• Van a hacer una huelga de pelotas caídas próximamente. O sea, que dejarán los campos vacíos y nadie podrá acudir a gritar ni a mover banderas. Los aficionados no tendrán ese día la posibilidad de evadirse ni de desahogarse. No se insultara a los árbitros por soplar los pitos. Ni habrá goles. Cientos de miles de individuos matarán el tiempo de otra forma…
Sin ahogar las penas en el alcohol de los graderíos. Sin ver en la tele las jugadas de sus héroes con botas. Y sin escuchar en la radio las rondas informativas, que anestesian a los oyentes, o el mareante partido de la jornada. ¡Qué horror, Dios mío! No hay derecho. No se puede permitir una huelga de esta clase…
La indignación podría alcanzar cotas que no alcanzan otras indignaciones con mayor motivo. Será el caos. Un hecho insoportable. La gente desesperada se subirá por las paredes o incluso se lanzará por los balcones. Un país civilizado no debe permitir una desgracia como ésta.
Vale que te atropellen por otras razones. Bien está que te estafen o que te las den todas en la misma mejilla o en las dos mejillas. Pero una huelga de fútbol no se puede consentir. Ahora bien, es comprensible que los pobres futbolistas puedan lanzar protestas.
Tienen empleos de calidad baja, bajos salarios, sufren una fuerte presión fiscal, trabajan muchas horas… Hasta los sábados y domingos. Ni suelen conciliar bien sus labores en la cancha y en los entrenamientos con su vida particular, social o familiar.
Por todo ello es perfectamente comprensible una huelga de pelotas caídas a pesar de los graves inconvenientes para la hambrienta hinchada. Además, exigen diálogo social en el reparto de derechos de televisión y otros detalles meramente corporativistas.
La mejor solución consiste en una cosa. Que estos muchachos hagan huelga indefinida. Que la población dedique su ocio a otras cuestiones más edificantes y que demuestre su hartazgo por otros asuntos en las urnas
Pero no os preocupéis que este problema tan importante para España y por el interés particular de unos y otros tendrá solución, y no como otros
Del pueblo sin noticias
UNO MAS
Sin ahogar las penas en el alcohol de los graderíos. Sin ver en la tele las jugadas de sus héroes con botas. Y sin escuchar en la radio las rondas informativas, que anestesian a los oyentes, o el mareante partido de la jornada. ¡Qué horror, Dios mío! No hay derecho. No se puede permitir una huelga de esta clase…
La indignación podría alcanzar cotas que no alcanzan otras indignaciones con mayor motivo. Será el caos. Un hecho insoportable. La gente desesperada se subirá por las paredes o incluso se lanzará por los balcones. Un país civilizado no debe permitir una desgracia como ésta.
Vale que te atropellen por otras razones. Bien está que te estafen o que te las den todas en la misma mejilla o en las dos mejillas. Pero una huelga de fútbol no se puede consentir. Ahora bien, es comprensible que los pobres futbolistas puedan lanzar protestas.
Tienen empleos de calidad baja, bajos salarios, sufren una fuerte presión fiscal, trabajan muchas horas… Hasta los sábados y domingos. Ni suelen conciliar bien sus labores en la cancha y en los entrenamientos con su vida particular, social o familiar.
Por todo ello es perfectamente comprensible una huelga de pelotas caídas a pesar de los graves inconvenientes para la hambrienta hinchada. Además, exigen diálogo social en el reparto de derechos de televisión y otros detalles meramente corporativistas.
La mejor solución consiste en una cosa. Que estos muchachos hagan huelga indefinida. Que la población dedique su ocio a otras cuestiones más edificantes y que demuestre su hartazgo por otros asuntos en las urnas
Pero no os preocupéis que este problema tan importante para España y por el interés particular de unos y otros tendrá solución, y no como otros
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