Historias al orete de la lumbre.
Amancio temía a la noche del día de los Santos.
Desde hace diez años era lo que más temía.
Antes no. Antes de esa fecha, diez años, era para Él una noche normal. Compraba en la tienda del pueblo huesos de santo, y su esposa hacía puches que degustaban juntos, ponían velas durante todo el día para que alumbraran a sus muertos, iban juntos también al cementerio para limpiar las lápidas de sus padres, y en la tarde de ese día rezaban allí en el cementerio, el santo rosario con las gentes del pueblo. Pasaban este día como uno más, aunque con el respeto y recogimiento debidos por tratarse del día que era.
Hace diez años todo cambió.
A media tarde de ese día, el día de los Santos, el Guardia Civil de guardia en la puerta del Cuartel, pidió permiso para entrar en el despacho del Comandante de Puesto:
.- ¿Da usted su permiso mi Sargento?
.- Pase usted Álvarez. ¿Qué me cuenta?
.- A sus órdenes mi Sargento. Que tengo un hombre en la puerta que dice que su mujer se fue de viaje hace tres días y aún no ha vuelto.
.- ¿Y le ha dicho donde se fue?
.- Sí mi Sargento, pero está muy nervioso y le he dicho que hable con usted...
.- Bueno, bueno Álvarez, hágale pasar.
.-! A sus órdenes ¡
Ahí empezó la pesadilla para Amancio. En la denuncia que tuvo que poner por haber desaparecido su mujer.
Interrogatorios y más interrogatorios. Que si habían discutido. No Señor. Que si se llevaban bien. Pues normal, como cualquier matrimonio. Que porqué se había ido de viaje sola. Pues como otras veces señor, pero volvió en el día. Que si había ido a buscarla. Sí señor, al día siguiente temprano y al otro día, pero ya no sé dónde buscar y por eso vengo aquí a denunciar.
.- Pues bueno, hacemos la denuncia y doy parte a Comandancia en Cuenca, pero ya le advierto que para iniciar la búsqueda oficial, tienen que pasar los días reglamentarios...
Pasaron los días, y los meses y Elvira no volvió.
.- ¿Da usted su permiso, mi Sargento?
.- Pase Álvarez. ¿Qué hay de bueno?
.- Mi Sargento, está en el puesto de guardia el hombre que denunció la desaparición de su mujer hace tres meses.
.- Y qué quiere ¿información?
.- No mi sargento. Será mejor que le escuche.
.- Hágale pasar Álvarez, a ver que se cuenta.
El hombre que entró en el despacho del Sargento, casi no se parecía en nada al que estuvo meses antes para denunciar la desaparición de su mujer. Amancio Gómez Sendilla estaba demacrado, y sus ojeras se extendían por toda su cara. Los ojos hundidos en sus cuencas, y delgado, muy delgado. El cinturón, que llevaba abrochado y colgando el sobrante, casi le hubiera podido dar dos vueltas a su cintura.
Amancio Gómez Sendilla fue a denunciar la desaparición de su hermano José Gómez Sendilla, de treinta y seis años, dos menos que Él.
Hacía una semana que había ido a Cuenca para comprar unos repuestos para el tractor, y no sabía nada de Él.
.- ¿Porqué no ha venido antes a denunciar su desaparición - pregunta el Sargento.
.- Porque mi hermano es soltero y no es la primera vez que se va y tarda en volver, usté ya sabe... aunque siempre me ha llamado un día sí y otro no.
.- Y ¿cuando ha sido la última vez que le llamó?
.- Es que esta vez no me ha llamado, y ya hace una semana.
.- Le tengo que hacer una pregunta delicada - dice el Sargento - y no quiero que se la tome a mal, porque es mi obligación hacérsela.
.- Dígame usted.
.- ¿Su hermano y su mujer ¿se llevaban bien?
.- Sí señor.
.- Pero ¿cómo de bien?
.- Pues bien. Como se llevan los cuñados. Bien.
.- ¿No existe la posibilidad de que pudiera entenderse con su mujer, y no como cuñados...?
Muchos interrogatorios tuvo que aguantar Amancio sobre el comportamiento de sus hermano y de su mujer, pero ninguno aclaró donde podía estar ni el uno ni el otro...
Amancio se convirtió en un ser solitario. Descuidaba su salud y descuidó ya desde la desaparición de su mujer a sus amistades.
Vivía solo, y cuando venía de trabajar nadie le veía, su puerta estaba siempre cerrada.
A Amancio Gómez Sendilla, no le gustaba nada el día de los Santos, y aún mucho menos su noche.
Desde que se quedó solo, esa noche cerraba con llave la puerta de su habitación, y procuraba acostarse pronto por si podía coger el sueño antes de que dieran las doce, y así dormido no enterarse de la noche que era.
