Como os contaba ayer, sobre las 14’00 horas empezó a llegar gente a la plaza, en las Eras Altas, donde en la nave de Andrés Alcañiz, prestada por éste, se había montado a la entrada una barra de bar que en todo momento estuvo atendida por 3 jóvenes de 17 a 20 años, primos entre ellos, de apellido Barrios, y un cuarto joven nieto de Arsenio Lucas, que fueron en todo momento un auténtico lujo de camareros por su diligencia y simpatía.
Al fondo de la nave se había montado una larga mesa donde las mujeres principalmente pelaban ajos, partían tomates y colaboraban en lo que el chef principal que hacía las gigantescas paellas, les mandaba.
Entre la barra y la mesa descrita, habían montado 4 filas de mesas en las que pudimos comer cómodamente sentados, unos 190 comensales.
El ambiente os lo podéis imaginar, besos abrazos, encuentros con compañeros de colegio ya jubilados o en puertas de hacerlo, personas mayores del pueblo, que sentados saludaban y eran saludados, fotógrafos que recogían en sus cámaras rostros y detalles para el recuerdo, y los distintos pasos que el cocinero seguía en su trabajo, ahora echa el pollo y lo refríe, ahora echa condimentos, luego el agua, luego el arroz, remueve suavemente y echa colorante, ahora manda a las ayudantes que echen los gambones o langostinos después…los fotógrafos, sin estorbar a nadie, no paraban de disparar guardando en sus recámaras todos los pasos de la elaboración de la comida, fotografiaban también a las mujeres sorprendiéndolas, “oye tú, no vale, mira con que pelos me has cogido…” decía alguna con su mejor sonrisa, pasaban el objetivo una y otra vez por la barra, en la que charlaban dos de Castellón con uno que vive en el pueblo y otro, marido de una paisana que viven en Madrid.
Manos con el botellín al frente, y brazos al hombro del amigo, y ¡ZAS! Otra foto, así una y otra vez, los fotógrafos hacían su labor. Ahora cogen a unos jóvenes, chicos y chicas, que hace dos años solamente casi se ignoraban, y ahora se intercambian miradas de complicidad y se sonríen entre sí, sin saber bien el motivo, pero da gusto verlos, y ahora le hacen una foto a un matrimonio que llega lentamente, un poco encorvados y fatigados por el esfuerzo de subir la cuesta, y el fotógrafo los ve en su imaginación hace solamente cinco años, bailando en la fiesta del Cristo, tan tiesos. ¡Maldita artritis!
Separada de la barra unos tres metros, hay una mesa, encima de la cual se han colocado dos grandes depósitos (creo que de 50 litros) provistos de grifo. (También hay una buena provisión de vasos de polietileno) Estan llenos de Zurra uno de ellos, y de Agua de Valencia el otro. Uno blanco y otro tinto, y cada cual se sirve a su gusto cuantas veces quiere. A continuación de esta mesa Arsenio Lucas se está encargando de calentar dos grandes sartenes con la caldereta de jabalí, y aprovecha el momento que cree que nadie le ve para echarles su elíxir secreto, para que nos chupemos los dedos, como así hacemos. Los maestros saben bien lo que hacen.
Los organizadores, bajo la férrea disciplina del organizador principal, Julián Barrios, que no para de dar órdenes y mas órdenes hasta quedarse ronco, mandan a la gente sentarse pues las paellas están en su punto.
Al centro de las mesas se han puesto platos con salchichón y cuñas de buen queso, barras de pan, botellas de vino y botellitas de agua, y ahora un montón de voluntarias ponen fuentes con caldereta de corzo y jabalí de nuestros montes, antaño pelados por utilizar la leña como combustible para todo, y hoy llenos de maleza y vegetación que hace que proliferen y vivan allí, este tipo de animales. Esta carne es donada para la Fiesta de la Cruz por los cazadores.
Las voluntarias, que se mueven por entre las mesas como profesionales, de la hostelería, van desde las paelleras con los platos llenos de paella, hasta los comensales, sirviéndoles con el mayor agrado.
La comida, de lujo. El ambiente, de lujo. El hermanamiento, total.
A los postres se reparten naranjas para todo el que quiere, y la sorpresa llega de pronto en forma de roscón de Reyes partido en generosas raciones y acompañado de café.
