la parte derecha de la iglesia, y las mujeres la izquierda, y entre ellos, los ricos y ricas, siempre delante, lo más cerca del altar.
Tiempos en los que los mozos, después de los largos días de esforzado trabajo, arando, segando, vendimiando etc. aun sacaban fuerzas en las noches, para después de dejar a los animales servidos en sus cuadras, ir a una determinada esquina a reunirse para ver a las mozas pasar “casualmente” por allí, y mientras tanto apostar por cuál de ellos es capaz de cargar la gavilla de leña más grande y pesada.
La fuerza. Siempre la fuerza física, que junto con la salud, eran los mayores dones y patrimonio que poseían los pobres.
Después de la escarda, los chicos y chicas volvíamos a la escuela hasta las vacaciones de verano. Teníamos una tregua para jugar y ser niños y niñas, hasta llegar el tiempo de siega, con las únicas tareas de regar los huertos por las tardes con nuestras madres, ir a por “ababoles y lenguazas” para el gorrino y conejos, e ir a las fuentes para traer llenos de agua los botijos, sin olvidarnos de hacer las tareas que los maestros nos hubieran puesto.
Eran tiempos de buscar nidos por los campos y bardales, poniendo alguna señal para después coger los pajarillos antes de que levantaran el vuelo.
De buscar chatarra y trapos viejos por los muladares, que vendíamos a los ropavejeros-traperos, que venían por los pueblos, a cambio de alguna perra gorda, y alguna chica, para comprarnos una gaseosa o chupachús en las tiendas.
Tiempos de jugar en las plazas sin asfaltar, al marro al guá y a los cartones, y de recorrer las calles del pueblo mostrando nuestra habilidad guiando nuestros rulos…
Tiempos de buenos días o buenas tardes, al Maestro, a la Guardia Civil, al Secretario y Alcalde, y de besar la mano al Cura…
Pero llegaba la siega y los juegos se suspendían. Había que levantarse a las cinco o las seis de la mañana para, medio dormido y montado en el borrico, llegar al piazo que había que segar, y segada la primera carga y hechos los haces, el padre cargaba los borricos, y los chicos convertidos en acarreadores, íbamos por los caminos con una vara en la mano, pensando en que nos atacaban los moros, aunque afortunadamente el Guerrero del Antifaz llegaba a tiempo de salvarnos.
Descargados los haces en la Era, vuelta otra vez al tajo con el almuerzo para los segadores, y después de almorzar, a cargar los borricos y otro viaje para descargar, y así cada día, cada semana y cada mes, hasta tener toda la mies en la Era.
A pesar de la dureza del trabajo, los segadores encorvados sobre la mies todo el día, cantaban las canciones oídas en la radio. Las voces de Joselillo, Antonio Molina, Pepe Blanco, la Paquera de Jerez, Juanita Reina y otros, pasaban por sus gargantas bajo el sol ardiente del verano, y nos se levantaban del tajo más que para ver un coche o un avión, que escasamente pasaban en aquellos tiempos…
Después, la trilla no era tan dura para los chavales, pues aunque aburrida, permitía saltarse la siesta para coger abejorros de colores en las flores de las cardinchas, aunque luego se salieran los borricos de la parva, por haberse dormido el trillador.
Tiempos de muertos velados en el suelo de una habitación. De paradas con el féretro por las calles del pueblo para hacer los responsos, de pozos hechos con pico y pala en el cementerio, de novenas al anochecer en la casa del difunto, durante los nueve días después de su muerte, y de brazalete negro en la manga de la camisa o chaqueta del hombre, y negro total en el vestir de cada mujer…
Tiempos de hombres corriendo hacia las eras, para aprovechar el viento repentino, y aventar le mies trillada. Todos pala en mano lanzando la parva lo más alto posible, para que el viento separara la paja del grano, mientras soñaban en comprar una aventadora de manivela, y poder aventar cuando quisieran…
Recoger el trigo, cebada, centeno y avena, meterlo en costales y subirlos por empinadas escaleras a las cámaras en las casas, era cosa de hombres fuertes, y cargar la paja en angarillas, llevándola con los borricos al pajar, metiéndola por la piquera, cosa de chiquillos ayudados siempre por los mayores…
Ahora ya se podían poner los tomates verdes y los melones a madurar encima del grano, y echarse la siesta sobre una manta encima del mismo también…
Se termina la trilla, y la cosecha ya está guardada. Ya está el pan asegurado para el año, y las familias respiran contentas. Se ha terminado justo en vísperas de Fiesta Mayor, y las chicas, con sus madres dan los últimos toques al vestido que estrenarán en la Fiesta.
