trances místicos.
Recuperación milagrosa y retorno al convento
En 1539 recobró la movilidad de sus piernas casi de manera milagrosa. Habiendo encomendado su salud a san José, agradeció a este santo con devoción de por vida, muestra de ello fue la dedicatoria de los diversos monasterios que fundaría años después.
Ese mismo año regresó al convento de la Encarnación, donde recibió frecuentes visitas y también pudo salir a ver a sus familiares cuando así lo deseó, tal y como era la costumbre de las religiosas en ese entonces.
Durante su enfermedad empezó a practicar la oración en recogimiento y de manera personal, a manera de meditación. Disfrutaba el escuchar sermones y leer, y llevó una vida social activa.
En 1541 falleció su padre, y el dominico Vicente Barón, cercano a la familia, lo asistió durante sus últimos momentos. Este sacerdote se convirtió, luego, en el mentor de Teresa y fue quien le hizo retomar la vida contemplativa y la oración, para no abandonarlas nunca más.
Nuevas lecturas y visiones
Por esos años se apoyó en las Confesiones de San Agustín y Tercer alfabeto espiritual, de Francisco de Osuna.
Además de estas lecturas, recibió mensajes divinos en repentinos trances o en sueños. Según sus propios relatos, Jesucristo le aconsejó que hiciese a un lado sus pláticas mundanas en el recibidor del convento y pusiese más empeño en comunicarse con Dios y el Espíritu Santo.
Estas visiones continuaron a lo largo de su vida y se hicieron más intensas. En otro de sus trances se sintió atravesada por una espada de oro sostenida por un ángel, y desde entonces abandonó el miedo a la muerte que le perseguía desde los días en coma durante su juventud.
Todas estas experiencias afianzaron su fe y la hicieron dedicarse a Dios con más fervor. Además, todo lo vivido le indujo a escribir numerosos poemas lírico-religiosos y obras didácticas.
En dichos textos dejó plasmadas sus visiones sobrenaturales y también sus ideas sobre la necesidad de una vuelta a la meditación en los conventos.
Reflexiones y deseos de reforma
En estos años reflexionó sobre la vida poco rigurosa y desligada de la espiritualidad que llevaban las hermanas de la Orden de las Carmelitas, y comenzó a idear una reforma.
En esa época las comunidades y grupos de religiosas eran muy numerosos y poco exigentes con las participantes. Ese comportamiento permisivo dio pie a que no hubiese firmeza en cuanto a la clausura ni al seguimiento de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
El fervor y la comunicación constante con Dios de santa Teresa no pasaron desapercibidos para sus confesores, entre los que destacaron el padre jesuita Baltasar Álvarez, los dominicos Pedro Ibañez y fray García de Toledo.
También formaron parte importante del grupo el franciscano san Pedro de Alcántara y fray Luis Beltrán, quien la apoyó en sus primeras intenciones de reformar la orden de Nuestra Señora del monte Carmelo.
Fundación de la orden de los carmelitas descalzos
En 1562 recibió la bula del papa Pío IV autorizando la fundación de un nuevo monasterio. Con esta credencial inauguró el convento de San José, en Ávila, el 24 de agosto del mismo año.
Tenía apenas cuatro religiosas, pero con normas más estrictas y con exigencia de fervor en las oraciones, soledad y silencio.
Para este proyecto tuvo la ayuda económica de sus hermanos, quienes se trasladaron a América en busca de riquezas. La construcción del edificio la encargaron la hermana de Teresa, Juana de Ahumada, y su esposo.
En este convento residieron Teresa y sus novicias durante cuatro años en condiciones austeras. Calzaron siempre sandalias en lugar de zapatos, razón por la cual se autodenominaron carmelitas descalzas.
Benevolencia del Papa y fundación de nuevos conventos
En el convento ayunaron durante largos meses. En 1567 recibió la benevolencia del padre Juan Bautista Rubio Rossi, general del Carmen, y decidió viajar por España para fundar otros monasterios similares en diversas ciudades.
En los siguientes dos años fundó conventos en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Duruelo y Pastrana.
En esos viajes conoció a dos frailes influyentes de la orden de los carmelitas, que simpatizaron con la reforma propuesta por Teresa y la extendieron con la fundación de nuevos monasterios de frailes. Ellos fueron Antonio de Jesús Heredia y Juan Yépez, luego san Juan de la Cruz.
Poco después, en 1571, fundó nuevos conventos de descalzas y descalzos en Alcalá, Salamanca y Alba de Tormes. Más tarde, siguieron otros en Segovia, Beas de Segura, Sevilla y otras ciudades de España.
Problemas económicos y oposición
Durante estas fundaciones enfrentó tanto dificultades financieras como la resistencia de los hermanos y hermanas no reformados. Estos últimos prefirieron continuar la vida monástica de la manera que la habían llevado hasta entonces.
El revuelo que causó la extensión de la reforma de Teresa provocó mucha tensión entre los carmelitas calzados y los descalzos, así como diversos conflictos que no se resolvieron hasta 1580, cuando el papa Gregorio XVIII ordenó la separación oficial entre ambas órdenes, con lo cual los descalzos ya no tenían que cumplir los lineamientos de los calzados.
Dirección del convento de la Encarnación
Teresa fue nombrada directora del convento de la Encarnación durante algunos años. Pasó el resto de su vida viajando por el territorio español y fundando conventos y monasterios, tanto de monjas como de frailes.
En esa labor contó con el apoyo de san Juan de la Cruz y muchos otros religiosos.
Fallecimiento y reconocimientos post mortem
Murió a los 67 años, en Alba de Tormes (Salamanca), el 4 de octubre de 1582. Murió en brazos de la beata Ana de San Bartolomé, otra carmelita descalza de gran importancia histórica.
Su cuerpo se enterró en el convento de la Anunciación de Alba de Tormes, donde permanece incorrupto y custodiado.
El papa Paulo V la nombró beata en 1614 y Gregorio XV la canonizó en 1622. Obtuvo el doctorado honoris causa de la Universidad de Salamanca y de la Universidad Católica de Ávila.
En 1970 el papa Pablo VI la nombró Doctora de la Iglesia. Sus festividades se celebran en Ávila el 15 de octubre.
Actualmente la orden de los carmelitas descalzos cuenta con aproximadamente 14.000 hermanas, repartidas en 835 conventos alrededor del mundo, y 3.800 hermanos en 490 convento """.

15-10-24