Viene del anterior.
barro, y mientras comentaban cosas del campo, del pueblo y sus gentes, bebían todos del mismo vaso de cristal grueso, que enjuagaban de vez en cuando en el agua de un cubo llevado a la cueva para tal fin.
A una determinada hora terminaban las charlas y cada uno se iba a cenar a su casa. Terminada la cena, un rato de conversación con la familia y a acostarse pronto.
En casa de Pedrito, cuando llegaba la hora de acostarse, la abuela cogía un calentador de cobre con mango largo y tapa perforada, y llenándolo de ascuas del rescoldo de la chimenea, iba a las camas en las que dormían Él y su hermana Lucía, y lo pasaba repetidas veces por entre las frías sábanas calentándolas, y es entonces cuando Pedrito y su hermana Lucía se acostaban entre sábanas calientes y mantas pesadísimas. Los padres y la abuela quedaban charlando alrededor de la chimenea un rato más, hasta que el rescoldo se iba apagando y se retiraban también a la cama.
Los mozos solteros, después de realizar en sus casas o en casa de sus amos las mismas tareas, bien abrigados y con la boina calada hasta las cejas, y alguno más friolero con pasamontañas, se reunían en la esquina del Melguizo, hablaban de las mismas cosas y de otras más propias de su juventud y soltería, y siempre esperando ver pasar alguna moza que “casualmente” pasara por allí para ir a dar un “recado” a alguien… y pasaban, claro que pasaban. Aunque los mozos, después de ver pasar a su moza, o pasadas unas horas, también terminaban el día en la cueva de alguno de ellos, y alumbrados por un candil, seguían vaso en mano el mismo ritual que los casados.
Desde la media tarde, cada día el casino se llenaba de hombres. Eran los “pudientes” del pueblo. Los amos que disponían de labor y hacienda suficiente, que les permitían tener mozos de mulas y criada en su casa. Los hombres del pueblo, labradores, pastores, mozos y gentes sencillas no entraban en el casino. No había en la puerta un cartel que lo prohibiera, pero todos sabían que no debían entrar. En el casino normalmente echaban la partida de cartas los pudientes, el médico, el cabo de la Guardia Civil, el veterinario, el maestro, el secretario, el alcalde etc…
El resto de personal masculino del pueblo se reunía los domingos en las tabernas de Benito el Alguacil, que fue antes del Eusebio, en la de Bernardo el Musiquilla, en la de la tía Marialuisa, en la de Matías, en la del Lucero etc. En esas tabernas jugaban al truque, a la brisca, al tute, bebían vino y llenaban el suelo con las cáscaras del aperitivo. Cacahuetes salados. Y también comían garbanzos tostados.
Durante los días previos a las navidades, en todas las casas había gran actividad, pues se elaboraban los mantecados y perrunas que serían degustados en las fiestas, las rosquillas de anís que se comerían en la matanza del cerdo que ya estaba en puertas, los bollos de aceite para el chocolate de Año Nuevo y Reyes, las tortas de cañamones y las de manteca y una lista larga de dulces cuyas recetas salían principalmente de la cabeza de las abuelas, como las rosquillas de mosto fritas…
Los familiares y amigos llegados de las capitales eran agasajados en su visita con esos dulces, acompañados de una copita de anís y coñac y en alguna casa, con mosto de la vendimia de septiembre conservado primorosamente en el frescor de las cuevas.
Las calles olían a gloria, y en los tres hornos del pueblo se las veían y deseaban para dar turno y satisfacción a tantas mujeres que solicitaban hora para cocer. Había mucho trabajo en los hornos durante las horas de elaboración y cocción. Y mucha alegría por las fechas que llegaban, y picardía por la naturaleza y presencia de varias amas de casa juntas, no exenta de alguna discusión por los turnos deseados y no conseguidos.
