La Siega. Año 1950
- ¿Falta mucho padre?
- Aun falta bastante, Vicentillo. Trata de dormir, hijo, y calla, que vas a despertar a tu madre…
Está amaneciendo cuando el carro entoldado tirado por una mula que el padre lleva del ramal avanza lentamente por el polvoriento camino de la provincia de Cuenca, en Castilla la Nueva. En su interior, Vicentillo, un chavalillo espabilao donde los haya, de diez años de edad, apodado “el Jarete” por su pelo rubio pajizo, se arrebuja en su manta, al lado de su madre, y a su alrededor, en la estructura de madera del entoldado, colgados de clavos o atados con soguillos de esparto van sartenes, paletas, botijos, botas de vino y hoces afiladas.
También cuelgan zoquetas de madera, manojos de soguillos, largas sogas de esparto y pita, y piedra de afilar, dos faroles y viejos y muy usados sombreros de paja, y apilados en el suelo del carro, tres cajones de madera, con tapa.
El primero contiene, las mudas de ropa que han de usar todos los miembros de la familia durante el tiempo que dure su periplo de verano.
El segundo cajón contiene mantas de borra para mitigar en las madrugadas el frescor de los campos manchegos y para protegerse de las posibles tormentas de verano.
En el tercer cajón, cuidadosamente colocados, viajan dos pucheros de barro de dos y cinco litros para cocinar, si menester fuera, un almirez de madera y tarros de barro de boca ancha y tapón de corcho, conteniendo especias para cocinar como tomillo, romero, ajos, laurel, pimentón, sal, azúcar, alcaravea, orégano, y harinas de trigo y de almortas, además de media arroba de patatas, tres kilos de judías pintas, tres de garbanzos de su cosecha, una talega de arroz de dos kilos aproximadamente, y otra que contiene huesos curados de pernil, para dar sustancia a los guisos.
Estas viandas las usarán durante los traslados desde su pueblo natal, Cabezamesada, de la provincia de Toledo, hasta llegar a sus destinos: primero Huete, y después la Ventosa, ambos en la provincia de Cuenca, porque con el ajuste de su trabajo con los diferentes amos, llevan incluida la manutención de ellos y de sus animales, mientras duren los trabajos.
También van tarros con hierbas para curar y aliviar dolencias como: eucalipto, albahaca, mejorana y anís estrellado, y botellas de cristal de la gaseosa con tapón de alambre a presión, que contienen aceite de oliva y alcohol, necesarios para las friegas que sin duda tendrán que darse en los riñones, después del duro trabajo que les espera. Acarrean además una garrafa de media arroba forrada de esparto llena de vino y otra de dos cuartillos de vinagre tinto que elabora Vicente con las uvas de su majuelo, y una vieja palangana de chapa esmaltada, con algún desconchón.
Atado en un lateral del carro por el exterior, llevan unas trébedes, un barreño grande de zinc y una tabla de lavar, así como un talego de lona con varios trozos de jabón del que hace la Paca con los aceites sobrantes de las frituras.
A su lado en otro talego van dos piedras de unos dos kilos de sal cada una, que las mulas lamerán al final de cada jornada, o en días alternos.
En el otro lateral van atados a la estructura del carro un hacha, un pico, un palón, una pala, dos horcas de madera, y varios sacos de esparto enrollados, además de un costal de lona con media fanega de cebada para dar de comer a las mulas, durante los viajes.
Atada con una vieja correa con hebilla va una caja metálica que contiene hilos de pita y bramante, una lezna y agujas grandes y gruesas que servirán para reparar las abarcas de suela de goma y tiras de cuero que todos calzan, así como las roturas de los sacos, albarda y alforjas si estos se rompieran. Dentro de esta caja va otra más pequeña con agujas e hilos más finos para coser calcetines, camisas y pantalones.
Atada al carro por su parte trasera, va otra mula aparejada con albarda, y lleva unas aguaderas con cuatro cántaros de barro que van rellenando de agua por los sitios que pasan, para beber tanto las personas como los animales. Encima de las aguaderas van colocadas unas alforjas que contienen cuatro panes redondos de la última hornada que hizo la Paca hace diez días y un trozo de tocino salado entreverado tan grande como un pan.
Los acompañantes del Jarete, son su padre, que se llama también Vicente, de cuarenta y dos años, labrador por cuenta propia, y su madre Francisca, la Paca le llaman en su pueblo, de cuarenta años de edad, casada con Vicente desde hace veinte años. Tienen dos hijos más, Teodoro de diecinueve años, mozo de mulas en una hacienda de su pueblo, y Paquita de dieciséis años empleada como criada interna en la misma hacienda que su hermano.
