El Cristo, 14 de Septiembre de 2013
Son las 11’30 horas, y en la puerta de la iglesia se empieza a congregar la gente para asistir a la Procesión y a la Misa después.
Una hora antes, en todas las casas del pueblo hay una gran actividad, se sacan de los armarios los trajes y vestidos que se van a lucir en la fiesta.
Es la fiesta de la Exaltación de la Cruz. El Día del Cristo.
Hacen grupos y charlan mientras se saludan, pues muchos son los que vamos a la fiesta pero vivimos en las ciudades, mientras por las distintas calles van apareciendo otros paisanos que, vestidos con sus mejores galas, vienen a lo mismo. Unos entran en la iglesia, mientras otros se quedan en los grupos.
A las 12’00 horas, la campana empieza a tocar la tercera señal, mientras un paisano de todos conocido se emplea a fondo para “reclutar” gente para llevar en sus hombros al Santo. No hace falta que insista, pues aunque desde hace años se viene diciendo “cada vez hay menos gente y no se va a poder sacar al Santo en procesión”, aparecen esos hermosos mocetones hijos de los que viven en el pueblo, que junto con sus aun jóvenes padres, y otros paisanos y cónyuges de paisanas que viven en las ciudades, completan el número suficiente (12) para llevarlo, y su relevo correspondiente.
Aparece la Sagrada Imagen por las grandes puertas de nuestra hermosa Iglesia, y sobrecoge mirar el bellísimo rostro de Jesús que todo lo abarca, con esa triste mirada, con esa cara de dolor y conformidad por lo que estaba sufriendo en los momentos terribles de su Pasión.
A ese rostro de dolor, a esa mirada comprensiva, nos confiamos año tras año en silencio cada uno de nosotros. Unos pidiendo salud para alguien o quizás para sí mismo, otros trabajo, otros para ese problema sentimental que se ha presentado sin esperarlo y al que hay que hacerle frente, otros dando gracias por lo mucho que tenemos, y que a veces no nos damos cuenta del mal uso que hacemos de ello, otros…en fin todos tenemos una y mil miradas para ese rostro que forma parte de nuestra familia desde que nacemos y que nos mira y nos comprende, y una y mil peticiones que hacerle.
La vida tiene estas cosas. Pedimos dones a Aquel que nada poseía, y salud y ausencia de dolor a quien en su Pasión, y hasta su muerte, sufrió lo indecible. (Os doy un dato para que lo tengáis en cuenta cuando miréis esa bellísima cara: En los tiempos que vivió Jesucristo, morir en la Cruz era el castigo romano más habitual para los condenados a muerte, y un crucificado tardaba en morir de 3 a 5 días. Jesús tardó en morir solamente dos horas, y ¿sabéis porqué?, porque eran tan grandes los azotes y castigos que sufrió durante su pasión, que iba literalmente reventado y con los huesos rotos, y solamente la fortaleza física de un hombre acostumbrado a los caminos y de 33 años, hizo que llegara vivo a la Cruz).
Empieza la Procesión por el recorrido habitual, mientras las campanas tocan su repique de Fiesta Grande, y de vez en cuando se hace un alto en el camino para descanso de los portadores, sujetando la imagen con cuatro horquillas que portan otros cuatro hombres que van a los lados de la imagen. Y una vez más desde la tercera o cuarta fila detrás del sacerdote oficiante, que megáfono en mano intenta con su ejemplo que la gente cante, más se parece ésta a una romería por las conversaciones variadas que se escuchan, que a una Procesión religiosa, si bien en esta ocasión voy a ser indulgente con los/las parlanchines porque es el Día del Cristo.
Es aquella Fiesta que esperábamos junto a nuestros padres y abuelos, cuando éramos pequeños, en la que estrenamos nuestro primer traje con pantalón largo. Es la misma Fiesta que perdura a través del tiempo en la que una vez mayores cogíamos el permiso, (vacaciones) que nos daban en las empresas de trabajo en las ciudades, para ayudar a los padres con la cosecha, y la Fiesta era el premio merecido.