Pero cada día salían grandes cantidades de horneados que las mujeres, ayudadas por sus hijos, transportaban a sus casa en cestas y canastas de mimbre previamente forradas con un paño de tela, y tapadas con otro paño. Se iban contentas con sus dulces pensando en que ahora solamente quedaba el tema de las comidas, aunque eso lo arreglarían con un par de gallinas y el gallo que habían engordado para esa fecha, y que se “engallaba” por el corral desafiante y hermoso entre las gallinas.
Ya está más cerca la Navidad. Ya van llegando los ausentes, mozos y mozas que vuelven desde las capitales a las que se fueron buscando un porvenir mejor, y se desplazan al pueblo para pasar esos días en familia, y de paso ayudar en la matanza del cerdo. Con su llegada crece la alegría y por las noches suenan villancicos por cada barrio, y en cada casa acompañados del sonar ronco de las zambombas, Bom, bom, bom, templadas al calor de la lumbre, el sonido fino de la botella estriada vacía de anís rasgada por una cuchara, Ras, ras, ras, de la pandereta golpeada con ritmo sobre la rodilla del músico, Crin, crin, crin…
“Maaadren la pueeertayunniiiiño, Bom, bom bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Masermoso quelsolbeeeello, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Y debedeeetenerfriiiio, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Porquelpobre vienencueeeeros, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin…
Andaydilequentre, Bom, ras, crin… Ysecalentaraaa, Bom, ras, crin… Porquenestepuebloyanoaycaridáá áá/ ninuncalabío/ ninuncááálabrááá, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, cirn, crin, crin….
Durante esos días, los chicos y chicas en alegres pandillas van por las casas pidiendo el aguinaldo. Aquí les dan una peseta, allá dos reales, y en aquella casa tres perras gordas. En otra unos mantecados y en otra más mantecados… se nota su llegada por la alegría y el alboroto que forman en las calles tocando sus zambombas y panderetas, y desafinando en el cántico de villancicos…
Tres días faltan para Noche Buena cuando el Cartero entrega una carta en casa de Pedrito. Su madre la coge con mano temblorosa, la abre y se queda mirándola. No sabe leer. Busca a Pedrito y le dice:.- Pedrito, hijo lee esta carta que me ha dicho el cartero que es de tu hermano. A ver qué dice.
Juan, el mayor de los hermanos ya avisó que venía para estas fechas, y en esta carta decía la hora de llegada a la estación del tren del vecino pueblo, Cuevas de Velasco.
La nieve se había derretido y solamente en la parte norte de los montes, de las cunetas y en las umbrías quedaba alguna. El Sol lucía cada día pero el frío no le dejaba calentar, los caminos transitados estaban embarrados, y las calles del pueblo también, pero nada de eso impediría que Pedrito y su padre aparejaran dos mulas mañana, y por la larga y curvada carretera empedrada, fueran a recoger a su hijo y hermano en la Estación.
¡! Ahora sí que empezaba la Navidad ¡
Felices Pascuas a todas las personas que lean esto, y me sentiré muy feliz si, con algún detalle de mi escrito les he recordado la vida y vivencias de cuando eran pequeños, y vivían estas fechas bajo el manto más sagrado. El de la familia.
Manuel.
barro, y mientras comentaban cosas del campo, del pueblo y sus gentes, bebían todos del mismo vaso de cristal grueso, que enjuagaban de vez en cuando en el agua de un cubo llevado a la cueva para tal fin.
A una determinada hora terminaban las charlas y cada uno se iba a cenar a su casa. Terminada la cena, un rato de conversación con la familia y a acostarse pronto.
En casa de Pedrito, cuando llegaba la hora de acostarse, la abuela cogía un calentador de cobre con mango largo y tapa perforada, y llenándolo de ascuas del rescoldo de la chimenea, iba a las camas en las que dormían Él y su hermana Lucía, y lo pasaba repetidas veces por entre las frías sábanas calentándolas, y es entonces cuando Pedrito y su hermana Lucía se acostaban entre sábanas calientes y mantas pesadísimas. Los padres y la abuela quedaban charlando alrededor de la chimenea un rato más, hasta que el rescoldo se iba apagando y se retiraban también a la cama.
