Y la chica igual, ¿Qué hace aquí sirviendo? Si la pobre tie libre el domingo por la tarde, y tie que venir ayudar a su madre con los animales y la casa…y gana cuatro perras que no le dan ni pa comprarse un vestido decente. Pues lo mismo, que le escriba la Petra a su tía y le busque una buena casa pa servir en Madrid.
A mi chica no se le caen los anillos por trabajar, y allí estará bien comía, bien vestía y tendrá libre los jueves por la tarde y los domingos pa descansar, ir al cine y salir a pasear con las amigas. Que me lo ha dicho también el Ulogio que tié así a una sobrina, y bien contenta que está.
Tardaron en dormirse cada uno pensando en lo mismo. En el porvenir de sus hijos, y al día siguiente hasta por la noche en la cena no volvieron a hablar del tema, pues sus tareas en el día eran muchas.
Juan, en los campos embarrados intentando salvar alguna porción de la cosecha, enderezando espigas, haciendo alguna reguera para achicar agua, limpiando acequias medio lodadas de barro y maleza…
Petra, atendiendo a los animales y haciendo al fuego la comida, mientras limpiaba y ordenaba la casa.
Habían mandado recado a casa de los amos, para que sus hijos fueran a hablar con ellos después de cenar, y cuando estuvieron los cuatro juntos, reanudaron la conversación del día anterior.
-Vamos a ver hijos – empezó a hablar Juan con voz ronca por la emoción, mientras retorcía la boina entre sus grandes y callosas manos – después de lo que ha pasao con la cosecha y los huertos, nos espera un año duro hasta que se recoja la del año que viene, y como esto ha pasao mas veces, y seguirá pasando, madre y yo, hemos pensao que os tenís que ir a trabajar a Madrid.
Los hijos que no se esperaban esto, se miraron incrédulos uno a la otra, y a sus padres después.
- ¿No tenís na que decir ¿- preguntó Juan.
- Pues la verdá padre, es que yo si he pensao en ello, y hasta lo he hablao con Pedro, el hijo del pastor, que tamién se quié ir, lo que pasa es, – contestó el hijo- que no sabía como decíselo a usté y a madre…por si se lo tomaban a mal.
La chica, mientras su hermano hablaba se había levantado, y sentándose al lado de su madre, entrelazaba sus manos con las de ella.
-Madre, yo no quiero irme ¿por qué me tengo que ir?
Eso fue más que suficiente para que el llanto de las dos se desatara tan incontrolable, como la Rambla causante de esta situación.
Los hombres, cabizbajos, y con un nudo en su garganta que les ahogaba, guardaron silencio, dejándolas desahogarse, y al cabo de un rato, el padre volvió a tomar la palabra, y dirigiéndose a su hija le dijo:
-Es necesario que os vayáis mozona. Aquí no tenís porvenir alguno. No hacís más que trabajar, sin ganancia alguna, y en Madrid, por lo que yo he hablao con el Usebio, estaréis mucho mejor…
-Pero, y ustés padre, -dijo la chica secándose las lágrimas- ¿Cómo se van arreglar sin la mano que les echamos nosotros de vez en cuando? Porque yo ayudo a madre, ¿a que sí madre?.
- Claro que me ayudas mozona, y mucho, pero tu padre lleva razón hermosa, tenís que buscar vuestro porvenir, hijos míos. Vuestro padre y yo, nos iremos apañando…
No llores tonta –intervino cariñosamente el hermano- si además vendremos en el verano un mes entero. Que me han dicho que nos dan un mes de permiso, y ¡pagao!
-Bueno, pues entonces no se hable más, -dijo el padre- que ya está dicho tó, mañana escribirá vuestra madre a la tía Milagros para que te busque trabajo a ti hija, y en setiembre, hará S. Miguel tu hermano y tamién se irá.
- ¿Por qué tengo que esperar hasta setiembre padre?
- Hijo, métete en la sesera, que ande vayas tiés que quedar bien, sea aquí, en Madrid, o ande sea, así que aguantarás con el amo hasta S. Miguel, que no es cuestión de dejale empantanao con to lo que le ha pasao, como a tos nosotros…
-Con tu hermana es otra cosa –continuó el padre- pues con que avise que se va quince días antes, es seguro que el ama encontrará otra chica del pueblo pa servir en su casa.
