¿Es usted pensionista? Que Dios le coja confesado...
Por Pablo Molina.
Ser pensionista en el llamado Estado del Bienestar socialdemócrata es vivir con poco dinero y el alma en vilo; pero si el encargado de garantizar tu pensión se llama José Luis Rodríguez Zapatero, entonces, amigo, estás jodido.
Por alguna extraña razón, los jubilados piensan que su pensión es un dinero que el gobierno les concede graciosamente, cuando lo cierto es que el dinero de la jubilación equivale a una mínima parte de lo que cada trabajador ha ido pagando a lo largo de su vida a través de las cotizaciones sociales. Es algo tan elemental, que hasta el lector medio de Público puede –esforzándose un poquitín– comprenderlo.
El sistema de reparto característico de la socialdemocracia consiste en que los trabajadores en activo pagan la pensión a los jubilados del momento. Es la versión progre de la estafa piramidal de toda la vida; de forma que el sistema está llamado a su autodestrucción en cuanto la pirámide cambie de forma y la base sea más estrecha que los estratos superiores. Mientras hay dinero en la caja el engaño funciona, pero cuando el despilfarro característico de las socialdemocracias hiperestatistas se dispara o disminuyen los ingresos a consecuencia de una crisis, el edificio entero se tambalea.
Ocurre que, por alguna oscura razón histórica, los periodos en que la caja de la seguridad social entra en riesgo de quiebra inminente coinciden con la presencia de los socialistas en el gobierno. Con Zapatero, el fenómeno se repite, pero esta vez con el agravante de que nuestro presidente intelectualmente adolescente se ha pulido en caprichos electoralistas todo el superávit de las cuentas públicas, y ahora ha decidido meter también la mano en los bolsillos de quienes sólo cuentan con una pensión estatal para pasar sus últimos días.
El socialismo tiene estas consecuencias, por lo que no cabe acusar a Zapatero y su tropa de traicionar a su ideología, sino que, por el contrario, se comportan de acuerdo a los cánones de la misma. Cuando gobiernan los socialistas, durante los primeros cuatro años viven de las rentas del periodo anterior y en los siguientes se dedican a destruir a las clases medias, empobrecer a los obreros y hacer ricos a los prójimos, ya sea por razón de parentesco o por afinidad ideológica, a cambio de que les ayuden a seguir ganando elecciones.
Lo sorprendente es que hay pensionistas que todavía creen que la izquierda vela por sus intereses porque les sube unas décimas la pensión y les lleva de viaje con el Inserso. Tras el Zapatazo del miércoles, que les va a depauperar aún más, los hay capaces de asumir que se trata de un esfuerzo imprescindible para salvar el país, que es lo que les cuentan en los tres primeros minutos de los telediarios nacionales. Si vieran menos telebasura se darían cuenta de la enormidad de dinero que su líder carismático dilapida diariamente en gilipolleces: ministerios tan inútiles como sus titulares, subvenciones para financiar las actividades más absurdas y por ahí seguido. Sólo con eliminar el ministerio de vivienda el estado ahorraría más que con la congelación, es decir la rebaja, de las pensiones de todos los jubilados; pero ese es un dato que no les van a proporcionar los informativos de las televisiones gubernamentales y progubernamentales, que tanto da.
Después de toda una vida trabajando, el estado concede a los pensionistas una mísera pensión que tienen garantizada cuando gobierna la derecha y queda en suspenso cuando los socialistas vuelven por sus desafueros. Zapatero les da un nuevo apretón y, además de poner en riesgo inminente todo el sistema, como corresponde a un gobierno progresista, les aligera un poco más los bolsillos; pero como en el telediario dicen que es un sacrificio necesario, en lugar de ir a La Moncloa a expulsar a su inquilino a gorrazos se van al jardín a hacer tiempo para ver Sálvame De Luxe.
Sólo hay en este mundo una cosa más absurda que un obrero de izquierdas: un pensionista admirador de Zapatero. Y anda que hay pocos.