Aquel día fue a coger unos kilos de aceitunas verdes para echar en agua, y no se dio cuenta de que se le hacía tarde, tanto es así, que al llegar al
Puente del Penitente había anochecido.
La luna brillaba poco esa noche, pero sí lo suficiente como para ver que en el pretil del puente había alguien sentado.
.- A otro que se le hizo tarde - se dijo a sí mismo.
Según avanzaba hacia el puente y miraba la figura sentada, su cabello se erizaba, sentía un frío intenso y sus pies se negaban a moverse.
Pudo llegar al puente pero quedó parado sin poder quitar la vista de la figura sentada que le miraba con las cuencas de sus ojos vacías, su boca abierta sin dientes, su cara descarnada y parte del cráneo hundido por un golpe.
Cayeron las aceitunas al suelo y quedó paralizado y lleno de espanto al reconocer a su mujer, y su cuerpo se vació por completo ensuciando sus pantalones hasta las botas.
No podía gritar pero hizo un esfuerzo sobrehumano y consiguió echar a correr sin mirar atrás, mientras le perseguía el eco de una voz de ultratumba que le llamaba "asesinoooo", asesinoooo", "asesinoooo"...
A duras penas pudo llegar a su casa, abrió la puerta y entró, pero no llegó a encender la luz, pues la figura demacrada y sangrante de su hermano con un corte de cuchillo en el cuello, le esperaba y le decía en un susurro: "asesinoooo", "asesinooooo", "asesinooooo"...
Se metió gritando de miedo y espanto en su habitación como pudo, y cerrando la puerta tras de sí, empezó a gritar locamente mientras se golpeaba contra las paredes:
.- Nóóóóóóó, dejadme en paaaaz, iros al barrancoooo, al barrancoooo, al barrancoooo...
Cuando la Guardia Civil, alertada por los vecinos se presentó en su casa, encontraron a Amancio Gómez Sendilla muerto por infarto, en un estado lastimoso. Sucio, golpeado, con los ojos abiertos fuera de sus órbitas y con la cara aterrorizada.
Buscaron al día siguiente en la sima del Barranco de la Hoya, encontrando dos esqueletos que analizados resultaron ser de su mujer y su hermano.
A Amancio Gómez Sendilla, no le gustaba el Día de los Santos...
Ser buenos Foreros/as
Manuel.
Amancio temía a la noche del día de los Santos.
Desde hace diez años era lo que más temía.
Antes no. Antes de esa fecha, diez años, era para Él una noche normal. Compraba en la tienda del pueblo huesos de santo, y su esposa hacía puches que degustaban juntos, ponían velas durante todo el día para que alumbraran a sus muertos, iban juntos también al cementerio para limpiar las lápidas de sus padres, y en la tarde de ese día rezaban allí en el cementerio, el santo rosario con las gentes del pueblo. Pasaban este día como uno más, aunque con el respeto y recogimiento debidos por tratarse del día que era.
Hace diez años todo cambió.
A media tarde de ese día, el día de los Santos, el Guardia Civil de guardia en la puerta del Cuartel, pidió permiso para entrar en el despacho del Comandante de Puesto:
.- ¿Da usted su permiso mi Sargento?
.- Pase usted Álvarez. ¿Qué me cuenta?
.- A sus órdenes mi Sargento. Que tengo un hombre en la puerta que dice que su mujer se fue de viaje hace tres días y aún no ha vuelto.
.- ¿Y le ha dicho donde se fue?
.- Sí mi Sargento, pero está muy nervioso y le he dicho que hable con usted...
.- Bueno, bueno Álvarez, hágale pasar.
.-! A sus órdenes ¡
Ahí empezó la pesadilla para Amancio. En la denuncia que tuvo que poner por haber desaparecido su mujer.
Interrogatorios y más interrogatorios. Que si habían discutido. No Señor. Que si se llevaban bien. Pues normal, como cualquier matrimonio. Que porqué se había ido de viaje sola. Pues como otras veces señor, pero volvió en el día. Que si había ido a buscarla. Sí señor, al día siguiente temprano y al otro día, pero ya no sé dónde buscar y por eso vengo aquí a denunciar.
.- Pues bueno, hacemos la denuncia y doy parte a Comandancia en Cuenca, pero ya le advierto que para iniciar la búsqueda oficial, tienen que pasar los días reglamentarios...
Pasaron los días, y los meses y Elvira no volvió.
.- ¿Da usted su permiso, mi Sargento?
.- Pase Álvarez. ¿Qué hay de bueno?
.- Mi Sargento, está en el puesto de guardia el hombre que denunció la desaparición de su mujer hace tres meses.
.- Y qué quiere ¿información?