En su pueblo toledano viven en la casa de los padres de Vicente, ya mayores, a los que cuidan. Tiene una cuadra para las mulas, una corte para dos cerdos y un pequeño corral para sus gallinas y conejos y una hectárea de terreno en pequeñas parcelas diseminadas por el término que serán suyas cuando falten sus respectivos padres y las hereden, lo mismo que las ochenta olivas que les dan el aceite necesario para su gasto anual. El resto del terreno necesario para conseguir el sustento del año, lo tienen en arriendo pero las cosechas, año tras año, no les dan lo suficiente para vivir dignamente, así que cada año por estas fechas se contratan como jornaleros segadores.
Durante su ausencia cuidan de las gallinas y conejos los abuelos, ayudados a ratos perdidos por los dos hijos que quedaron en el pueblo, Teodoro y Paquita.
En una cartera de cuero, vieja y desgastada por el paso de los años y el uso, y guardada debajo del asiento del conductor del carro, llevan sus tesoros que se componen de cinco billetes de cinco pesetas, o sea, veinticinco pesetas, que pidieron prestadas al boticario de su pueblo antes de salir de viaje y al que tendrán que devolver cinco pesetas más a la vuelta. Su segundo tesoro lo compone la documentación imprescindible para viajar por los campos de España en esos años, patrullados por numerosas parejas de la Guardia Civil, con la orden de terminar, o mejor dicho exterminar, a los bandoleros que se esconden en los montes desde la Guerra Civil, a los que llaman Maquis.
Desde el inicio, su viaje ha sido varias veces interrumpido por la Guardia Civil, que salen de cualquier recodo del camino con sus grandes caballos, y tras pedirles que se identifiquen, y el motivo de su viaje, sin bajarse de los mismos, levantan la lona trasera del carro para ver lo que llevan.
Este es el cuarto día de caminar desde que salieron de su pueblo, y hoy llegarán a su primer destino: Huete, un pueblo de Cuenca de cierta importancia a juzgar por el número de sus habitantes.
En la noche del segundo día, a eso de la media noche, cuando estaban durmiendo, se presentaron de improviso dos hombres pobremente vestidos y peor calzados, que les despertaron a punta de fusil.
- ¿Falta mucho padre?
- Aun falta bastante, Vicentillo. Trata de dormir, hijo, y calla, que vas a despertar a tu madre…
Está amaneciendo cuando el carro entoldado tirado por una mula que el padre lleva del ramal avanza lentamente por el polvoriento camino de la provincia de Cuenca, en Castilla la Nueva. En su interior, Vicentillo, un chavalillo espabilao donde los haya, de diez años de edad, apodado “el Jarete” por su pelo rubio pajizo, se arrebuja en su manta, al lado de su madre, y a su alrededor, en la estructura de madera del entoldado, colgados de clavos o atados con soguillos de esparto van sartenes, paletas, botijos, botas de vino y hoces afiladas.
También cuelgan zoquetas de madera, manojos de soguillos, largas sogas de esparto y pita, y piedra de afilar, dos faroles y viejos y muy usados sombreros de paja, y apilados en el suelo del carro, tres cajones de madera, con tapa.
El primero contiene, las mudas de ropa que han de usar todos los miembros de la familia durante el tiempo que dure su periplo de verano.
El segundo cajón contiene mantas de borra para mitigar en las madrugadas el frescor de los campos manchegos y para protegerse de las posibles tormentas de verano.
En el tercer cajón, cuidadosamente colocados, viajan dos pucheros de barro de dos y cinco litros para cocinar, si menester fuera, un almirez de madera y tarros de barro de boca ancha y tapón de corcho, conteniendo especias para cocinar como tomillo, romero, ajos, laurel, pimentón, sal, azúcar, alcaravea, orégano, y harinas de trigo y de almortas, además de media arroba de patatas, tres kilos de judías pintas, tres de garbanzos de su cosecha, una talega de arroz de dos kilos aproximadamente, y otra que contiene huesos curados de pernil, para dar sustancia a los guisos.
Estas viandas las usarán durante los traslados desde su pueblo natal, Cabezamesada, de la provincia de Toledo, hasta llegar a sus destinos: primero Huete, y después la Ventosa, ambos en la provincia de Cuenca, porque con el ajuste de su trabajo con los diferentes amos, llevan incluida la manutención de ellos y de sus animales, mientras duren los trabajos.