Los mozos solteros, después de realizar en sus casas o en casa de sus amos las mismas tareas, bien abrigados y con la boina calada hasta las cejas, y alguno más friolero con pasamontañas, se reunían en la esquina del Melguizo, hablaban de las mismas cosas y de otras más propias de su juventud y soltería, y siempre esperando ver pasar alguna moza que “casualmente” pasara por allí para ir a dar un “recado” a alguien… y pasaban, claro que pasaban. Aunque los mozos, después de ver pasar a su moza, o pasadas unas horas, también terminaban el día en la cueva de alguno de ellos, y alumbrados por un candil, seguían vaso en mano el mismo ritual que los casados.
Desde la media tarde, cada día el casino se llenaba de hombres. Eran los “pudientes” del pueblo. Los amos que disponían de labor y hacienda suficiente, que les permitían tener mozos de mulas y criada en su casa. Los hombres del pueblo, labradores, pastores, mozos y gentes sencillas no entraban en el casino. No había en la puerta un cartel que lo prohibiera, pero todos sabían que no debían entrar. En el casino normalmente echaban la partida de cartas los pudientes, el médico, el cabo de la Guardia Civil, el veterinario, el maestro, el secretario, el alcalde etc…
El resto de personal masculino del pueblo se reunía los domingos en las tabernas de Benito el Alguacil, que fue antes del Eusebio, en la de Bernardo el Musiquilla, en la de la tía Marialuisa, en la de Matías, en la del Lucero etc. En esas tabernas jugaban al truque, a la brisca, al tute, bebían vino y llenaban el suelo con las cáscaras del aperitivo. Cacahuetes salados. Y también comían garbanzos tostados.
Durante los días previos a las navidades, en todas las casas había gran actividad, pues se elaboraban los mantecados y perrunas que serían degustados en las fiestas, las rosquillas de anís que se comerían en la matanza del cerdo que ya estaba en puertas, los bollos de aceite para el chocolate de Año Nuevo y Reyes, las tortas de cañamones y las de manteca y una lista larga de dulces cuyas recetas salían principalmente de la cabeza de las abuelas, como las rosquillas de mosto fritas…
Los familiares y amigos llegados de las capitales eran agasajados en su visita con esos dulces, acompañados de una copita de anís y coñac y en alguna casa, con mosto de la vendimia de septiembre conservado primorosamente en el frescor de las cuevas.
Las calles olían a gloria, y en los tres hornos del pueblo se las veían y deseaban para dar turno y satisfacción a tantas mujeres que solicitaban hora para cocer. Había mucho trabajo en los hornos durante las horas de elaboración y cocción. Y mucha alegría por las fechas que llegaban, y picardía por la naturaleza y presencia de varias amas de casa juntas, no exenta de alguna discusión por los turnos deseados y no conseguidos.
Pero cada día salían grandes cantidades de horneados que las mujeres, ayudadas por sus hijos, transportaban a sus casa en cestas y canastas de mimbre previamente forradas con un paño de tela, y tapadas con otro paño. Se iban contentas con sus dulces pensando en que ahora solamente quedaba el tema de las comidas, aunque eso lo arreglarían con un par de gallinas y el gallo que habían engordado para esa fecha, y que se “engallaba” por el corral desafiante y hermoso entre las gallinas.
Ya está más cerca la Navidad. Ya van llegando los ausentes, mozos y mozas que vuelven desde las capitales a las que se fueron buscando un porvenir mejor, y se desplazan al pueblo para pasar esos días en familia, y de paso ayudar en la matanza del cerdo. Con su llegada crece la alegría y por las noches suenan villancicos por cada barrio, y en cada casa acompañados del sonar ronco de las zambombas, Bom, bom, bom, templadas al calor de la lumbre, el sonido fino de la botella estriada vacía de anís rasgada por una cuchara, Ras, ras, ras, de la pandereta golpeada con ritmo sobre la rodilla del músico, Crin, crin, crin…
“Maaadren la pueeertayunniiiiño, Bom, bom bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Masermoso quelsolbeeeello, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Y debedeeetenerfriiiio, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin… Porquelpobre vienencueeeeros, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, crin, crin, crin…
Andaydilequentre, Bom, ras, crin… Ysecalentaraaa, Bom, ras, crin… Porquenestepuebloyanoaycaridáá áá/ ninuncalabío/ ninuncááálabrááá, Bom, bom, bom, ras, ras, ras, cirn, crin, crin….
