Decía Camus que ‘‘la capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación’’. Para llamar la atención, los provocadores inteligentes –que los hay aunque parezca una contradicción– saben tirar de la cuerda justo hasta un segundo antes de que pueda romperse. Y de ello suelen obtener algunas ventajas. Los provocadores obtusos, en cambio, disfrutan rompiendo cuerdas. E irremisiblemente terminan encallecidos y deslomados. Los estrategas de la provocación más listos tensan la soga hasta que los adversarios ceden para no verse arrastrados o bien resisten lo necesario para ganar tiempo, recuperar fuerzas y dar un nuevo tirón. Los más lerdos, en cambio, provocan una reacción instintiva y visceral en los que tiran en dirección contraria. Y esa reacción hace caer de bruces a los provocadores o les obliga a soltar la cuerda y caer de espaldas patas arriba.
Provocador es el que incita o induce a alguien a que ejecute algo. Una evaluación pertinente de la secuencia causas-consecuencias permite elegir el contenido y la modalidad provocadora más adecuados a los fines que se persiguen: descalificar a un enemigo, a un adversario o a un competidor; fragilizar la situación que pretende sustituirse; promover mediante la alimentación del miedo la persistencia de un orden que garantiza las ventajas de que se dispone; exacerbar a los contendientes en una confrontación que se busca radicalizar, etcétera.
La única manera de que una provocación no lo sea es no responder a la provocación. Y si esta provocación es sinónimo de insulto continuo ya no es provocación. Un insulto es una provocación grosera que induce a una emoción de ofensa. Si el lenguaje se corrompe, en vez de mantener discusiones constructivas, terminamos escribiendo o lanzando insultos que no sirven para nada y menoscaban estos foros públicos tan útiles para la sociedad.
Provocador es el que incita o induce a alguien a que ejecute algo. Una evaluación pertinente de la secuencia causas-consecuencias permite elegir el contenido y la modalidad provocadora más adecuados a los fines que se persiguen: descalificar a un enemigo, a un adversario o a un competidor; fragilizar la situación que pretende sustituirse; promover mediante la alimentación del miedo la persistencia de un orden que garantiza las ventajas de que se dispone; exacerbar a los contendientes en una confrontación que se busca radicalizar, etcétera.
La única manera de que una provocación no lo sea es no responder a la provocación. Y si esta provocación es sinónimo de insulto continuo ya no es provocación. Un insulto es una provocación grosera que induce a una emoción de ofensa. Si el lenguaje se corrompe, en vez de mantener discusiones constructivas, terminamos escribiendo o lanzando insultos que no sirven para nada y menoscaban estos foros públicos tan útiles para la sociedad.
Un insulto es una provocación grosera que induce a una emoción de ofensa. Si el lenguaje se corrompe, en vez de mantener discusiones constructivas, terminamos escribiendo o lanzando insultos que no sirven para nada y menoscaban estos foros públicos tan útiles para la sociedad.