La misma Fiesta en la que se sacrificaba el mejor pollo del corral, para el cocido de día del Cristo, y en el que no faltaban las albóndigas de pan.
Era la Fiesta donde nos veíamos todos cambiados por el paso del tiempo, y donde muchos se enamoraron de las que hoy son sus mujeres, y sus maridos.
Se tiraban cohetes, los arquilleros lanzaban almendras a las andas del Santo a su paso por delante de sus puestos de dulces, alajú y caramelos. Se celebraban carreras de sacos, de burros, de bicicletas y otros muchos juegos, y se hacía la verbena con ramas cogidas a un entramado de sogas con un palo central alrededor del cual se bailaba. ¡! Que tiempos!
Pero volvamos a los tiempos actuales:
Llegados de nuevo a la Iglesia, con el sonido constante de las campanas, se deposita el Santo delante del Altar Mayor y empieza la Misa Solemne cantada por el sacerdote y coreada con no mucho entusiasmo por nuestras gentes. Es una pena, pero nos estamos quedando sin alegría, a pesar de que tenemos muchísimas cosas más, de las que tenían nuestros padres, pero algo nos pasa…pero a todos.
Después de la Santa Misa, hacemos una larga fila para besar la Reliquia del niño Jesús en una Cruz de plata, que el sacerdote nos ofrece, y salimos a la calle con la satisfacción del deber religioso cumplido.
Ya en la calle, y después de besos, encuentros y presentaciones, de gentes que no vemos en años, y que nos alegramos de ver, nos dirigimos unos al bar de Bernardo, y otros al bar de Joselín, donde nos contamos como nos va la vida mientras tomamos un vermut. Como son casi las 14’00 horas, muchas mujeres han salido deprisa hacia sus casas para dar el último hervor al cocido o ir haciendo la sopa, poner la mesa etc, etc…
Nuestras siempre sacrificadas mujeres, son dignas de admiración y más.
Hasta aquí os cuento lo que fue la celebración Religiosa. Después celebramos la Fiesta Lúdica, pero eso lo dejo para mañana.
Con sincero afecto, os manda un saludo:
Manuel.
Son las 11’30 horas, y en la puerta de la iglesia se empieza a congregar la gente para asistir a la Procesión y a la Misa después.
Una hora antes, en todas las casas del pueblo hay una gran actividad, se sacan de los armarios los trajes y vestidos que se van a lucir en la fiesta.
Es la fiesta de la Exaltación de la Cruz. El Día del Cristo.
Hacen grupos y charlan mientras se saludan, pues muchos son los que vamos a la fiesta pero vivimos en las ciudades, mientras por las distintas calles van apareciendo otros paisanos que, vestidos con sus mejores galas, vienen a lo mismo. Unos entran en la iglesia, mientras otros se quedan en los grupos.
A las 12’00 horas, la campana empieza a tocar la tercera señal, mientras un paisano de todos conocido se emplea a fondo para “reclutar” gente para llevar en sus hombros al Santo. No hace falta que insista, pues aunque desde hace años se viene diciendo “cada vez hay menos gente y no se va a poder sacar al Santo en procesión”, aparecen esos hermosos mocetones hijos de los que viven en el pueblo, que junto con sus aun jóvenes padres, y otros paisanos y cónyuges de paisanas que viven en las ciudades, completan el número suficiente (12) para llevarlo, y su relevo correspondiente.
Aparece la Sagrada Imagen por las grandes puertas de nuestra hermosa Iglesia, y sobrecoge mirar el bellísimo rostro de Jesús que todo lo abarca, con esa triste mirada, con esa cara de dolor y conformidad por lo que estaba sufriendo en los momentos terribles de su Pasión.
A ese rostro de dolor, a esa mirada comprensiva, nos confiamos año tras año en silencio cada uno de nosotros. Unos pidiendo salud para alguien o quizás para sí mismo, otros trabajo, otros para ese problema sentimental que se ha presentado sin esperarlo y al que hay que hacerle frente, otros dando gracias por lo mucho que tenemos, y que a veces no nos damos cuenta del mal uso que hacemos de ello, otros…en fin todos tenemos una y mil miradas para ese rostro que forma parte de nuestra familia desde que nacemos y que nos mira y nos comprende, y una y mil peticiones que hacerle.