Los chicos estrenaremos el primer traje de pantalón largo que nuestros padres encargaron al sastre “Pinchote” en Cuenca, y para la prueba, fuimos por primera vez en tren desde Cuevas de Velasco, teniendo mucho cuidado de no abrir las ventanillas para que no nos entrara “carbonilla en los ojos…
Los ciclos del campo son ajenos a fiestas y la naturaleza sigue su curso.
Apenas empieza el curso escolar, cuando tenemos que cerrar y guardar la Enciclopedia Álvarez, pues nuestros padres nos necesitan para vendimiar, así que navaja en mano recorremos los lineos de cepas, cortando las uvas y llenando nuestros canastos una y otra vez…
En las cuevas, ya está limpio el lagar, para recibir las uvas que, transportadas desde los majuelos en cuévanos de mimbre, caerán por el atroje y allí serán pisadas y convertidas en mosto…
Las tinajas también están limpias y azufradas para recibir el mosto que nuestros padres convertirán en vino. Y después, durante el año, esas cuevas serán punto de reunión de mozos y mayores para degustar ese vino, que acompañado de unas tajadas de bacalao salado, se sacará en jarras de barro, y será escanciado en un vasejo de cristal grueso, que pasará de boca en boca en los atardeceres de los domingos…
Es tiempo de otoño, y hasta la recogida de la aceituna en el invierno, los chicos podemos ir a la escuela.
Las labores de arado de los campos corresponden a nuestros padres. Los chicos ayudamos después de salir de la escuela a recoger los últimos frutos de los huertos, que nuestras madres y abuelas conservarán en frascos unos y en vinagre otros.
Hasta que llegue la matanza del cerdo, es tiempo de jugar en el Eruelo, y dejar el juego para oír los cuentos de la radio Ondina, que está colocada encima de una repisa con puntillas bordadas por la abuela…
Manuel.
Mi agradecimiento a la dirección de la revista el Garañoncillo, de nuestro pueblo vecino, Bólliga, por haber publicado en su nº 17 de este año, mi escrito. Gracias.
Tiempos en los que los mozos, después de los largos días de esforzado trabajo, arando, segando, vendimiando etc. aun sacaban fuerzas en las noches, para después de dejar a los animales servidos en sus cuadras, ir a una determinada esquina a reunirse para ver a las mozas pasar “casualmente” por allí, y mientras tanto apostar por cuál de ellos es capaz de cargar la gavilla de leña más grande y pesada.
La fuerza. Siempre la fuerza física, que junto con la salud, eran los mayores dones y patrimonio que poseían los pobres.
Después de la escarda, los chicos y chicas volvíamos a la escuela hasta las vacaciones de verano. Teníamos una tregua para jugar y ser niños y niñas, hasta llegar el tiempo de siega, con las únicas tareas de regar los huertos por las tardes con nuestras madres, ir a por “ababoles y lenguazas” para el gorrino y conejos, e ir a las fuentes para traer llenos de agua los botijos, sin olvidarnos de hacer las tareas que los maestros nos hubieran puesto.
Eran tiempos de buscar nidos por los campos y bardales, poniendo alguna señal para después coger los pajarillos antes de que levantaran el vuelo.
De buscar chatarra y trapos viejos por los muladares, que vendíamos a los ropavejeros-traperos, que venían por los pueblos, a cambio de alguna perra gorda, y alguna chica, para comprarnos una gaseosa o chupachús en las tiendas.
Tiempos de jugar en las plazas sin asfaltar, al marro al guá y a los cartones, y de recorrer las calles del pueblo mostrando nuestra habilidad guiando nuestros rulos…
Tiempos de buenos días o buenas tardes, al Maestro, a la Guardia Civil, al Secretario y Alcalde, y de besar la mano al Cura…
Pero llegaba la siega y los juegos se suspendían. Había que levantarse a las cinco o las seis de la mañana para, medio dormido y montado en el borrico, llegar al piazo que había que segar, y segada la primera carga y hechos los haces, el padre cargaba los borricos, y los chicos convertidos en acarreadores, íbamos por los caminos con una vara en la mano, pensando en que nos atacaban los moros, aunque afortunadamente el Guerrero del Antifaz llegaba a tiempo de salvarnos.
