¿tienes un bar?

LA VENTOSA: Buenos días a tod@s,...

La verdad es que no me habeis hecho mucho caso.
Os voy a contar una historia que es la mia y lo creais o no es verdad.
Naci en Madrid de padres y abuelos madrileños.
Los primeros años de mi vida los vivi en una chabola de 16 m2 eramos 6 personas
A los 10 años y mientras mi madre trabajaba fregando escaleras yo tenia que buscar carbonilla en los basureros a los 13 años comence a trabajar, hoy despues de 18 años con la enfermedad de Parkinson me he visto obligado a jubilarne, mi mujer tiene metastasis tumoral y ademas tengo que soportar a dos linguistas que no hacen otra cosa que utilizar este foro para demostrar lo mucho que saben. os dais cuenta que estais demostrando lo poco que quereis a vuestro pueblo.
por favor daros un abrazo virtual y aunad vuestras fuerzas en mejorar La Ventosa

Mi nombre es Luis Marinas y nunca me escondere tras un seudonimo

Perdonad si os he molestado

Buenos días a tod@s,
Dice un dicho:"Después de la tempestad, siempre viene la calma". Seguro que en este foro también volverá esa merecida calma. Estamos a punto de disfrutar las también merecidas vacaciones (disfruta mucho Zascandil y ya nos volvemos a encontrar a la vuelta) y merece la pena empezarlas con buen sabor de boca. Por eso, me voy a permitir contaros una historia que me contó mi madre el fin de semana pasado, cuando estuvimos escogiendo una receta para llevar algún dulce el día 1 a Bólliga. La historia tiene mucho que ver con el "buen gusto de boca".
El caso es que a mi madre le vino a la memoria unas recetas muy especiales que tuvo que preparar por encargo de D. Sixo (un médico bastante particular que residió en nuestro pueblo y del que seguramente, muchos de los que aquí entráis, llegásteis a conocerle).
Este hombre (de carácter burlón, con un sentido del humor un tanto particular) organizaba siempre una comida para celebrar su cumpleaños, a la que invitaba a las autoridades y personalidades relevantes de nuestro pueblo. Por lo general, el ágape consistía en un “pernil”, queso y vino. Pero, en esta ocasión, me cuenta mi madre que les pidió elaborar unos dulces típicos y un licor para acompañarlos. Claro que los ingredientes no estaban contemplados en ninguna receta tradicional. Eran nuevos, de su propia cosecha...
La elaboración del licor consistió en hervir "escobas amargas" a las que tuvo la deferencia de permitir añadir un poco de azúcar tostada (para darle sobre todo un color atractivo al mejunje). El primero en caer en la trampa fue el que, como cada año y de buena hora, se presentaba en su casa para afeitarle (el tío hojalatero creí entender). Al pobre hombre se le cambió el color de la cara al echarse el primer trago. Pero, claro, ¿cómo iba a escupirlo?, se trataba de D. Sixto... y él, un pobre hombre que seguramente no entendía de licores. Así que se lo tragó, aunque ya no hubo forma de que siguiera con la cata del resto de los manjares allí expuestos, por mucho que el tal D. Sixto le insistiera y por mucho que le pesara ese sabor amargo... Pobre hombre, sí, humilde, también, pero tonto... NO, ni un pelo de tonto!. (Es de suponer que esto sucedió después del afeitado...)
La segunda en caer en la trampa fue la Joaquina (hija de doña Visita) quien, al parecer, bastante golosa, se decidió por las famosas piñas. Pero éstas, encerraban sorpresa...
Mi madre, junto con otras vecinas encargadas de elaborar el regalo que este señor se hizo a sí mismo, se trasladaron el día anterior a recoger perolillas a Trasmajano. Las perolillas se recubrieron de miel. Morder aquello debió ser toda una hazaña por mantener los dientes en su sitio (y si no, ya se encargaría nuestro médico de recomponerlos... extrayéndolos todos, seguro). Lástima que no sea capaz de describir con palabras la mímica de mi madre simulando a la tal Joaquina tratando de hincarles el diente...
A esas alturas de la fiesta, el tal D. Sixto no podía sujetarse ya de la risa. Sus famosos tirantes se las veían y deseaban para sujetar su enorme barriga que se convulsionaba a golpe de sus carcajadas. Y aunque el personal andaba ya un poco mosqueado, todavía se las ingenió (porque listo era un rato...) para que se quitaran el mal sabor de boca con unas rosquillas que, según mi madre, pocas veces le hasbían salido tan huecas y de apariencia tan apetitosa. Ese aspecto debió dárselo el agua en la que hirvieron algunas guindillas, sustituyéndolo por la leche ¡!. Después de la broma, imagino la expectación de los invitados cuando se empezaron el pernil y los quesos... Pero éstos sí eran auténticos, no encerraban sorpresas.
En fin, todo un personaje este señor que, por lo que me cuentan, tenía una peculiar manera de atajar los males. Como la fórmula para que los pepinos no hagan daño (ahora que empieza la temporada, puede que nos venga bien...).
Se coge el pepino. Se corta la parte aquella por donde más amargan. Con la ayuda de una cucharilla se vacían las pepitas y el hueco que queda, se rellena con un buen vaso de vino. Te tomas el vino, y le das una patada al pepino. Seguro que funciona...

Hasta la próxima y, lo dicho, Felices vacaciones a tod@s.
Zoqueta