Y dicho esto, madre e hija se retiraron para hablar a solas, y los dos hombres quedaron en la cocina, hablando de las cosas del campo y otras de interés para la familia.
Al día siguiente, Petra escribía la siguiente carta a su tía Milagros, que trabajaba en una portería en Madrid.
Querida tía Milagros
Espero que a la llegada de estas cuatro letras se encuentre usté bien. Nosotros estamos bien Gracias a Dios.
Tía, no sé si sabrá usté que tuvimos una Rambla en el pueblo hace un mes, que se a llevao casi toa la siembra y el huerto, y como resultas de ello, pues por aquí las cosas están mu mal, y se van a poner peor.
Y hemos pensao Juan y yo, pues que si usté supiera de algún trabajo para Miguel y Adela, pues que a vuelta de correo nos lo dijera, pa hacer los planes pa mandalos a trabajar a Madrid. Hemos pensao que primero se iría la chica, que tiene quince años, y es muy guapa y espabilá. Sabe cocinar y coser además de leer y escribir y sabe las cuatro reglas.
Tía Milagros, si pudiera buscale usté una casa de confianza pa servir, se lo agradeceríamos siempre, y si pudiera ser cerca de usté mejor, pa que le eche uste un ojo, pues ya verá que nuestra Adela está mozona y aparenta más edad.
El chico, Miguel, hemos pensao que se iría pa octubre, pues está con un amo y su padre quiere que esté hasta S. Miguel pa quedar bien.
Bueno Tía, pues aquí nos tiene pa lo que necesite, y deseándole salud se despide de usté estos sus sobrinos que lo son:
Petra y Juan.
Posdata: Los chicos y Juan, le mandan recuerdos.
La Ventosa a 30 de Junio de 1957
Echó la carta en el buzón de correos, y se volvió a su casa con el corazón encogido de dolor diciéndose a sí misma - Que sea lo que Dios quiera, mi Juan lleva razón, tenemos que sacrificanos por los chicos.
A los veinte días recibieron respuesta de la tía Milagros
Mi querida sobrina, espero que a la llegada de esta, te encuentres bien en compañía de tu marido y los chicos.
Yo quedo bien Gracias a Dios.
Recibí tu carta en la que me cuentas lo de la rambla, y si que lo siento porque es vuestro pan. El campo desde siempre tiene estas cosa hija mía, y no hay más remedio que aguantarlas y darle gracias a Dios por que no haya sido peor.
De lo que me dices de los chicos, que queréis que se vengan a trabajar aquí, pues a mí me parece que es buena cosa, porque en el pueblo ya sabes lo que les espera. Trabajo y miseria.
Pues cuando recibí tu carta, hable con una señora del bloque donde vivo, que se la casado la criada que tenía y se le ha ido, así que como te digo, le hablé de tu chica y me ha dicho que quiere que pruebe a servir en su casa de interna.
Son ella y su marido y tienen dos hijos de doce y catorce años, y son buena gente y muy religiosos, así que la chica estaría bien aquí.
Tendría que hacer de todo, cocinar, lavar, aunque tienen lavadora, planchar, poner la mesa y ya sabes, todos los trabajos de la casa. Tendría una habitación muy bonita, que la he visto yo, y descansaría los jueves por la tarde y los domingos todo el día, y ese día se podría venir a mi casa conmigo.
El jornal que le pagarán será de 150 pesetas al mes, y según me decía la chica que se ha casado, en esa casa se come bien. Así que me escribes y me dices cuando venís, para avisarle a la señora.
Cuando vaya a venir el chico ya me escribirás, pues por aquí hay trabajo por cualquier sitio, y mientras encuentra sitio para vivir, pues se puede quedar en mi casa el tiempo que sea.
Bueno sobrina, sin más que decirte y a la espera de tus noticias, se despide tu tía que os quiere.
Madrid a 14 de Julio de 1957
En fin amigos, echando mano de mis recuerdos y memoria, así como de un poquito de ficción, he intentado plasmar la realidad de un tiempo en el que se trabajaba casi solamente para tener lo imprescindible para comer cada día, en unos años en los que el mayor capital que podía tener una familia, eran sus hijos, y su fuerza física, y dependiendo cada día de la meteorología.
