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LA VENTOSA: Jaime viajaba a su pueblo con su mujer Sofía, su hijo...

Jaime viajaba a su pueblo con su mujer Sofía, su hijo de 8 años Aarón, y su niña de 6 años Irene. Vivían en un pueblo costero de la provincia de Valencia, donde trabajaba como representante exclusivo para una amplia zona, de una firma alemana de ferretería. Trabajaba mucho pero su familia vivía holgadamente, lo cual no era poco dada la situación actual económica que se vivía.
Se le notaba visiblemente inquieto mientras conducía, como si algo le preocupara, su mujer, que iba a su lado le preguntaba el motivo de su inquietud, a lo que Él le respondía que no le pasaba nada, que no se preocupara.
El sabía el motivo de su estado de ánimo, pues le pasaba siempre, cada vez que iba al pueblo, aunque por motivos distintos que ahora, pues cuando sus padres estaban bien, el, su mujer y los niños, les visitaban cuatro o cinco veces al año y su ánimo era de alegría e impaciencia por llegar y verlos.
Lo recordaba, y en su boca se dibujaba una sonrisa. Veía el alborozo que se formaba cuando su madre, con su preciosa mata de pelo blanquísimo recogido en un moño, y su eterno delantal con una rosa bordada en el pecho, y con un bolsillo grande debajo, del cual lo mismo podía sacar un caramelo, una aspirina, un peine o una aguja con hilo y un dedal, tijeras incluidas, se acercaba, y primero acariciaba y se comía a besos a los chicos, después besaba a Sofía, que amablemente le correspondía, y por último le abrazaba a Él, en un abrazo firme a la vez que tierno, que tenía la virtud de transportarle a su niñez, y ese olor que desprendía a jabón de lavanda, cuya pastilla estaba siempre en un recipiente con la forma de una mano invertida en el lavabo.
¡Su madre! María. Parece que fue ayer cuando… pero mejor no pensar en ello.
Luego venía su padre, siempre tan afeitado, un poco encorvado por el peso de tantos años trabajando el campo, y por la edad que no perdona. Su padre era menos efusivo, se limitaba a darles un beso a cada uno, y un minuto después desaparecía con los niños, para enseñarles cosas del campo, las gallinas, los conejos, el huerto con sus diferentes plantas. Los higos, moras, uvas, almendras y nueces etc, eran identificadas por los pequeños desde siempre, y en el colegio, sus hijos eran los que más sabían de cosas del campo.
¡Su padre! Rafael. ¡Cuánta pena sufrió al dejarle en la Residencia!
.- ¿Estás llorando Jaime?
La voz de su mujer le sacó de sus pensamientos, volviéndole a la realidad del momento y de la carretera.- No.-Le contestó. Es que me lloran los ojos de ir con la vista tan fija en la carretera tan seguido, anda alcánzame un pañuelo de papel cariño.
Sofía le dio dos pañuelos mientras esbozaba una comprensiva sonrisa, y a la vez pensaba, ¿a quién quieres engañar mi amor, si esto te pasa desde que tus padres no están en su casa?. Ella respetaba y entendía los largos silencios de su marido cada vez que se acercaban a la tierra que le vio nacer.
Jaime, disminuyendo la velocidad, se secó las lágrimas con los pañuelos en una mano, mientras con la otra sujetaba firmemente el volante, y al rato siguió con sus pensamientos.
Recordaba los momentos amargos que pasó, bueno, o mejor dicho que pasaron Él y sus padres cuando se hizo necesario llevarles a la Residencia.
Aquella Residencia tan enorme, con aquel recibidor decorado en mármol de distintos colores, y flores, muchas flores por todas partes. Era bonita y señorial.
Lo peor fue engañarles. ¿Porqué les tuvo que decir que era por un tiempo, si los tres sabían que era definitivo?
Le duele el pecho al recordarlo.-Aquí les van a cuidar mejor que en casa. – les dijo, y era verdad, pero después añadió.- y va a ser por un tiempo, el necesario para que Sofía y yo preparemos una vivienda lo suficientemente grande para todos, además yo vendré a verlos tan a menudo como pueda y les llamaré todos los días y, y, y… no quiere recordar, pero a su mente viene una y otra vez la imagen que le atormenta. La cara de sus padres, su tristeza y amargura, cuando después de instalados en su habita-ción se despiden de Él, diciéndole.- Vete tranquilo hijo mío, que nosotros vamos a estar bien y además juntos en este sitio tan bonito, y sobre todo llévate bien con Sofía. Llámanos de vez en cuando, y haz que los niños nos recuerden.- Y que no olviden las cosas del campo que les he enseñado.- Añadió su padre.