.- No mi sargento. Será mejor que le escuche.
.- Hágale pasar Álvarez, a ver que se cuenta.
El hombre que entró en el despacho del Sargento, casi no se parecía en nada al que estuvo meses antes para denunciar la desaparición de su mujer. Amancio Gómez Sendilla estaba demacrado, y sus ojeras se extendían por toda su cara. Los ojos hundidos en sus cuencas, y delgado, muy delgado. El cinturón, que llevaba abrochado y colgando el sobrante, casi le hubiera podido dar dos vueltas a su cintura.
Amancio Gómez Sendilla fue a denunciar la desaparición de su hermano José Gómez Sendilla, de treinta y seis años, dos menos que Él.
Hacía una semana que había ido a Cuenca para comprar unos repuestos para el tractor, y no sabía nada de Él.
.- ¿Porqué no ha venido antes a denunciar su desaparición - pregunta el Sargento.
.- Porque mi hermano es soltero y no es la primera vez que se va y tarda en volver, usté ya sabe... aunque siempre me ha llamado un día sí y otro no.
.- Y ¿cuando ha sido la última vez que le llamó?
.- Es que esta vez no me ha llamado, y ya hace una semana.
.- Le tengo que hacer una pregunta delicada - dice el Sargento - y no quiero que se la tome a mal, porque es mi obligación hacérsela.
.- Dígame usted.
.- ¿Su hermano y su mujer ¿se llevaban bien?
.- Sí señor.
.- Pero ¿cómo de bien?
.- Pues bien. Como se llevan los cuñados. Bien.
.- ¿No existe la posibilidad de que pudiera entenderse con su mujer, y no como cuñados...?
Muchos interrogatorios tuvo que aguantar Amancio sobre el comportamiento de sus hermano y de su mujer, pero ninguno aclaró donde podía estar ni el uno ni el otro...
Amancio se convirtió en un ser solitario. Descuidaba su salud y descuidó ya desde la desaparición de su mujer a sus amistades.
Vivía solo, y cuando venía de trabajar nadie le veía, su puerta estaba siempre cerrada.
A Amancio Gómez Sendilla, no le gustaba nada el día de los Santos, y aún mucho menos su noche.
Desde que se quedó solo, esa noche cerraba con llave la puerta de su habitación, y procuraba acostarse pronto por si podía coger el sueño antes de que dieran las doce, y así dormido no enterarse de la noche que era.
Aquel día fue a coger unos kilos de aceitunas verdes para echar en agua, y no se dio cuenta de que se le hacía tarde, tanto es así, que al llegar al
Puente del Penitente había anochecido.
La luna brillaba poco esa noche, pero sí lo suficiente como para ver que en el pretil del puente había alguien sentado.
.- A otro que se le hizo tarde - se dijo a sí mismo.
Según avanzaba hacia el puente y miraba la figura sentada, su cabello se erizaba, sentía un frío intenso y sus pies se negaban a moverse.
Pudo llegar al puente pero quedó parado sin poder quitar la vista de la figura sentada que le miraba con las cuencas de sus ojos vacías, su boca abierta sin dientes, su cara descarnada y parte del cráneo hundido por un golpe.
Cayeron las aceitunas al suelo y quedó paralizado y lleno de espanto al reconocer a su mujer, y su cuerpo se vació por completo ensuciando sus pantalones hasta las botas.
No podía gritar pero hizo un esfuerzo sobrehumano y consiguió echar a correr sin mirar atrás, mientras le perseguía el eco de una voz de ultratumba que le llamaba "asesinoooo", asesinoooo", "asesinoooo"...
A duras penas pudo llegar a su casa, abrió la puerta y entró, pero no llegó a encender la luz, pues la figura demacrada y sangrante de su hermano con un corte de cuchillo en el cuello, le esperaba y le decía en un susurro: "asesinoooo", "asesinooooo", "asesinooooo"...
Se metió gritando de miedo y espanto en su habitación como pudo, y cerrando la puerta tras de sí, empezó a gritar locamente mientras se golpeaba contra las paredes:
.- Nóóóóóóó, dejadme en paaaaz, iros al barrancoooo, al barrancoooo, al barrancoooo...
Cuando la Guardia Civil, alertada por los vecinos se presentó en su casa, encontraron a Amancio Gómez Sendilla muerto por infarto, en un estado lastimoso. Sucio, golpeado, con los ojos abiertos fuera de sus órbitas y con la cara aterrorizada.
Buscaron al día siguiente en la sima del Barranco de la Hoya, encontrando dos esqueletos que analizados resultaron ser de su mujer y su hermano.
A Amancio Gómez Sendilla, no le gustaba el Día de los Santos...
Ser buenos Foreros/as
Manuel.