Por Pablo Molina.
Ser pensionista en el llamado Estado del Bienestar socialdemócrata es vivir con poco dinero y el alma en vilo; pero si el encargado de garantizar tu pensión se llama José Luis Rodríguez Zapatero, entonces, amigo, estás jodido.
Por alguna extraña razón, los jubilados piensan que su pensión es un dinero que el gobierno les concede graciosamente, cuando lo cierto es que el dinero de la jubilación equivale a una mínima parte de lo que cada trabajador ha ido pagando a lo largo de su vida a través de las cotizaciones sociales. Es algo tan elemental, que hasta el lector medio de Público puede –esforzándose un poquitín– comprenderlo.
El sistema de reparto característico de la socialdemocracia consiste en que los trabajadores en activo pagan la pensión a los jubilados del momento. Es la versión progre de la estafa piramidal de toda la vida; de forma que el sistema está llamado a su autodestrucción en cuanto la pirámide cambie de forma y la base sea más estrecha que los estratos superiores. Mientras hay dinero en la caja el engaño funciona, pero cuando el despilfarro característico de las socialdemocracias hiperestatistas se dispara o disminuyen los ingresos a consecuencia de una crisis, el edificio entero se tambalea.
Ocurre que, por alguna oscura razón histórica, los periodos en que la caja de la seguridad social entra en riesgo de quiebra inminente coinciden con la presencia de los socialistas en el gobierno. Con Zapatero, el fenómeno se repite, pero esta vez con el agravante de que nuestro presidente intelectualmente adolescente se ha pulido en caprichos electoralistas todo el superávit de las cuentas públicas, y ahora ha decidido meter también la mano en los bolsillos de quienes sólo cuentan con una pensión estatal para pasar sus últimos días.
El socialismo tiene estas consecuencias, por lo que no cabe acusar a Zapatero y su tropa de traicionar a su ideología, sino que, por el contrario, se comportan de acuerdo a los cánones de la misma. Cuando gobiernan los socialistas, durante los primeros cuatro años viven de las rentas del periodo anterior y en los siguientes se dedican a destruir a las clases medias, empobrecer a los obreros y hacer ricos a los prójimos, ya sea por razón de parentesco o por afinidad ideológica, a cambio de que les ayuden a seguir ganando elecciones.
Lo sorprendente es que hay pensionistas que todavía creen que la izquierda vela por sus intereses porque les sube unas décimas la pensión y les lleva de viaje con el Inserso. Tras el Zapatazo del miércoles, que les va a depauperar aún más, los hay capaces de asumir que se trata de un esfuerzo imprescindible para salvar el país, que es lo que les cuentan en los tres primeros minutos de los telediarios nacionales. Si vieran menos telebasura se darían cuenta de la enormidad de dinero que su líder carismático dilapida diariamente en gilipolleces: ministerios tan inútiles como sus titulares, subvenciones para financiar las actividades más absurdas y por ahí seguido. Sólo con eliminar el ministerio de vivienda el estado ahorraría más que con la congelación, es decir la rebaja, de las pensiones de todos los jubilados; pero ese es un dato que no les van a proporcionar los informativos de las televisiones gubernamentales y progubernamentales, que tanto da.
Después de toda una vida trabajando, el estado concede a los pensionistas una mísera pensión que tienen garantizada cuando gobierna la derecha y queda en suspenso cuando los socialistas vuelven por sus desafueros. Zapatero les da un nuevo apretón y, además de poner en riesgo inminente todo el sistema, como corresponde a un gobierno progresista, les aligera un poco más los bolsillos; pero como en el telediario dicen que es un sacrificio necesario, en lugar de ir a La Moncloa a expulsar a su inquilino a gorrazos se van al jardín a hacer tiempo para ver Sálvame De Luxe.
Sólo hay en este mundo una cosa más absurda que un obrero de izquierdas: un pensionista admirador de Zapatero. Y anda que hay pocos.