La Paca, instintivamente abrazó al Jarete en un gesto protector, pero dándose cuenta, uno de los hombres armados le dijo:
- No tié por qué preocuparse, mujer, no venimos a dañar a nadie -y añadió- solo queremos algo de comida y saber de ande vienen y con cuántas parejas de Guardia Civil se han cruzao en el camino.
- Anda, mujer - dijo Vicente dirigiéndose a la Paca.- Dales un pan y parte un cacho del tocino que llevamos, y patatas y cebollas y algo de aceite y entrégaselo a estos hombres. Y no temas, que no vienen a hacernos nada. -Y añadió dirigiéndose al que había hablado- Con su permiso voy a sacar del carro la bota de vino para que echen un trago.
- Vale, pero yo voy con usté, y no quiero tonterías, ¿eh?- dijo uno de ellos-y le acompañó hasta el carro apuntándole con su viejo fusil, pero al ver la buena voluntad de Vicente se lo colgó del hombro y cogiendo la bota echó un buen trago y se la pasó al compañero que hizo lo mismo.
El que no había hablado aun, se acercó a la Paca y sin dejar de apuntarle con su fusil le tendió un sucio talego hecho con la mitad de un costal de lona, diciéndole: -Tome usté, eche aquí lo que ha dicho su marido y sea generosa que es mucha la necesidad.
Y la acompañó hasta el carro, vigilante.
- ¿Qué me dice de lo que le he preguntao? - quiso saber el que habló primero dirigiéndose a Vicente.
- Venimos de Cabezamesada, y en estos dos días que llevamos de camino nos han parao cuatro parejas de Guardias Civiles pa pedirnos el carné- contestó Vicente - La última vez fue al ponerse el sol –y notando el nerviosismo de los asaltantes, añadió- pero iban en dirección contraria a la que llevamos.
Al oír esto, los dos hombres se tranquilizaron, y el que habló primero preguntó mirando al Jarete, - ¿Cómo te llamas rapaz, y cuántos años tienes?
El Jarete, aunque asustado, respondió:
-Me llamo Vicente Calero, para servir a Dios y a usté, y tengo diez años.
- ¿Y ya le ayudas a tu padre en el campo?
-Sí, señor.
El asaltante con la voz quebrada dijo –eso está muy bien rapaz. –y añadió –Yo tengo un rapaciño como tú allá en mi pueblo, en Asturias. Se llama Gumersindo, y ya va para dos años que no lo veo…
- ¿No les conviene entregarse y dejar esta vida?-preguntó la Paca.
-A estas alturas, después de tantos años, si nos entregamos como han hecho otros, nos esperan trabajos forzados de por vida, o nos fusilan igual que a ellos. –Contestó el que hablaba- los que han ganao la guerra, no respetan nada. Tenemos que seguir escondíos como animales, hasta que nos llegue la hora mujer,… que no será tarde.
-Tenemos que irnos Gumer, -intervino el otro asaltante- y sin más, cogieron el talego que les preparó la Paca, más una manta y una bota llena de vino que les dio aparte, y dándoles las gracias, estrecharon la mano de Vicente, bebieron un trago de vino y se despidieron con el puño izquierdo en alto diciendo: ¡Salud! y añadiendo:
-No digan a nadie que nos han visto.
Y desaparecieron en la oscuridad y en silencio, tal como llegaron.
Después de esto, a la familia les costó dormirse, sobre todo porque el Jarete estaba muy excitado y nervioso y se empeñaba en hacerles preguntas sobre los hombres que les habían “visitado”.
- Mañana te contaré la historia de esos hombres, hijo,- le dijo su padre- pero ahora hay que dormir porque a las cinco nos vamos.
El Jarete apenas pudo dormir. Se acordaba de los grandes fusiles de los asaltantes, de sus barbas largas, y de sus ropas descosidas y rotas, de manera que en cuanto empezó la marcha no tardó en preguntar a su padre, que armándose de paciencia empezó a contarle la historia de los Maquis.
- Alguna vez nos has oído a tu madre y a mi hablar, de que en España hubo una guerra que terminó un año antes de nacer tú, ¿verdá?- empezó a decir Vicente.
- Sí, padre, pero siempre me han dicho ustés que no se habla de eso.
