La crisis económica no parece atenuarse y la destrucción de empresas y empleo se está convirtiendo en una desagradable costumbre.
Si para las grandes empresas y multinacionales ya es difícil mediar con una situación de baja demanda, incertidumbre y falta de financiación, para las pequeñas y medianas empresas es una labor titánica.
Profesionalmente he tenido que enfrentarme a la decisión (si es que decidir pudiera ser la palabra) de presentar un concurso de acreedores de una empresa en situación de crisis. Y os aseguro que no es fácil ni con todo el asesoramiento y formación del mundo.
Y si con formación empresarial es difícil tomar y ejecutar este tipo de decisiones, no quiero ni pensar lo complejo que resulta para una parte importante del tejido empresarial español, cuya cultura de la gestión de los negocios muchas veces se limita a llevar las facturas a su gestoría.
Leyendo “Cómo salvar mi negocio” de Carlos Guerrero veo que algunas de mis apreciaciones no estaban desencaminadas. Un empresario debe ser capaz de detectar los problemas en una fase temprana, tomar decisiones adecuadas y, si no se logra revertir la situación, saber cerrar a tiempo.
Alargar la agonía empresarial provoca empujar al precipicio a trabajadores (que trabajan sin cobrar), acreedores (que no cobran sus bienes y servicios) y a la Administración (que ve engrosar las deudas de Hacienda y Seguridad Social sin esperanza de cobrar ni una mínima parte).
Tan importante es tener un buen plan de negocio cuando uno abre las puertas como un plan de cierre para abandonar el mercado de forma ordenada y con las menores pérdidas para todos posibles.
Un autónomo o un empresario modesto se enfrenta a un problema añadido: si cierro mi negocio me quedo sin ingresos y, probablemente, con deudas. Sin duda esta es la dramática realidad de muchos emprendedores fallidos, pero hay que cortar por lo sano antes que las deudas sean mucho mayores y los efectos más devastadores.
Y para poder cerrar una empresa o bien se tiene que liquidar directamente (lo cual es un caso poco habitual, ya que se tiene que poder pagar a todos antes de cerrar) o presentar el obligatorio concurso de acreedores.
Y para presentar un concurso de acrredores, por pequeña que sea la empresa, deberíamos tener unos 12.000 euros disponibles en caja. Para pagar al abogado mercantilista que nos tiene que representar y que el administrador concursal pueda cobrar sus honorarios. Triste pero cierto.
Conviene asesorarse adecuadamente antes de tomar decisiones, ya que como dice Carlos Guerrero en su libro:
El dinero en buenos asesores nunca es perdido, es invertido y con gran rentabilidad.
Del concurso de acreedores se puede salir, ya que, al menos en teoría, esta es la finalidad del procedimiento judicial: dar una oportunidad a la empresa de renegociar sus deudas.
El problema es que las pequeñas y medianas empresas presentan un concurso de acreedores sólo cuando la situación económica ya es inabordable. Y representa su entierro, más que un procedimiento de reequilibrio financiero.
El concurso de acreedores es en sí mismo una etapa empresarial a la que hay que dar la importancia que se merece. Muchos empresarios poco formados se desentienden de este proceso y lo dejan en manos de sus abogados (en el mejor de los casos, que otros ni lo presentan de manera voluntaria). Y esta forma de proceder les puede suponer graves consecuencias patrimoniales si el concurso acaba siendo considerado culpable por el Juez. El administrador, en ese caso, respondería con el patrimonio personal de las deudas de la empresa.
Es muy duro aceptar que hay que cerrar un negocio y, además, tener que rehacer nuestra carrera profesional después. Pero la empresa no es sólo nuestra: nos debemos a nuestros empleados y acreedores; y la única forma de no perjudicarlos en demasía, si la empresa no va bien, es presentar un concurso de acreedores.
Caerse duele, pero para triunfar hay que conocer el fracaso y aprender de él
Si para las grandes empresas y multinacionales ya es difícil mediar con una situación de baja demanda, incertidumbre y falta de financiación, para las pequeñas y medianas empresas es una labor titánica.
Profesionalmente he tenido que enfrentarme a la decisión (si es que decidir pudiera ser la palabra) de presentar un concurso de acreedores de una empresa en situación de crisis. Y os aseguro que no es fácil ni con todo el asesoramiento y formación del mundo.
Y si con formación empresarial es difícil tomar y ejecutar este tipo de decisiones, no quiero ni pensar lo complejo que resulta para una parte importante del tejido empresarial español, cuya cultura de la gestión de los negocios muchas veces se limita a llevar las facturas a su gestoría.
Leyendo “Cómo salvar mi negocio” de Carlos Guerrero veo que algunas de mis apreciaciones no estaban desencaminadas. Un empresario debe ser capaz de detectar los problemas en una fase temprana, tomar decisiones adecuadas y, si no se logra revertir la situación, saber cerrar a tiempo.
Alargar la agonía empresarial provoca empujar al precipicio a trabajadores (que trabajan sin cobrar), acreedores (que no cobran sus bienes y servicios) y a la Administración (que ve engrosar las deudas de Hacienda y Seguridad Social sin esperanza de cobrar ni una mínima parte).
Tan importante es tener un buen plan de negocio cuando uno abre las puertas como un plan de cierre para abandonar el mercado de forma ordenada y con las menores pérdidas para todos posibles.
Un autónomo o un empresario modesto se enfrenta a un problema añadido: si cierro mi negocio me quedo sin ingresos y, probablemente, con deudas. Sin duda esta es la dramática realidad de muchos emprendedores fallidos, pero hay que cortar por lo sano antes que las deudas sean mucho mayores y los efectos más devastadores.
Y para poder cerrar una empresa o bien se tiene que liquidar directamente (lo cual es un caso poco habitual, ya que se tiene que poder pagar a todos antes de cerrar) o presentar el obligatorio concurso de acreedores.
Y para presentar un concurso de acrredores, por pequeña que sea la empresa, deberíamos tener unos 12.000 euros disponibles en caja. Para pagar al abogado mercantilista que nos tiene que representar y que el administrador concursal pueda cobrar sus honorarios. Triste pero cierto.
Conviene asesorarse adecuadamente antes de tomar decisiones, ya que como dice Carlos Guerrero en su libro:
El dinero en buenos asesores nunca es perdido, es invertido y con gran rentabilidad.
Del concurso de acreedores se puede salir, ya que, al menos en teoría, esta es la finalidad del procedimiento judicial: dar una oportunidad a la empresa de renegociar sus deudas.
El problema es que las pequeñas y medianas empresas presentan un concurso de acreedores sólo cuando la situación económica ya es inabordable. Y representa su entierro, más que un procedimiento de reequilibrio financiero.
El concurso de acreedores es en sí mismo una etapa empresarial a la que hay que dar la importancia que se merece. Muchos empresarios poco formados se desentienden de este proceso y lo dejan en manos de sus abogados (en el mejor de los casos, que otros ni lo presentan de manera voluntaria). Y esta forma de proceder les puede suponer graves consecuencias patrimoniales si el concurso acaba siendo considerado culpable por el Juez. El administrador, en ese caso, respondería con el patrimonio personal de las deudas de la empresa.
Es muy duro aceptar que hay que cerrar un negocio y, además, tener que rehacer nuestra carrera profesional después. Pero la empresa no es sólo nuestra: nos debemos a nuestros empleados y acreedores; y la única forma de no perjudicarlos en demasía, si la empresa no va bien, es presentar un concurso de acreedores.
Caerse duele, pero para triunfar hay que conocer el fracaso y aprender de él