Pasábamos raudos y veloces por el puente, montados en nuestras bicicletas alquiladas. Era un puente de doble dirección sin semáforo, y para dar paso estaba El. El niño paralítico. Allí parado, en la orilla de la entrada- salida del puente, como un muñeco destartalado, con sus piernas torcidas, apoyado en dos muletas por debajo de sus axilas. Nos seguía con mirada de envidia hasta que desaparecíamos…y nosotros no le decíamos nada. Teníamos como El unos diecisiete años.
Han pasado 45 años, y nuevamente he vuelto a pasar por el puente ya regulado por semáforos, y lo que menos esperaba era encontrar en su entrada-salida al “niño” paralítico. Ahora está sentado en un bordillo y recoge las monedas que le lanzan los automovilistas al pasar.
He seguido hasta la primera glorieta para dar la vuelta y ponerme en su lado para verlo de cerca, y darle algo de dinero, y parando peligrosamente a su lado, a través de la ventanilla abierta se lo he dado contemplando su cara curtida y arrugada, aviejada y descuidada, sus ojos pequeños y tristes, sus ropas pobres, las perneras de su pantalón como vacías…se ha levantado para recoger el dinero sobre sus pobres muletas, y me ha dicho, “gracias, que Dios se lo pague”, mientras yo, mentalmente le pedía perdón.
Perdón por no haberme parado a hablar con El, con mi bicicleta.
Perdón por la vida normal que he llevado y que tengo.
Perdón por mi salud, y por poder moverme sin ayuda.
Perdón por haber podido trabajar y crearme mi porvenir, mientras El, olvidado de mi, ha pasado su vida en la boca del puente, viendo pasar a los demás sin poder moverse.
Continué el trayecto para dar la vuelta en la dirección anterior, y nuevamente le vi al pasar allí sentado en el bordillo, aguantando el frío, y me fui de allí preguntando a Dios el porqué de esta situación.
No hace muchos meses, en un retiro religioso, me dijeron que “no hay que empeñarse en comprender lo que no se puede comprender”.
Quizás esta sea una de esas cosas incomprensibles, pero cuesta entender que Dios permita que una de sus criaturas viva una vida arrastrándose sobre sus muletas.
En fin amigos de este apreciado Foro, así lo he vivido, y así os hago partícipes de ello…
Os mando cordiales saludos que se extienden hasta las Antípodas.
Manuel.
Han pasado 45 años, y nuevamente he vuelto a pasar por el puente ya regulado por semáforos, y lo que menos esperaba era encontrar en su entrada-salida al “niño” paralítico. Ahora está sentado en un bordillo y recoge las monedas que le lanzan los automovilistas al pasar.
He seguido hasta la primera glorieta para dar la vuelta y ponerme en su lado para verlo de cerca, y darle algo de dinero, y parando peligrosamente a su lado, a través de la ventanilla abierta se lo he dado contemplando su cara curtida y arrugada, aviejada y descuidada, sus ojos pequeños y tristes, sus ropas pobres, las perneras de su pantalón como vacías…se ha levantado para recoger el dinero sobre sus pobres muletas, y me ha dicho, “gracias, que Dios se lo pague”, mientras yo, mentalmente le pedía perdón.
Perdón por no haberme parado a hablar con El, con mi bicicleta.
Perdón por la vida normal que he llevado y que tengo.
Perdón por mi salud, y por poder moverme sin ayuda.
Perdón por haber podido trabajar y crearme mi porvenir, mientras El, olvidado de mi, ha pasado su vida en la boca del puente, viendo pasar a los demás sin poder moverse.
Continué el trayecto para dar la vuelta en la dirección anterior, y nuevamente le vi al pasar allí sentado en el bordillo, aguantando el frío, y me fui de allí preguntando a Dios el porqué de esta situación.
No hace muchos meses, en un retiro religioso, me dijeron que “no hay que empeñarse en comprender lo que no se puede comprender”.
Quizás esta sea una de esas cosas incomprensibles, pero cuesta entender que Dios permita que una de sus criaturas viva una vida arrastrándose sobre sus muletas.
En fin amigos de este apreciado Foro, así lo he vivido, y así os hago partícipes de ello…
Os mando cordiales saludos que se extienden hasta las Antípodas.
Manuel.