- Eso es, hijo,- contestó el padre- de eso es mejor no hablar, porque fue una guerra entre españoles, o sea entre hermanos, y eso da mucha pena, que los hermanos se maten unos a otros.
-Pero, padre, si era una pena, ¿Por qué alguien no la paraba? Y ¿por qué empezó?
- Verás, hijo - dijo Vicente, bajo la atenta mirada de la Paca que escuchaba también con atención.- Yo te lo voy a explicar, pero ya te advierto que hay cosas que tú no puedes entender a tu edad. El caso es -continuó el padre- que había dos bandos: unos eran los Nacionales, que eran de derechas y querían que España fuera gobernada de una forma, y los otros eran los Republicanos, que eran de izquierdas, y se les llamaba los Rojos, y querían otra forma de gobierno, de forma y manera que no se entendían, y en lugar de solucionar los problemas hablando, un mal día se liaron a tiros y así empezó la guerra entre los dos bandos, y duró tres años…
- Pero, padre, esos hombres….-dijo el Jarete interrumpiendo a su padre.
- No me interrumpas, hijo,- le atajó el padre- que no me gusta hablar de esto y…
Intervino la Paca diciendo:
- No canses a tu padre, hijo, ¿no ves que le cuesta trabajo hablar de eso?
- Deja, mujer, deja al chico que pregunte, que le informaré hasta donde yo crea menester, pues algún día tiene que saber…
Y continuó diciendo:
- El caso es, hijo, que como te digo, los dos bandos se liaron a tiros, y los Nacionales mandados por Franco que era el jefe del ejército, empezaron a matar a los Republicanos, o sea, a los Rojos, o a meterlos en la cárcel, y los Rojos hacían lo mismo con los Nacionales que caían en sus manos, y de esta forma no se podían trabajar los campos ni nada, porque cuando llegaban a un pueblo los unos o los otros, se llevaban a la fuerza reclutados a los hombres jóvenes o menos jóvenes…
El Jarete, que no se perdía una palabra de su padre, no se pudo contener y preguntó:
- ¿A usté se lo llevaron, padre?
-Sí, hijo -contestó su padre con voz triste.- Fueron los Rojos. Llegaron una noche a nuestra casa, y casi sin dejarme despedirme de tu madre y tus hermanos, me apuntaron con sus fusiles y me hicieron subir a un camión con otros hombres del pueblo, y nos llevaron a un cuartel en Teruel. Allí nos entregaron un fusil a cada uno y nos enseñaron a usarlo durante una semana, y después nos llevaron al frente a luchar contra los Nacionales.
-Pero entonces, padre, ¿usté disparaba a los Nacionales?
-Sí, hijo, pero nunca sabré, ni quiero saberlo si pude matar a alguien, porque nunca luché cuerpo a cuerpo, de manera que disparaba al bulto, sin apuntar siquiera.
-Y los que mandaban –volvió a preguntar el Jarete- también…
-Bueno basta de charla Vicentillo –intervino La Paca, dándose cuenta del trabajo que le costaba hablar a su marido- a recoger todos los ceporretes que veas en el camino para poder cocinar, y ya te contará tu padre más cosas otro día.
Vicente miró a la Paca agradeciéndole con la mirada su decisión de interrumpir su relato, y arengó a las mulas para aligerar el paso, y durante un largo tiempo el único ruido que se oyó fue el de las ruedas del carro y el de los pájaros al despertarse.
- ¿Falta mucho, padre?- vuelve a preguntar el Jarete.
- Entramos ya en la provincia de Cuenca hijo, y pararemos para que descansen las mulas, y para comer algo, y al medio día llegaremos a Huete donde nos juntaremos con otra familia de segadores que vienen desde Sacedón y nos quedaremos una semana más o menos segando con ellos.
- ¿Sabe usté padre si viene algún chico con ellos?
-Creo que viene uno de más o menos tu edad -contesta Vicente disimulando una sonrisa-, pero no sé si es chico o chica.
- A lo mejor es una chica guapa y te la echas de novia. - añade la madre que está pendiente de la conversación de ambos.
- Bah, ¡una chica! Pues vaya, ojalá que sea un chico - dice el Jarete en tono tristón.
