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LA VENTOSA: Ellos le miran sorprendidos y cuando van a preguntar...

Ellos le miran sorprendidos y cuando van a preguntar qué es lo que pasa, Vicente les hace una seña poniendo el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios…chisssssssssss…
De la manera más natural, Vicente descuelga una vara larga y flexible del lateral del carro, y con ella apoyada en su hombro izquierdo, y cogida por un extremo con su mano derecha, avanza tranquilamente unos pasos por el camino, bajo la mirada atenta de la Paca y el Jarete, que no pierden detalle de sus movimientos, y de pronto ¡zas!, la vara es volteada con celeridad y golpea entre las hierbas del camino. Ha cazado una liebre que estaba encamada entre esas hierbas del camino.
El Jarete, que no se ha perdido detalle de los movimientos de su padre, salta del carro y va corriendo hasta la liebre, y cogiéndola de las patas traseras la levanta diciendo a voz en grito:
- ¡Odooo madreeee, madreeee, mire usté qué liebre ha cazao padre, mire, mire que grandeeee…!!
- Vamos, hijo,- dice Vicente mientras tira del ramal de la mula para reanudar el viaje- dásela a tu madre para que la limpie, y verás qué arroz nos va a hacer con ella.
El Jarete entrega la liebre a su madre, que la recibe sopesándola y comenta, mirando a su hijo con amorosa sonrisa:
- ¡Odo, sí que es grande! - y cogiendo un barreño, pone la liebre dentro y le abre el vientre para sacarle las vísceras, evitando así que se estropee, pero el Jarete excitado, ya no monta en el carro.
Coge el barreño que le tiende su madre, y después de tirar las tripas de la liebre al lado del camino para que se las coman los animales del campo, como las hurracas o los cuervos, entrega el barreño a su madre, después de limpiarlo escrupulosamente restregándole hierbas secas, se pone andando al lado de su padre y le asaetea a preguntas, impaciente por saber.
-Padre, ¿cómo sabía usté que la liebre estaba allí? ¿Y por qué no se dio más prisa para cazarla? ¿Y por qué la liebre no se movió? ¿cómo sabía usté que no se iba a escapar? ¿y, y, y…?
.-Vaaale, vaaaaale, Vicentillo. Vale, hijo, para ya, que yo te lo explico -contesta el padre riendo-. Mira, cuando hemos pasado esa curva que dejamos atrás, he visto por casualidad moverse las orejas de la liebre y entonces hemos parado. No había prisa, ya que la liebre estaba de cara al sol, estaría medio dormida a esta hora, y tendría los ojos cerrados, y además las liebres, no se mueven aunque las pises, al contrario de los conejos que en cuanto oyen el menor ruido salen pitando.
Vicentillo, maravillado de lo que su padre sabía, se quedó pensativo mientras andaba a su lado.
Lentamente, entre los sonidos chirriantes de las grandes ruedas del carro y el agudo cantar de las cigarras, iban avanzando por las grandes llanuras manchegas, por zigzagueantes y polvorientos caminos, entre sembrados de rubio trigo a punto de ser segado, bajo un sol que ya empezaba a calentar fuerte a tan temprana hora.
Aparecieron ante sus ojos unas grandes piedras entre las que había varias carrascas cargadas de bellotas verdes, en las que anidaban unas urracas que levantaron el vuelo dejando su nido al acercarse ellos, y allí pararon para almorzar.
Vicente soltó a la mula del carro y descargó los cántaros y alforjas de la otra, y buscando un hueco cóncavo en la piedra echó dos grandes puñados de cebada y las puso a comer.
No las desaparejó, ni les quitó los arreos, pues marcharían en una hora más o menos, y mientras esto hacía, la Paca, que bajó del carro nada mas parar, sin perder un segundo hizo un círculo con unas piedras, y bajando del carro los ceporretes que el Jarete había recogido por el camino, encendió fuego entre las piedras, y se puso a hacer unas migas duras con ajo y pimentón, que comieron en la misma sartén acompañadas de unas tajadas de tocino seco.
Terminado el almuerzo, Vicente le dijo al Jarete:
- Echa tierra encima del rescoldo y asegúrate de que las ascuas se apagan totalmente.
Fue a coger tierra el Jarete entre las piedras, y de pronto se quedó quieto como una estatua, con la mirada fija en una de ellas.
Su madre al verlo tan tieso se asustó, y fue hacia él mientras le decía:- ¿qué te pasa hijo?- pero mientras avanzaba se dio cuenta de la quietud del Jarete, que era ni más ni menos que un gran lagarto verde encima de la piedra.
La Paca no pudo contener una carcajada mientras le decía: -No pasa nada hijo, te puedes mover que no te va a morder.
- ¿Seguro madre, y si me muevo no me salta encima?- dijo el Jarete.
-No hijo, el lagarto está tomando el sol medio dormido, y si estuviera despierto, se había ido. Pero coge tierra de otro sitio, anda.
Oído esto el Jarete se movió hacia atrás despacio, y sin perder de vista al lagarto, que seguía con los ojos cerrados tomando el primer sol de la calurosa mañana, ajeno al ajetreo de los viajeros.
Vicente ayudó a su mujer a desollar la liebre, después la Paca, la lavó con un poco de agua y puso en su interior unas ramas de tomillo, la sazonó ligeramente con sal gorda, y envolviéndola en un paño humedecido con agua, la guardó en el cajón de las especias.
Vicente se aseguró de que las ascuas del fuego estaban apagadas, y recostándose en el tronco de una carrasca, se echó la boina sobre los ojos y se durmió al momento.
La Paca cogiendo un puñado de hierba seca lo pasó frotando una y otra vez por la sartén y las cucharas dejándolas relucientes y el Jarete vació en un cubo agua de un cántaro, dándoselo a beber a las mulas. Después dedicaron un rato a recoger leña seca y menuda que cargaron en dos haces atados en un lateral del carro.
Hecho esto, la Paca se alejó unos metros hasta desaparecer detrás de unos matorrales, y agachándose fuera de la vista de su hijo hizo sus necesidades fisiológicas. Al volver le dijo al Jarete que hiciera lo mismo…
Pasado un tiempo prudente, y para que Vicente descansara al máximo, ellos mismos engancharon la mula al carro y cargaron la otra con los cántaros y la alforja. Preparados para la marcha, le despertaron, echaron un trago de agua del botijo los tres y después de ir Vicente detrás de los matorrales, continuaron el viaje por el polvoriento camino.
Se cruzaban en su camino con arrieros y segadores de la comarca, que les saludaban, y a uno de ellos preguntaron:
- ¿Falta mucho pa llegar a Huete, amigo?
Contestóle el otro:
- Como faltar, si fueran sin carro, una legua, porque cogerían el camino del Vellón quesese que sale mesmamente ahí enfrente, y les lleva recto, pero con el carro tién que ir por el Collao Ancho que está detrás de aquella loma que se ve enfrente, a su diestra