A pesar de las penurias de esa vida, el que esto escribe, y la gran mayoría, fuimos muy felices y contamos en todo momento con el amor de nuestros padres, a los que correspondíamos con más amor y un gran respeto.
Manuel.
A mi chica no se le caen los anillos por trabajar, y allí estará bien comía, bien vestía y tendrá libre los jueves por la tarde y los domingos pa descansar, ir al cine y salir a pasear con las amigas. Que me lo ha dicho también el Ulogio que tié así a una sobrina, y bien contenta que está.
Tardaron en dormirse cada uno pensando en lo mismo. En el porvenir de sus hijos, y al día siguiente hasta por la noche en la cena no volvieron a hablar del tema, pues sus tareas en el día eran muchas.
Juan, en los campos embarrados intentando salvar alguna porción de la cosecha, enderezando espigas, haciendo alguna reguera para achicar agua, limpiando acequias medio lodadas de barro y maleza…
Petra, atendiendo a los animales y haciendo al fuego la comida, mientras limpiaba y ordenaba la casa.
Habían mandado recado a casa de los amos, para que sus hijos fueran a hablar con ellos después de cenar, y cuando estuvieron los cuatro juntos, reanudaron la conversación del día anterior.
-Vamos a ver hijos – empezó a hablar Juan con voz ronca por la emoción, mientras retorcía la boina entre sus grandes y callosas manos – después de lo que ha pasao con la cosecha y los huertos, nos espera un año duro hasta que se recoja la del año que viene, y como esto ha pasao mas veces, y seguirá pasando, madre y yo, hemos pensao que os tenís que ir a trabajar a Madrid.
Los hijos que no se esperaban esto, se miraron incrédulos uno a la otra, y a sus padres después.
- ¿No tenís na que decir ¿- preguntó Juan.
- Pues la verdá padre, es que yo si he pensao en ello, y hasta lo he hablao con Pedro, el hijo del pastor, que tamién se quié ir, lo que pasa es, – contestó el hijo- que no sabía como decíselo a usté y a madre…por si se lo tomaban a mal.
La chica, mientras su hermano hablaba se había levantado, y sentándose al lado de su madre, entrelazaba sus manos con las de ella.
-Madre, yo no quiero irme ¿por qué me tengo que ir?
Eso fue más que suficiente para que el llanto de las dos se desatara tan incontrolable, como la Rambla causante de esta situación.
Los hombres, cabizbajos, y con un nudo en su garganta que les ahogaba, guardaron silencio, dejándolas desahogarse, y al cabo de un rato, el padre volvió a tomar la palabra, y dirigiéndose a su hija le dijo:
-Es necesario que os vayáis mozona. Aquí no tenís porvenir alguno. No hacís más que trabajar, sin ganancia alguna, y en Madrid, por lo que yo he hablao con el Usebio, estaréis mucho mejor…
-Pero, y ustés padre, -dijo la chica secándose las lágrimas- ¿Cómo se van arreglar sin la mano que les echamos nosotros de vez en cuando? Porque yo ayudo a madre, ¿a que sí madre?.
- Claro que me ayudas mozona, y mucho, pero tu padre lleva razón hermosa, tenís que buscar vuestro porvenir, hijos míos. Vuestro padre y yo, nos iremos apañando…
No llores tonta –intervino cariñosamente el hermano- si además vendremos en el verano un mes entero. Que me han dicho que nos dan un mes de permiso, y ¡pagao!
-Bueno, pues entonces no se hable más, -dijo el padre- que ya está dicho tó, mañana escribirá vuestra madre a la tía Milagros para que te busque trabajo a ti hija, y en setiembre, hará S. Miguel tu hermano y tamién se irá.
- ¿Por qué tengo que esperar hasta setiembre padre?
- Hijo, métete en la sesera, que ande vayas tiés que quedar bien, sea aquí, en Madrid, o ande sea, así que aguantarás con el amo hasta S. Miguel, que no es cuestión de dejale empantanao con to lo que le ha pasao, como a tos nosotros…
-Con tu hermana es otra cosa –continuó el padre- pues con que avise que se va quince días antes, es seguro que el ama encontrará otra chica del pueblo pa servir en su casa.
Y dicho esto, madre e hija se retiraron para hablar a solas, y los dos hombres quedaron en la cocina, hablando de las cosas del campo y otras de interés para la familia.
