Hola paisanos; Como ya estamos inmersos en Navidades (según, el Corteingles) os voy a contar un cuento Navideño.
Pues señor, existía en una ciudad de provincias de nombre desconocido un precioso Belén que habían construido unos niños muy competitivos.
Allí las lavanderas lavaban la ropa en un río de papel de plata y les quedaba como los chorros del oro. Todas aquellas lavanderas de aquel Belén de serrín y musgo poseían lavadoras-centrifugadoras automáticas, pero ellas preferían lavar en aquel río de papel de plata porque así las lavadoras automáticas no se les estropeaban nunca y no tenían que llamar al técnico. También había allí pescadores echando sus anzuelos y sacando hermosos peces de arcilla que luego devolvían al río, pues ya me dirán ustedes como se puede cocinar un pescado de arcilla, aunque uno sea el Bulli, pongo por caso. Además los pescadores eran vegetarianos y comían cañamones salteados con salsa de arándanos.
También picoteaban por allí enormes gallos que eran mas grandes que los propios camellos y se daban mucha importancia. Los camellos se disculpaban diciendo que ellos no eran pequeños, que lo que pasaba es que estaban lejos, pero eso evidentemente era una camellez.
Al lado del Niño Jesús, la Virgen y San José pacía una mula muy preparada y limpia (que con el tiempo resultó ser la abuela de la Mula Francis), y también una prudente vaca lechera.
— Pienso, luego existo -decía sentenciosa aquella vaca cuando le traían el pienso mañanero.
Tan inteligente era aquella vaca (a la que llamaremos solamente V. para preservar su identidad) que hacía los deberes a todos los niños del Belén, y los quebrados y las raíces cuadradas. También se sabía los cabos, los ríos, los afluentes y los golfos de España y Nazareth (y eso que los golfos de España eran muchísimos). Para ello a veces se servía de la Wikipedia de Judea y del calendario Zaragozano.
Pero poco a poco aquel bóvido prudente y de amueblado cerebro fue perdiendo la razón y nadie sabía por qué, y empezó a pronunciar notables dislates. Un día sorprendió a la concurrencia asegurando que el hombre no era un lobo para el hombre, y que le constaba que era bueno por naturaleza. Ante aquellas extravagancias totalmente fuera de lugar, San José estaba francamente preocupado pues no dejaba de ser un peligro tener aquella vaca mochales junto al divino Niño entre las pajas.
Otro día afirmó que el pleno empleo iba a ser una realidad en cinco años en España y que los beneficios de la banca le parecían justos, equilibrados y discretos.
¿Y que ocurría, queridos niños? Pues que al fin se supo que el malvado rey Herodes en su horrible castillo de cartón-piedra fabricaba piensos para animales con toda clase de mondongos de otras vacas de otros Belenes, vendiendo estas venenosas harinas a San José, que como todo el mundo sabe no se enteraba de nada, y que luego éste con toda su buena fe se las daba a su vaca V., que enloquecía por momentos.
Finalmente dijo algo aquella vaca que colmó la paciencia de propios y extraños:
— No solamente ya se vislumbra en el país la salida de la crisis y brotes verdes por doquier, sino que todos los habitantes del belén en breve podrán disfrutar de unas magníficas vacaciones en Venecia montados en góndolas, visitando ricos palacetes, y todo sufragado por una transparente Caja de Ahorros modélica, tal como antaño hicieron sus consejeros, que eran muy viajeros.
Al día siguiente nuestra vaca ingresó en un frenopático para vacas suizas, y San José adquirió una catalítica último modelo para dar calor al divino Niño que dormía sobre las pajas, como siempre.
¿Y qué pasó con Herodes, queridos lectores? Pues nada, como era un presunto y los cargos que sobre él pesaban ya habían prescrito, continuó forrándose con sus piensos de mondongos. Y nunca, nunca fue procesado por ello, falleciendo de viejo en su cama de cartón piedra, rodeado por el cuidado y cariño de todos los suyos.
Moraleja: la virtud siempre será recompensada, en el supuesto de que no hubiera prescrito.