Descargados los haces en la Era, vuelta otra vez al tajo con el almuerzo para los segadores, y después de almorzar, a cargar los borricos y otro viaje para descargar, y así cada día, cada semana y cada mes, hasta tener toda la mies en la Era.
A pesar de la dureza del trabajo, los segadores encorvados sobre la mies todo el día, cantaban las canciones oídas en la radio. Las voces de Joselillo, Antonio Molina, Pepe Blanco, la Paquera de Jerez, Juanita Reina y otros, pasaban por sus gargantas bajo el sol ardiente del verano, y nos se levantaban del tajo más que para ver un coche o un avión, que escasamente pasaban en aquellos tiempos…
Después, la trilla no era tan dura para los chavales, pues aunque aburrida, permitía saltarse la siesta para coger abejorros de colores en las flores de las cardinchas, aunque luego se salieran los borricos de la parva, por haberse dormido el trillador.
Tiempos de muertos velados en el suelo de una habitación. De paradas con el féretro por las calles del pueblo para hacer los responsos, de pozos hechos con pico y pala en el cementerio, de novenas al anochecer en la casa del difunto, durante los nueve días después de su muerte, y de brazalete negro en la manga de la camisa o chaqueta del hombre, y negro total en el vestir de cada mujer…
Tiempos de hombres corriendo hacia las eras, para aprovechar el viento repentino, y aventar le mies trillada. Todos pala en mano lanzando la parva lo más alto posible, para que el viento separara la paja del grano, mientras soñaban en comprar una aventadora de manivela, y poder aventar cuando quisieran…
Recoger el trigo, cebada, centeno y avena, meterlo en costales y subirlos por empinadas escaleras a las cámaras en las casas, era cosa de hombres fuertes, y cargar la paja en angarillas, llevándola con los borricos al pajar, metiéndola por la piquera, cosa de chiquillos ayudados siempre por los mayores…
Ahora ya se podían poner los tomates verdes y los melones a madurar encima del grano, y echarse la siesta sobre una manta encima del mismo también…
Se termina la trilla, y la cosecha ya está guardada. Ya está el pan asegurado para el año, y las familias respiran contentas. Se ha terminado justo en vísperas de Fiesta Mayor, y las chicas, con sus madres dan los últimos toques al vestido que estrenarán en la Fiesta.
Los chicos estrenaremos el primer traje de pantalón largo que nuestros padres encargaron al sastre “Pinchote” en Cuenca, y para la prueba, fuimos por primera vez en tren desde Cuevas de Velasco, teniendo mucho cuidado de no abrir las ventanillas para que no nos entrara “carbonilla en los ojos…
Los ciclos del campo son ajenos a fiestas y la naturaleza sigue su curso.
Apenas empieza el curso escolar, cuando tenemos que cerrar y guardar la Enciclopedia Álvarez, pues nuestros padres nos necesitan para vendimiar, así que navaja en mano recorremos los lineos de cepas, cortando las uvas y llenando nuestros canastos una y otra vez…
En las cuevas, ya está limpio el lagar, para recibir las uvas que, transportadas desde los majuelos en cuévanos de mimbre, caerán por el atroje y allí serán pisadas y convertidas en mosto…
Las tinajas también están limpias y azufradas para recibir el mosto que nuestros padres convertirán en vino. Y después, durante el año, esas cuevas serán punto de reunión de mozos y mayores para degustar ese vino, que acompañado de unas tajadas de bacalao salado, se sacará en jarras de barro, y será escanciado en un vasejo de cristal grueso, que pasará de boca en boca en los atardeceres de los domingos…
Es tiempo de otoño, y hasta la recogida de la aceituna en el invierno, los chicos podemos ir a la escuela.
Las labores de arado de los campos corresponden a nuestros padres. Los chicos ayudamos después de salir de la escuela a recoger los últimos frutos de los huertos, que nuestras madres y abuelas conservarán en frascos unos y en vinagre otros.
Hasta que llegue la matanza del cerdo, es tiempo de jugar en el Eruelo, y dejar el juego para oír los cuentos de la radio Ondina, que está colocada encima de una repisa con puntillas bordadas por la abuela…
Manuel.
Mi agradecimiento a la dirección de la revista el Garañoncillo, de nuestro pueblo vecino, Bólliga, por haber publicado en su nº 17 de este año, mi escrito. Gracias.