.-Pero padre, si yo voy a venir…
.-shsssssssssssss….. le dijo su madre, poniendo un dedo en sus labios.- Anda vete ya hijo mío, y vete con Dios.
¡Dios, si tuvieron que ser Ellos los que le animaran a Él!
Menos mal que había una gasolinera cerca, porque las lágrimas no le dejaban ver bien la carretera.
Puso el coche en el surtidor, y bajando del mismo le dijo a Sofía.- Por favor cariño, encárgate de llenar el depósito, que necesito ir al servicio y lavarme la cara. No tardo.
Entró al servicio, e inclinándose en un lavabo descargó entre sollozos toda su congoja, dejando correr sus lágrimas que se mezclaron con el agua que bañaba su cara.
Volvió al coche que había aparcado Sofía, con la cara fresca y lavada, y con una sonrisa dio tranquilidad a su familia.
Reanudaron el viaje, y surgió de nuevo el hilo de sus pensamien-tos.- Es mucho tiempo el que llevo sin visitarles, ¡un año! y no tengo excusa.- se dijo.
Y era verdad, bueno la verdad es que ahora poco podía hacer al visitarles, si acaso hablarles de sus cosas, de su trabajo que cada día le absorbía mas, y le dejaba menos tiempo libre, menos mal que Sofía se encargaba de los niños, también les podía hablar de sus nietos que se estaban haciendo mayores, y de Sofía. Pero de todas formas un año era mucho tiempo, y además nunca les había llevado a los niños, para que no vieran donde estaban los abuelos, y eso que los pequeños preguntaban y preguntaban.
Después de instalarles en el Centro Residencial, como a Él le gustaba llamarlo, y después de las visitas mensuales y las llamadas diarias, fue espaciando ambas, siempre por el dichoso trabajo. Bueno ahora comprendía que por el trabajo y por esa conformidad que tienen, la mayoría de los hijos, cuando en vez de ir a ver a sus padres, no van, y para justificarse piensan que están bien porque otros los cuidan y están bien atendidos, y así era, pero ahora pensaba que les había privado de lo principal para ellos, que era la presencia de su hijo, Él, y de sus nietos.
A los dos años de su ingreso en el Centro, tuvieron que ir y trasladarlos a otro Centro, y El volvió a revivir los momentos amargos de la primera vez. A su madre para esa ocasión la vistieron con un vestido de color beis a media pierna, con lunares blancos y negros, y un pañuelo de seda blanco al cuello que rivalizaba en blancura con su cara y su precioso y suave pelo. Completaban su atuendo unos zapatos color gris, con un ligero y breve tacón.
La elegancia de su padre recordaba a los días de fiesta, en los que a él le gustaba ir siempre tan afeitado, y con su traje negro con chaleco clásico, camisa blanca con el cuello abierto, zapatos negros, y sobre todo el clásico clavel con que adornaba el ojal de su chaqueta, ¡Rafael y su clavel! Comentaban sus paisanos al verle pasar. ¡Qué gran hombre su padre!
Había pasado un año y no había ido a visitarles ni una sola vez, y se hizo el propósito de remediarlo en cuanto llegara al pueblo y dejara instalada a su familia. Primero iría Él solo y después llevaría a los chicos. Sofía no era, nunca lo fue, partidaria de visitas a esos sitios porque le daban pena, y El siempre lo aceptó, pero no impedía de ninguna forma que El lo hiciera, y esperaba que mantuviera la misma conformidad cuando llevara a los niños.
Cuando llegó por fin al pueblo, ayudó a instalarse en la casa de sus padres, su casa, a Sofía y los niños, y cogiendo un libro se fue a visitarlos, con la certeza de que el nuevo Centro a pesar de que era tarde, estaba abierto.
Entró y se sentó, y mirando alrededor se dio cuenta de que este Centro se parecía al primero en la fastuosidad de los mármoles, y la riqueza de las flores, y también pensó que podía haber pos-puesto la visita hasta mañana, pues de pronto, y seguramente por la tensión del largo viaje se sintió muy cansado y somnolien-to y le entraron ganas de dormirse allí mismo, sentado…
.-Buenas tardes ¿que desea?