Un abrazo para todos
Juan
Pues señor, existía en una ciudad de provincias de nombre desconocido un precioso Belén que habían construido unos niños muy competitivos.
Allí las lavanderas lavaban la ropa en un río de papel de plata y les quedaba como los chorros del oro. Todas aquellas lavanderas de aquel Belén de serrín y musgo poseían lavadoras-centrifugadoras automáticas, pero ellas preferían lavar en aquel río de papel de plata porque así las lavadoras automáticas no se les estropeaban nunca y no tenían que llamar al técnico. También había allí pescadores echando sus anzuelos y sacando hermosos peces de arcilla que luego devolvían al río, pues ya me dirán ustedes como se puede cocinar un pescado de arcilla, aunque uno sea el Bulli, pongo por caso. Además los pescadores eran vegetarianos y comían cañamones salteados con salsa de arándanos.
También picoteaban por allí enormes gallos que eran mas grandes que los propios camellos y se daban mucha importancia. Los camellos se disculpaban diciendo que ellos no eran pequeños, que lo que pasaba es que estaban lejos, pero eso evidentemente era una camellez.
Al lado del Niño Jesús, la Virgen y San José pacía una mula muy preparada y limpia (que con el tiempo resultó ser la abuela de la Mula Francis), y también una prudente vaca lechera.
— Pienso, luego existo -decía sentenciosa aquella vaca cuando le traían el pienso mañanero.
Tan inteligente era aquella vaca (a la que llamaremos solamente V. para preservar su identidad) que hacía los deberes a todos los niños del Belén, y los quebrados y las raíces cuadradas. También se sabía los cabos, los ríos, los afluentes y los golfos de España y Nazareth (y eso que los golfos de España eran muchísimos). Para ello a veces se servía de la Wikipedia de Judea y del calendario Zaragozano.
Pero poco a poco aquel bóvido prudente y de amueblado cerebro fue perdiendo la razón y nadie sabía por qué, y empezó a pronunciar notables dislates. Un día sorprendió a la concurrencia asegurando que el hombre no era un lobo para el hombre, y que le constaba que era bueno por naturaleza. Ante aquellas extravagancias totalmente fuera de lugar, San José estaba francamente preocupado pues no dejaba de ser un peligro tener aquella vaca mochales junto al divino Niño entre las pajas.
Otro día afirmó que el pleno empleo iba a ser una realidad en cinco años en España y que los beneficios de la banca le parecían justos, equilibrados y discretos.
¿Y que ocurría, queridos niños? Pues que al fin se supo que el malvado rey Herodes en su horrible castillo de cartón-piedra fabricaba piensos para animales con toda clase de mondongos de otras vacas de otros Belenes, vendiendo estas venenosas harinas a San José, que como todo el mundo sabe no se enteraba de nada, y que luego éste con toda su buena fe se las daba a su vaca V., que enloquecía por momentos.
Finalmente dijo algo aquella vaca que colmó la paciencia de propios y extraños:
— No solamente ya se vislumbra en el país la salida de la crisis y brotes verdes por doquier, sino que todos los habitantes del belén en breve podrán disfrutar de unas magníficas vacaciones en Venecia montados en góndolas, visitando ricos palacetes, y todo sufragado por una transparente Caja de Ahorros modélica, tal como antaño hicieron sus consejeros, que eran muy viajeros.
Al día siguiente nuestra vaca ingresó en un frenopático para vacas suizas, y San José adquirió una catalítica último modelo para dar calor al divino Niño que dormía sobre las pajas, como siempre.
¿Y qué pasó con Herodes, queridos lectores? Pues nada, como era un presunto y los cargos que sobre él pesaban ya habían prescrito, continuó forrándose con sus piensos de mondongos. Y nunca, nunca fue procesado por ello, falleciendo de viejo en su cama de cartón piedra, rodeado por el cuidado y cariño de todos los suyos.
Moraleja: la virtud siempre será recompensada, en el supuesto de que no hubiera prescrito.
Un abrazo para todos
Juan