Van a matar en Pakistán a una joven por ser cristiana y a la izquierda española le aburre el asunto. Es lógico. Bien muerta estará para nuestra retroprogresía. Los que han decretado su ejecución han sido extremadamente bondadosos y pacientes. Le han dicho que si reniega de su fe, le perdonarán la vida. Y ella, que es una retrógrada, se mantiene en su creencia y prefiere ser colgada de una viga a negar su cristianismo. El brutal islamismo del siglo X no preocupa a nuestros «buenistas» profesionales. Ni una voz alta, ni una protesta ante la embajada de Pakistán, ni una pancarta. Ni siquiera una pegatina diminuta reclamando el respeto a las creencias y las ideas de una chica pakistaní que se enfrenta a una sentencia de ferocidad medieval.
El embajador de Israel en Madrid ha reconocido su preocupación por el antisemitismo que impera en España. Toda la izquierda odia a Israel. Es palestina. Abomina del único Estado de Derecho de Oriente Medio. Israel se defiende del terrorismo palestino patrocinado por Siria. Se defiende y hace muy bien. Y nos defiende a todos los países occidentales. Si, como desea la izquierda española, el Estado de Israel desaparece, la bestialidad del medievo derribaría la última muralla de contención. El gran problema de Israel no es otro que ser un pedazo de Europa enclavado en la región de la furia islámica. En el fondo, y aunque no se atrevan a reconocerlo, para una buena parte de nuestra izquierda supuestamente pensante, los nazis se quedaron a medias. No terminaron con la benéfica culminación del exterminio. Fracasaron en el genocidio. Cuando los aliados descubrieron los campos de concentración y muerte de Auschwitz, Treblinka, Dachau, Buchenwald y demás estupendas instalaciones similares, hallaron centenares de miles de huesos judíos, pero no todos. Stalin lo hizo mejor. Claro, que Stalin era de los suyos. Pero tampoco acabó con los judíos.
Hace bien nuestra izquierda «buenista» en movilizarse cuando le sale de su tienda de nísperos. Pero no por ello haría mal en intentar disimular su falta de interés por la vida de una inocente que va a ser asesinada por el amigo del Islam. No sé, una cartita, un breve manifiesto firmado por los de siempre. Lo de esta chica es más grave que lo de Aminatu Haidar, y no se ha movido nadie. Ni Toledo, ni San Juan, ni Sabina, ni Monzón, ni Diego Botto, ni Diego sin Botto, ni los Bardem, ni Almudena Grandes. Reconozco que están muy preocupados con las elecciones de Cataluña, pero sólo les robaría cinco minutos para redactar una nota al embajador de Pakistán y pedirle que no maten a una joven por sus creencias religiosas. Salvarían la cara ante mucha gente que no entiende su escala de valores. Una soga atada al cuello es peor que la renuncia voluntaria a comer cuscús. Admito que enfrentarse o enfadarse públicamente con el Islamismo es más peligroso que hacerlo con Aznar. Pero de cuando en cuando conviene arriesgarse un poco, y más aún, cuando se tiene tanta costumbre y maestría en la redacción de manifiestos y sus posteriores rúbricas. Como con la ETA, siempre tan calladitos, excepto –hay que reconocerlo–, Joaquín Sabina, que supo arrepentirse y se enfrentó al terrorismo vasco con todas las letras. Pero esto me decepciona.
Odiar a los judíos y a la democracia de Israel entra en sus derechos de estalinistas. Pero olvidar la tragedia de una joven y no escribir ni una tarjeta de visita se me antoja ignominioso. Más caridad.
Por Alfonso Ussia
El embajador de Israel en Madrid ha reconocido su preocupación por el antisemitismo que impera en España. Toda la izquierda odia a Israel. Es palestina. Abomina del único Estado de Derecho de Oriente Medio. Israel se defiende del terrorismo palestino patrocinado por Siria. Se defiende y hace muy bien. Y nos defiende a todos los países occidentales. Si, como desea la izquierda española, el Estado de Israel desaparece, la bestialidad del medievo derribaría la última muralla de contención. El gran problema de Israel no es otro que ser un pedazo de Europa enclavado en la región de la furia islámica. En el fondo, y aunque no se atrevan a reconocerlo, para una buena parte de nuestra izquierda supuestamente pensante, los nazis se quedaron a medias. No terminaron con la benéfica culminación del exterminio. Fracasaron en el genocidio. Cuando los aliados descubrieron los campos de concentración y muerte de Auschwitz, Treblinka, Dachau, Buchenwald y demás estupendas instalaciones similares, hallaron centenares de miles de huesos judíos, pero no todos. Stalin lo hizo mejor. Claro, que Stalin era de los suyos. Pero tampoco acabó con los judíos.
Hace bien nuestra izquierda «buenista» en movilizarse cuando le sale de su tienda de nísperos. Pero no por ello haría mal en intentar disimular su falta de interés por la vida de una inocente que va a ser asesinada por el amigo del Islam. No sé, una cartita, un breve manifiesto firmado por los de siempre. Lo de esta chica es más grave que lo de Aminatu Haidar, y no se ha movido nadie. Ni Toledo, ni San Juan, ni Sabina, ni Monzón, ni Diego Botto, ni Diego sin Botto, ni los Bardem, ni Almudena Grandes. Reconozco que están muy preocupados con las elecciones de Cataluña, pero sólo les robaría cinco minutos para redactar una nota al embajador de Pakistán y pedirle que no maten a una joven por sus creencias religiosas. Salvarían la cara ante mucha gente que no entiende su escala de valores. Una soga atada al cuello es peor que la renuncia voluntaria a comer cuscús. Admito que enfrentarse o enfadarse públicamente con el Islamismo es más peligroso que hacerlo con Aznar. Pero de cuando en cuando conviene arriesgarse un poco, y más aún, cuando se tiene tanta costumbre y maestría en la redacción de manifiestos y sus posteriores rúbricas. Como con la ETA, siempre tan calladitos, excepto –hay que reconocerlo–, Joaquín Sabina, que supo arrepentirse y se enfrentó al terrorismo vasco con todas las letras. Pero esto me decepciona.
Odiar a los judíos y a la democracia de Israel entra en sus derechos de estalinistas. Pero olvidar la tragedia de una joven y no escribir ni una tarjeta de visita se me antoja ignominioso. Más caridad.
Por Alfonso Ussia