Una vez cocidas, las morcillas se ponen durante unas horas sobre una mesa para que pierdan algo del
agua de la cocción. Posteriormente se colgarán alrededor de la
chimenea, donde, sin faltarles el fuego, se irán secando durante tres o cuatro días, hasta llegar la hora de freírlas y guardarlas en un búcaro de barro con su propio aceite.