Durante esos días, los chicos y chicas en alegres pandillas van por las casas pidiendo el aguinaldo. Aquí les dan una peseta, allá dos reales, y en aquella casa tres perras gordas. En otra unos mantecados y en otra más mantecados… se nota su llegada por la alegría y el alboroto que forman en las calles tocando sus zambombas y panderetas, y desafinando en el cántico de villancicos…
Tres días faltan para Noche Buena cuando el Cartero entrega una carta en casa de Pedrito. Su madre la coge con mano temblorosa, la abre y se queda mirándola. No sabe leer. Busca a Pedrito y le dice:.- Pedrito, hijo lee esta carta que me ha dicho el cartero que es de tu hermano. A ver qué dice.
Juan, el mayor de los hermanos ya avisó que venía para estas fechas, y en esta carta decía la hora de llegada a la estación del tren del vecino pueblo, Cuevas de Velasco.
La nieve se había derretido y solamente en la parte norte de los montes, de las cunetas y en las umbrías quedaba alguna. El Sol lucía cada día pero el frío no le dejaba calentar, los caminos transitados estaban embarrados, y las calles del pueblo también, pero nada de eso impediría que Pedrito y su padre aparejaran dos mulas mañana, y por la larga y curvada carretera empedrada, fueran a recoger a su hijo y hermano en la Estación.
¡! Ahora sí que empezaba la Navidad ¡
Felices Pascuas a todas las personas que lean esto, y me sentiré muy feliz si, con algún detalle de mi escrito les he recordado la vida y vivencias de cuando eran pequeños, y vivían estas fechas bajo el manto más sagrado. El de la familia.
Manuel.
Hola, Manuel, ¡Que tiempos aquellos! Los olores a rosquillas, mantecados, bollos (dormidos)... perfumaban no sólo "el medio ambiente", sino el el ambiente entero.
Un mes antes de Nochebuena ya sonaban las zambombas, panderetas.. y se oían cantar los villancicos. A los chicos se les hacía la zambomba con una piel de conejo,
y los mayores rivalizábamos a ver cual la podía hacer más grande, hasta con una boca de tinaja, y le poníamos sobre la piel unas filas de palillos atados con unos hilos para que repicotease más. Íbamos a la Misa del Gallo con ellas, y al final de la Misa, el sacerdote daba a besar al Niño y nosotros tocando y cantando villancicos. También salíamos a pedir el aguinaldo tocando y cantando, nos daba rosquillas y mantecados, cuando ya teníamos algunos, nos íbamos a la cueva a remojarlos con vino, y que vino aquel, hecho por nosotros sin " potingues" de ninguna clase, aquello era vino, aunque tuviese menos grados.
Felices Fiestas
ABACO
Un mes antes de Nochebuena ya sonaban las zambombas, panderetas.. y se oían cantar los villancicos. A los chicos se les hacía la zambomba con una piel de conejo,
y los mayores rivalizábamos a ver cual la podía hacer más grande, hasta con una boca de tinaja, y le poníamos sobre la piel unas filas de palillos atados con unos hilos para que repicotease más. Íbamos a la Misa del Gallo con ellas, y al final de la Misa, el sacerdote daba a besar al Niño y nosotros tocando y cantando villancicos. También salíamos a pedir el aguinaldo tocando y cantando, nos daba rosquillas y mantecados, cuando ya teníamos algunos, nos íbamos a la cueva a remojarlos con vino, y que vino aquel, hecho por nosotros sin " potingues" de ninguna clase, aquello era vino, aunque tuviese menos grados.
Felices Fiestas
ABACO