No se olvidan los organizadores de la gente mayor o enferma que no ha podido asistir, y son llevadas a sus casas las viandas. Bien, bien y bien.
Mañana termino amigos
Manuel.
Al fondo de la nave se había montado una larga mesa donde las mujeres principalmente pelaban ajos, partían tomates y colaboraban en lo que el chef principal que hacía las gigantescas paellas, les mandaba.
Entre la barra y la mesa descrita, habían montado 4 filas de mesas en las que pudimos comer cómodamente sentados, unos 190 comensales.
El ambiente os lo podéis imaginar, besos abrazos, encuentros con compañeros de colegio ya jubilados o en puertas de hacerlo, personas mayores del pueblo, que sentados saludaban y eran saludados, fotógrafos que recogían en sus cámaras rostros y detalles para el recuerdo, y los distintos pasos que el cocinero seguía en su trabajo, ahora echa el pollo y lo refríe, ahora echa condimentos, luego el agua, luego el arroz, remueve suavemente y echa colorante, ahora manda a las ayudantes que echen los gambones o langostinos después…los fotógrafos, sin estorbar a nadie, no paraban de disparar guardando en sus recámaras todos los pasos de la elaboración de la comida, fotografiaban también a las mujeres sorprendiéndolas, “oye tú, no vale, mira con que pelos me has cogido…” decía alguna con su mejor sonrisa, pasaban el objetivo una y otra vez por la barra, en la que charlaban dos de Castellón con uno que vive en el pueblo y otro, marido de una paisana que viven en Madrid.
Manos con el botellín al frente, y brazos al hombro del amigo, y ¡ZAS! Otra foto, así una y otra vez, los fotógrafos hacían su labor. Ahora cogen a unos jóvenes, chicos y chicas, que hace dos años solamente casi se ignoraban, y ahora se intercambian miradas de complicidad y se sonríen entre sí, sin saber bien el motivo, pero da gusto verlos, y ahora le hacen una foto a un matrimonio que llega lentamente, un poco encorvados y fatigados por el esfuerzo de subir la cuesta, y el fotógrafo los ve en su imaginación hace solamente cinco años, bailando en la fiesta del Cristo, tan tiesos. ¡Maldita artritis!
Separada de la barra unos tres metros, hay una mesa, encima de la cual se han colocado dos grandes depósitos (creo que de 50 litros) provistos de grifo. (También hay una buena provisión de vasos de polietileno) Estan llenos de Zurra uno de ellos, y de Agua de Valencia el otro. Uno blanco y otro tinto, y cada cual se sirve a su gusto cuantas veces quiere. A continuación de esta mesa Arsenio Lucas se está encargando de calentar dos grandes sartenes con la caldereta de jabalí, y aprovecha el momento que cree que nadie le ve para echarles su elíxir secreto, para que nos chupemos los dedos, como así hacemos. Los maestros saben bien lo que hacen.
Los organizadores, bajo la férrea disciplina del organizador principal, Julián Barrios, que no para de dar órdenes y mas órdenes hasta quedarse ronco, mandan a la gente sentarse pues las paellas están en su punto.
Al centro de las mesas se han puesto platos con salchichón y cuñas de buen queso, barras de pan, botellas de vino y botellitas de agua, y ahora un montón de voluntarias ponen fuentes con caldereta de corzo y jabalí de nuestros montes, antaño pelados por utilizar la leña como combustible para todo, y hoy llenos de maleza y vegetación que hace que proliferen y vivan allí, este tipo de animales. Esta carne es donada para la Fiesta de la Cruz por los cazadores.
Las voluntarias, que se mueven por entre las mesas como profesionales, de la hostelería, van desde las paelleras con los platos llenos de paella, hasta los comensales, sirviéndoles con el mayor agrado.
La comida, de lujo. El ambiente, de lujo. El hermanamiento, total.
A los postres se reparten naranjas para todo el que quiere, y la sorpresa llega de pronto en forma de roscón de Reyes partido en generosas raciones y acompañado de café.
No se olvidan los organizadores de la gente mayor o enferma que no ha podido asistir, y son llevadas a sus casas las viandas. Bien, bien y bien.
Mañana termino amigos
Manuel.