Al día siguiente, Petra escribía la siguiente carta a su tía Milagros, que trabajaba en una portería en Madrid.
Querida tía Milagros
Espero que a la llegada de estas cuatro letras se encuentre usté bien. Nosotros estamos bien Gracias a Dios.
Tía, no sé si sabrá usté que tuvimos una Rambla en el pueblo hace un mes, que se a llevao casi toa la siembra y el huerto, y como resultas de ello, pues por aquí las cosas están mu mal, y se van a poner peor.
Y hemos pensao Juan y yo, pues que si usté supiera de algún trabajo para Miguel y Adela, pues que a vuelta de correo nos lo dijera, pa hacer los planes pa mandalos a trabajar a Madrid. Hemos pensao que primero se iría la chica, que tiene quince años, y es muy guapa y espabilá. Sabe cocinar y coser además de leer y escribir y sabe las cuatro reglas.
Tía Milagros, si pudiera buscale usté una casa de confianza pa servir, se lo agradeceríamos siempre, y si pudiera ser cerca de usté mejor, pa que le eche uste un ojo, pues ya verá que nuestra Adela está mozona y aparenta más edad.
El chico, Miguel, hemos pensao que se iría pa octubre, pues está con un amo y su padre quiere que esté hasta S. Miguel pa quedar bien.
Bueno Tía, pues aquí nos tiene pa lo que necesite, y deseándole salud se despide de usté estos sus sobrinos que lo son:
Petra y Juan.
Posdata: Los chicos y Juan, le mandan recuerdos.
La Ventosa a 30 de Junio de 1957
Echó la carta en el buzón de correos, y se volvió a su casa con el corazón encogido de dolor diciéndose a sí misma - Que sea lo que Dios quiera, mi Juan lleva razón, tenemos que sacrificanos por los chicos.
A los veinte días recibieron respuesta de la tía Milagros
Mi querida sobrina, espero que a la llegada de esta, te encuentres bien en compañía de tu marido y los chicos.
Yo quedo bien Gracias a Dios.
Recibí tu carta en la que me cuentas lo de la rambla, y si que lo siento porque es vuestro pan. El campo desde siempre tiene estas cosa hija mía, y no hay más remedio que aguantarlas y darle gracias a Dios por que no haya sido peor.
De lo que me dices de los chicos, que queréis que se vengan a trabajar aquí, pues a mí me parece que es buena cosa, porque en el pueblo ya sabes lo que les espera. Trabajo y miseria.
Pues cuando recibí tu carta, hable con una señora del bloque donde vivo, que se la casado la criada que tenía y se le ha ido, así que como te digo, le hablé de tu chica y me ha dicho que quiere que pruebe a servir en su casa de interna.
Son ella y su marido y tienen dos hijos de doce y catorce años, y son buena gente y muy religiosos, así que la chica estaría bien aquí.
Tendría que hacer de todo, cocinar, lavar, aunque tienen lavadora, planchar, poner la mesa y ya sabes, todos los trabajos de la casa. Tendría una habitación muy bonita, que la he visto yo, y descansaría los jueves por la tarde y los domingos todo el día, y ese día se podría venir a mi casa conmigo.
El jornal que le pagarán será de 150 pesetas al mes, y según me decía la chica que se ha casado, en esa casa se come bien. Así que me escribes y me dices cuando venís, para avisarle a la señora.
Cuando vaya a venir el chico ya me escribirás, pues por aquí hay trabajo por cualquier sitio, y mientras encuentra sitio para vivir, pues se puede quedar en mi casa el tiempo que sea.
Bueno sobrina, sin más que decirte y a la espera de tus noticias, se despide tu tía que os quiere.
Madrid a 14 de Julio de 1957
En fin amigos, echando mano de mis recuerdos y memoria, así como de un poquito de ficción, he intentado plasmar la realidad de un tiempo en el que se trabajaba casi solamente para tener lo imprescindible para comer cada día, en unos años en los que el mayor capital que podía tener una familia, eran sus hijos, y su fuerza física, y dependiendo cada día de la meteorología.
A pesar de las penurias de esa vida, el que esto escribe, y la gran mayoría, fuimos muy felices y contamos en todo momento con el amor de nuestros padres, a los que correspondíamos con más amor y un gran respeto.
Manuel.