De pronto Vicente para la mula y les hace una señal de que se callen.
- No tié por qué preocuparse, mujer, no venimos a dañar a nadie -y añadió- solo queremos algo de comida y saber de ande vienen y con cuántas parejas de Guardia Civil se han cruzao en el camino.
- Anda, mujer - dijo Vicente dirigiéndose a la Paca.- Dales un pan y parte un cacho del tocino que llevamos, y patatas y cebollas y algo de aceite y entrégaselo a estos hombres. Y no temas, que no vienen a hacernos nada. -Y añadió dirigiéndose al que había hablado- Con su permiso voy a sacar del carro la bota de vino para que echen un trago.
- Vale, pero yo voy con usté, y no quiero tonterías, ¿eh?- dijo uno de ellos-y le acompañó hasta el carro apuntándole con su viejo fusil, pero al ver la buena voluntad de Vicente se lo colgó del hombro y cogiendo la bota echó un buen trago y se la pasó al compañero que hizo lo mismo.
El que no había hablado aun, se acercó a la Paca y sin dejar de apuntarle con su fusil le tendió un sucio talego hecho con la mitad de un costal de lona, diciéndole: -Tome usté, eche aquí lo que ha dicho su marido y sea generosa que es mucha la necesidad.
Y la acompañó hasta el carro, vigilante.
- ¿Qué me dice de lo que le he preguntao? - quiso saber el que habló primero dirigiéndose a Vicente.
- Venimos de Cabezamesada, y en estos dos días que llevamos de camino nos han parao cuatro parejas de Guardias Civiles pa pedirnos el carné- contestó Vicente - La última vez fue al ponerse el sol –y notando el nerviosismo de los asaltantes, añadió- pero iban en dirección contraria a la que llevamos.
Al oír esto, los dos hombres se tranquilizaron, y el que habló primero preguntó mirando al Jarete, - ¿Cómo te llamas rapaz, y cuántos años tienes?
El Jarete, aunque asustado, respondió:
-Me llamo Vicente Calero, para servir a Dios y a usté, y tengo diez años.
- ¿Y ya le ayudas a tu padre en el campo?
-Sí, señor.
El asaltante con la voz quebrada dijo –eso está muy bien rapaz. –y añadió –Yo tengo un rapaciño como tú allá en mi pueblo, en Asturias. Se llama Gumersindo, y ya va para dos años que no lo veo…
- ¿No les conviene entregarse y dejar esta vida?-preguntó la Paca.
-A estas alturas, después de tantos años, si nos entregamos como han hecho otros, nos esperan trabajos forzados de por vida, o nos fusilan igual que a ellos. –Contestó el que hablaba- los que han ganao la guerra, no respetan nada. Tenemos que seguir escondíos como animales, hasta que nos llegue la hora mujer,… que no será tarde.
-Tenemos que irnos Gumer, -intervino el otro asaltante- y sin más, cogieron el talego que les preparó la Paca, más una manta y una bota llena de vino que les dio aparte, y dándoles las gracias, estrecharon la mano de Vicente, bebieron un trago de vino y se despidieron con el puño izquierdo en alto diciendo: ¡Salud! y añadiendo:
-No digan a nadie que nos han visto.
Y desaparecieron en la oscuridad y en silencio, tal como llegaron.
Después de esto, a la familia les costó dormirse, sobre todo porque el Jarete estaba muy excitado y nervioso y se empeñaba en hacerles preguntas sobre los hombres que les habían “visitado”.
- Mañana te contaré la historia de esos hombres, hijo,- le dijo su padre- pero ahora hay que dormir porque a las cinco nos vamos.
El Jarete apenas pudo dormir. Se acordaba de los grandes fusiles de los asaltantes, de sus barbas largas, y de sus ropas descosidas y rotas, de manera que en cuanto empezó la marcha no tardó en preguntar a su padre, que armándose de paciencia empezó a contarle la historia de los Maquis.
- Alguna vez nos has oído a tu madre y a mi hablar, de que en España hubo una guerra que terminó un año antes de nacer tú, ¿verdá?- empezó a decir Vicente.
- Sí, padre, pero siempre me han dicho ustés que no se habla de eso.