La vida tiene estas cosas. Pedimos dones a Aquel que nada poseía, y salud y ausencia de dolor a quien en su Pasión, y hasta su muerte, sufrió lo indecible. (Os doy un dato para que lo tengáis en cuenta cuando miréis esa bellísima cara: En los tiempos que vivió Jesucristo, morir en la Cruz era el castigo romano más habitual para los condenados a muerte, y un crucificado tardaba en morir de 3 a 5 días. Jesús tardó en morir solamente dos horas, y ¿sabéis porqué?, porque eran tan grandes los azotes y castigos que sufrió durante su pasión, que iba literalmente reventado y con los huesos rotos, y solamente la fortaleza física de un hombre acostumbrado a los caminos y de 33 años, hizo que llegara vivo a la Cruz).
Empieza la Procesión por el recorrido habitual, mientras las campanas tocan su repique de Fiesta Grande, y de vez en cuando se hace un alto en el camino para descanso de los portadores, sujetando la imagen con cuatro horquillas que portan otros cuatro hombres que van a los lados de la imagen. Y una vez más desde la tercera o cuarta fila detrás del sacerdote oficiante, que megáfono en mano intenta con su ejemplo que la gente cante, más se parece ésta a una romería por las conversaciones variadas que se escuchan, que a una Procesión religiosa, si bien en esta ocasión voy a ser indulgente con los/las parlanchines porque es el Día del Cristo.
Es aquella Fiesta que esperábamos junto a nuestros padres y abuelos, cuando éramos pequeños, en la que estrenamos nuestro primer traje con pantalón largo. Es la misma Fiesta que perdura a través del tiempo en la que una vez mayores cogíamos el permiso, (vacaciones) que nos daban en las empresas de trabajo en las ciudades, para ayudar a los padres con la cosecha, y la Fiesta era el premio merecido.
La misma Fiesta en la que se sacrificaba el mejor pollo del corral, para el cocido de día del Cristo, y en el que no faltaban las albóndigas de pan.
Era la Fiesta donde nos veíamos todos cambiados por el paso del tiempo, y donde muchos se enamoraron de las que hoy son sus mujeres, y sus maridos.
Se tiraban cohetes, los arquilleros lanzaban almendras a las andas del Santo a su paso por delante de sus puestos de dulces, alajú y caramelos. Se celebraban carreras de sacos, de burros, de bicicletas y otros muchos juegos, y se hacía la verbena con ramas cogidas a un entramado de sogas con un palo central alrededor del cual se bailaba. ¡! Que tiempos!
Pero volvamos a los tiempos actuales:
Llegados de nuevo a la Iglesia, con el sonido constante de las campanas, se deposita el Santo delante del Altar Mayor y empieza la Misa Solemne cantada por el sacerdote y coreada con no mucho entusiasmo por nuestras gentes. Es una pena, pero nos estamos quedando sin alegría, a pesar de que tenemos muchísimas cosas más, de las que tenían nuestros padres, pero algo nos pasa…pero a todos.
Después de la Santa Misa, hacemos una larga fila para besar la Reliquia del niño Jesús en una Cruz de plata, que el sacerdote nos ofrece, y salimos a la calle con la satisfacción del deber religioso cumplido.
Ya en la calle, y después de besos, encuentros y presentaciones, de gentes que no vemos en años, y que nos alegramos de ver, nos dirigimos unos al bar de Bernardo, y otros al bar de Joselín, donde nos contamos como nos va la vida mientras tomamos un vermut. Como son casi las 14’00 horas, muchas mujeres han salido deprisa hacia sus casas para dar el último hervor al cocido o ir haciendo la sopa, poner la mesa etc, etc…
Nuestras siempre sacrificadas mujeres, son dignas de admiración y más.
Hasta aquí os cuento lo que fue la celebración Religiosa. Después celebramos la Fiesta Lúdica, pero eso lo dejo para mañana.
Con sincero afecto, os manda un saludo:
Manuel.