Salvemos los madroños. En el Rodeno se encuentran unas decenas de estos bellos ejemplares y el ensanche de los caminos ha eliminado unos cuantos.
Su origen es europeo meridional y mediterráneo, frutos del clima mediterráneo continental que envuelve esta parte del Valle del Cabriel, a diferencias de los de Madrid donde no ha sido un árbol propio de su provincia y que la inclusión del mismo en su escudo les llevó a sembrarlos en diferentes parques y en el retiro.
Los madroños se reproducen por semillas y crecen lentamente hasta llegar a su tamaño final. La reproducción del madroño es bastante complicada, en especial si lo intentamos mediante semillas. Lo más adecuado es cultivarlo, en otoño o primavera, por medio de esquejes, aunque aún así muchos de ellos no se desarrollarán.
Los trasplantes no los aguantan bien, por lo que lo apropiado es situarlos directamente en el terreno del jardín o en un recipiente grande, en el caso de que lo queramos mantener en él.
Para su emplazamiento escogeremos un lugar soleado, resguardado del viento, en un terreno rico en nutrientes, que puede ser ácido o calizo. Los del Rodeno están protegidos de las inclemencias por un espeso arbolado.
La madera del madroño es de densidad muy alta, se utiliza para trabajos de ebanistería, ya que resulta fácil de pulir.
Las hojas, alternas y con un aspecto parecido al laurel, tienen los bordes con forma de sierra y ligeramente rojizos; se mantienen todo el año y tienen una floración blanca muy bonita. Las flores crecen en otoño en ramilletes, son pequeñas, acampanadas y su color oscila entre el blanco y el rosado.
Los frutos son de maduración muy lenta -tardan un año-. Esféricos y rugosos, los madroños adquieren un tono rojizo a medida que se van desarrollando. Su madurez hace aparición en otoño, cuando comienzan a fermentar en el árbol, por lo que contienen una proporción de alcohol. No es extraño contemplarlos al mismo tiempo que las flores, y disfrutar de ello mientras buscamos setas. Comestibles, se utilizan para preparar aguardientes, jaleas y vinagres. Dos o tres años de su fruto cogido en los primeros síntomas de madurez e introducido en aguardiente es suficiente para obtener un licor más que apreciado. Incluso, si si el fruto se consume en cantidades grandes pueden producir cierto efecto narcótico.
A ver si entre todos, respetamos lo nuestro, para seguir disfrutándolo.
Su origen es europeo meridional y mediterráneo, frutos del clima mediterráneo continental que envuelve esta parte del Valle del Cabriel, a diferencias de los de Madrid donde no ha sido un árbol propio de su provincia y que la inclusión del mismo en su escudo les llevó a sembrarlos en diferentes parques y en el retiro.
Los madroños se reproducen por semillas y crecen lentamente hasta llegar a su tamaño final. La reproducción del madroño es bastante complicada, en especial si lo intentamos mediante semillas. Lo más adecuado es cultivarlo, en otoño o primavera, por medio de esquejes, aunque aún así muchos de ellos no se desarrollarán.
Los trasplantes no los aguantan bien, por lo que lo apropiado es situarlos directamente en el terreno del jardín o en un recipiente grande, en el caso de que lo queramos mantener en él.
Para su emplazamiento escogeremos un lugar soleado, resguardado del viento, en un terreno rico en nutrientes, que puede ser ácido o calizo. Los del Rodeno están protegidos de las inclemencias por un espeso arbolado.
La madera del madroño es de densidad muy alta, se utiliza para trabajos de ebanistería, ya que resulta fácil de pulir.
Las hojas, alternas y con un aspecto parecido al laurel, tienen los bordes con forma de sierra y ligeramente rojizos; se mantienen todo el año y tienen una floración blanca muy bonita. Las flores crecen en otoño en ramilletes, son pequeñas, acampanadas y su color oscila entre el blanco y el rosado.
Los frutos son de maduración muy lenta -tardan un año-. Esféricos y rugosos, los madroños adquieren un tono rojizo a medida que se van desarrollando. Su madurez hace aparición en otoño, cuando comienzan a fermentar en el árbol, por lo que contienen una proporción de alcohol. No es extraño contemplarlos al mismo tiempo que las flores, y disfrutar de ello mientras buscamos setas. Comestibles, se utilizan para preparar aguardientes, jaleas y vinagres. Dos o tres años de su fruto cogido en los primeros síntomas de madurez e introducido en aguardiente es suficiente para obtener un licor más que apreciado. Incluso, si si el fruto se consume en cantidades grandes pueden producir cierto efecto narcótico.
A ver si entre todos, respetamos lo nuestro, para seguir disfrutándolo.