- Eso es, hijo,- contestó el padre- de eso es mejor no hablar, porque fue una guerra entre españoles, o sea entre hermanos, y eso da mucha pena, que los hermanos se maten unos a otros.
-Pero, padre, si era una pena, ¿Por qué alguien no la paraba? Y ¿por qué empezó?
- Verás, hijo - dijo Vicente, bajo la atenta mirada de la Paca que escuchaba también con atención.- Yo te lo voy a explicar, pero ya te advierto que hay cosas que tú no puedes entender a tu edad. El caso es -continuó el padre- que había dos bandos: unos eran los Nacionales, que eran de derechas y querían que España fuera gobernada de una forma, y los otros eran los Republicanos, que eran de izquierdas, y se les llamaba los Rojos, y querían otra forma de gobierno, de forma y manera que no se entendían, y en lugar de solucionar los problemas hablando, un mal día se liaron a tiros y así empezó la guerra entre los dos bandos, y duró tres años…
- Pero, padre, esos hombres….-dijo el Jarete interrumpiendo a su padre.
- No me interrumpas, hijo,- le atajó el padre- que no me gusta hablar de esto y…
Intervino la Paca diciendo:
- No canses a tu padre, hijo, ¿no ves que le cuesta trabajo hablar de eso?
- Deja, mujer, deja al chico que pregunte, que le informaré hasta donde yo crea menester, pues algún día tiene que saber…
Y continuó diciendo:
- El caso es, hijo, que como te digo, los dos bandos se liaron a tiros, y los Nacionales mandados por Franco que era el jefe del ejército, empezaron a matar a los Republicanos, o sea, a los Rojos, o a meterlos en la cárcel, y los Rojos hacían lo mismo con los Nacionales que caían en sus manos, y de esta forma no se podían trabajar los campos ni nada, porque cuando llegaban a un pueblo los unos o los otros, se llevaban a la fuerza reclutados a los hombres jóvenes o menos jóvenes…
El Jarete, que no se perdía una palabra de su padre, no se pudo contener y preguntó:
- ¿A usté se lo llevaron, padre?
-Sí, hijo -contestó su padre con voz triste.- Fueron los Rojos. Llegaron una noche a nuestra casa, y casi sin dejarme despedirme de tu madre y tus hermanos, me apuntaron con sus fusiles y me hicieron subir a un camión con otros hombres del pueblo, y nos llevaron a un cuartel en Teruel. Allí nos entregaron un fusil a cada uno y nos enseñaron a usarlo durante una semana, y después nos llevaron al frente a luchar contra los Nacionales.
-Pero entonces, padre, ¿usté disparaba a los Nacionales?
-Sí, hijo, pero nunca sabré, ni quiero saberlo si pude matar a alguien, porque nunca luché cuerpo a cuerpo, de manera que disparaba al bulto, sin apuntar siquiera.
-Y los que mandaban –volvió a preguntar el Jarete- también…
-Bueno basta de charla Vicentillo –intervino La Paca, dándose cuenta del trabajo que le costaba hablar a su marido- a recoger todos los ceporretes que veas en el camino para poder cocinar, y ya te contará tu padre más cosas otro día.
Vicente miró a la Paca agradeciéndole con la mirada su decisión de interrumpir su relato, y arengó a las mulas para aligerar el paso, y durante un largo tiempo el único ruido que se oyó fue el de las ruedas del carro y el de los pájaros al despertarse.
- ¿Falta mucho, padre?- vuelve a preguntar el Jarete.
- Entramos ya en la provincia de Cuenca hijo, y pararemos para que descansen las mulas, y para comer algo, y al medio día llegaremos a Huete donde nos juntaremos con otra familia de segadores que vienen desde Sacedón y nos quedaremos una semana más o menos segando con ellos.
- ¿Sabe usté padre si viene algún chico con ellos?
-Creo que viene uno de más o menos tu edad -contesta Vicente disimulando una sonrisa-, pero no sé si es chico o chica.
- A lo mejor es una chica guapa y te la echas de novia. - añade la madre que está pendiente de la conversación de ambos.
- Bah, ¡una chica! Pues vaya, ojalá que sea un chico - dice el Jarete en tono tristón.
De pronto Vicente para la mula y les hace una señal de que se callen.