También van tarros con hierbas para curar y aliviar dolencias como: eucalipto, albahaca, mejorana y anís estrellado, y botellas de cristal de la gaseosa con tapón de alambre a presión, que contienen aceite de oliva y alcohol, necesarios para las friegas que sin duda tendrán que darse en los riñones, después del duro trabajo que les espera. Acarrean además una garrafa de media arroba forrada de esparto llena de vino y otra de dos cuartillos de vinagre tinto que elabora Vicente con las uvas de su majuelo, y una vieja palangana de chapa esmaltada, con algún desconchón.
Atado en un lateral del carro por el exterior, llevan unas trébedes, un barreño grande de zinc y una tabla de lavar, así como un talego de lona con varios trozos de jabón del que hace la Paca con los aceites sobrantes de las frituras.
A su lado en otro talego van dos piedras de unos dos kilos de sal cada una, que las mulas lamerán al final de cada jornada, o en días alternos.
En el otro lateral van atados a la estructura del carro un hacha, un pico, un palón, una pala, dos horcas de madera, y varios sacos de esparto enrollados, además de un costal de lona con media fanega de cebada para dar de comer a las mulas, durante los viajes.
Atada con una vieja correa con hebilla va una caja metálica que contiene hilos de pita y bramante, una lezna y agujas grandes y gruesas que servirán para reparar las abarcas de suela de goma y tiras de cuero que todos calzan, así como las roturas de los sacos, albarda y alforjas si estos se rompieran. Dentro de esta caja va otra más pequeña con agujas e hilos más finos para coser calcetines, camisas y pantalones.
Atada al carro por su parte trasera, va otra mula aparejada con albarda, y lleva unas aguaderas con cuatro cántaros de barro que van rellenando de agua por los sitios que pasan, para beber tanto las personas como los animales. Encima de las aguaderas van colocadas unas alforjas que contienen cuatro panes redondos de la última hornada que hizo la Paca hace diez días y un trozo de tocino salado entreverado tan grande como un pan.
Los acompañantes del Jarete, son su padre, que se llama también Vicente, de cuarenta y dos años, labrador por cuenta propia, y su madre Francisca, la Paca le llaman en su pueblo, de cuarenta años de edad, casada con Vicente desde hace veinte años. Tienen dos hijos más, Teodoro de diecinueve años, mozo de mulas en una hacienda de su pueblo, y Paquita de dieciséis años empleada como criada interna en la misma hacienda que su hermano.
En su pueblo toledano viven en la casa de los padres de Vicente, ya mayores, a los que cuidan. Tiene una cuadra para las mulas, una corte para dos cerdos y un pequeño corral para sus gallinas y conejos y una hectárea de terreno en pequeñas parcelas diseminadas por el término que serán suyas cuando falten sus respectivos padres y las hereden, lo mismo que las ochenta olivas que les dan el aceite necesario para su gasto anual. El resto del terreno necesario para conseguir el sustento del año, lo tienen en arriendo pero las cosechas, año tras año, no les dan lo suficiente para vivir dignamente, así que cada año por estas fechas se contratan como jornaleros segadores.
Durante su ausencia cuidan de las gallinas y conejos los abuelos, ayudados a ratos perdidos por los dos hijos que quedaron en el pueblo, Teodoro y Paquita.
En una cartera de cuero, vieja y desgastada por el paso de los años y el uso, y guardada debajo del asiento del conductor del carro, llevan sus tesoros que se componen de cinco billetes de cinco pesetas, o sea, veinticinco pesetas, que pidieron prestadas al boticario de su pueblo antes de salir de viaje y al que tendrán que devolver cinco pesetas más a la vuelta. Su segundo tesoro lo compone la documentación imprescindible para viajar por los campos de España en esos años, patrullados por numerosas parejas de la Guardia Civil, con la orden de terminar, o mejor dicho exterminar, a los bandoleros que se esconden en los montes desde la Guerra Civil, a los que llaman Maquis.
Desde el inicio, su viaje ha sido varias veces interrumpido por la Guardia Civil, que salen de cualquier recodo del camino con sus grandes caballos, y tras pedirles que se identifiquen, y el motivo de su viaje, sin bajarse de los mismos, levantan la lona trasera del carro para ver lo que llevan.
Este es el cuarto día de caminar desde que salieron de su pueblo, y hoy llegarán a su primer destino: Huete, un pueblo de Cuenca de cierta importancia a juzgar por el número de sus habitantes.
En la noche del segundo día, a eso de la media noche, cuando estaban durmiendo, se presentaron de improviso dos hombres pobremente vestidos y peor calzados, que les despertaron a punta de fusil.