SEGUNDA PARTE
Una vez llenado los sacos con esta mezcla se almacenaban en las dependencias que tenían las viviendas para este menester y, por lo general, eran las mujeres quienes lo cernían, separando la harina y el salvado dejando la harina limpia para hacer pan y el salvado se lo echaban como comida a los animales de corral. Muchas de las viviendas no tenían horno y lo llevaban una vez elaborado en casa a uno de los tres hornos de poya que se recuerda que existieron en Narboneta. Uno estaba en la Calle del Castillo y los otros dos en la calle Maestra Laura Martínez; el de la tía Adela y el de la tía Agustina. El horno de poya es aquel que por la cocción de pan cobraba con pan, esto era; si cocían dos o tres panes el hornero/a se quedaba con medio o un pan entero, según se establecía y este pan se llamaba pan de poya. Posteriormente y debido a la demanda de este servicio, mucha gente optó por hacer un horno particular en la vivienda. Hasta que en la década de los 60 se habilitó la tahona del tío Antonio y de la tía Aurora, que estaba en la subida de enfrente de la Iglesia. Allí se llevaban los sacos de harina y a cambio, por el peso, descontando lo que se quedaba el dueño de la tahona, entregaban una tarjeta cuadriculada y cada cuadrito equivalía a una porción de pan.
Y volviendo a la historia del molino. Según el recibo de la Contribución Industrial del año 1893, Francisco, pagó 13 pesetas como contribuyente.
Nombre Domicilio Actividad Profesional Cuota
Francisco Ribes Fuentes Narboneta Molino 1 piedra de 3 a 6 meses 13 pts
Fue aproximadamente sobre la primera década de 1900 que Francisco falleció, así que su hijo Faustino Rives Bosque heredó el molino y por supuesto todos los conocimientos que le enseñó su padre. Se casó con Florencia Castro Sierra, tuvieron seis hijos; Remedios, Hortensio, Victorino, Palmira, Francisco y Felicitación.
El trabajo de molinero en esta época iba en auge; el aumento considerado de la población hacía que fuera necesario trabajar duro para abastecer a la población y se estableció unos turnos para la molienda. Ya no se iba a otros pueblos a moler, a no ser que fueran casos excepcionales.
Este aumento de la población hizo que aumentaran otras necesidades como la electricidad. Francisco ya sabía que en otros pueblos los molineros podían hacer luz aprovechando las mismas aguas de la molienda, así que, compró una turbina con una dinamo (ignoro la potencia que esta turbina podía generar) y unos cuantos metros de cable. El cable de aquella época era de hilo de algodón con aisladores de porcelana y los interruptores rotativos también de porcelana. Así, y a través de unos postes hizo llegar la luz, en un principio, poniendo tres bombillas repartidas por las calles del pueblo y poco a poco los vecinos fueron conectándose a este tendido llegando al interior de las viviendas. El molinero solo daba la luz de noche.
Las viviendas se conformaban con solo una bombilla que por lo general la instalaban en la cocina o comedor donde convivían el mayor tiempo. El señor Gaudencio Navarro, que es la persona que me ha facilitado mucha información, me contestó: “en las habitaciones.. pa qué? si dormían con los ojos cerrados y no necesitaban luz”. En un principio y a cambio de este servicio el molinero cobraba tres pesetas y luego aumentó a cuatro.
Pocos años después, la electricidad se recibía de una Central, conocida en el pueblo como la Central del Pajazo.
De este acontecimiento, Gaudencio se acuerda muy bien: estaba prestando el servicio militar en el año 1950, cuando recibió una carta de sus familiares en la que le anunciaban que “ya tenían luz” y recuerda con qué alegría recibió esta noticia.
Curiosamente, leyendo el libro de D. Antonio García Cuevas “LOS MOLINOS HIDRÁULICOS HARINEROS DE LA PROVINCIA DE CUENCA” el autor hace referencia a esta Central donde él y su padre trabajaron y nos cuenta que esta Central la construyó la empresa Mirasol Ramírez, S. L, en el año 1927 al 1933, en que se puso en marcha. De dicha Central llegaba la electricidad al transformador que se construyó en el Piquillo, hoy desaparecido.
Después fue la compañía Hidroeléctrica y actualmente se encarga Iberdrola.
Finalmente y puesto que Faustino ya no necesitaba la turbina la vendió a unos señores de Sieteaguas quienes no llegaron a pagársela del todo.
Hay muchas anécdotas que se oyen por el pueblo sobre la precariedad de las primeras instalaciones: muchas noches se quedaban sin luz porqué el aire hacía que los cables se tocaran y ocasionaba el famoso “cierre”, otras veces eran las tormentas, así que se asomaban desde El Calicio y a voces gritaban llamando al molinero, el cual tenía que subir y buscar dónde se había producido el cierre y con una caña separar los cables, aunque de esto también se solía encargar el tío Segundo que era conocido como El Lucero.
Otro dicho que se hizo muy famoso y que se decía en tono guasón era:
“Tres cosas hay en Narboneta,
que ponen al pueblo rico,
la fuente, la luz de Rives
y el auto de Federico.”
La fuente: Porque la tubería que pasaba por el Estrecho, que a través de ella llegaba el agua a la fuente, se rompía constantemente y se quedaba sin agua.
La luz de Rives: Por las tantas noches que se quedaban sin luz.
Y el auto de Federico: Federico, era el secretario del Ayuntamiento y cada vez que venía, al cruzar el rio Mediano que no existía el puente, se le quedaba el coche averiado o atascado y tenía que pedir ayuda a la gente del pueblo que a empujones y con ayuda de los mulos conseguían subir el coche.
La Guerra y la Posguerra fueron momentos difíciles para toda la población en general, y en especial para las fábricas de harina y molineros. El excesivo control que ejercía el gobierno sobre la recaudación de impuestos hizo que la gente trabajara en la clandestinidad para evadir estos impuestos que la mayoría no podían pagar.
Faustino era un buen hombre, y ayudaba a mucha gente para que no les faltara la porción de harina para elaborar el pan del día, sabía el riesgo que corría, pero aun así, él seguía moliendo. Sabía que estaba en sus manos el poder mitigar el hambre que padecían algunos vecinos. En más de una ocasión, recibió la presencia de la Guardia Civil y fue detenido junto con las personas que en aquellos momentos estaban en el molino y requisándole todo el grano y harina que tenía.
Pero aquí no se le acabaron los problemas a Faustino ya que se le unieron los del riego. La población seguía creciendo, y por lo tanto, también las necesidades de cultivar más tierras. Al llenarse la balsa o el cubo del molino con el agua de la acequia, los regantes de la Huerta, La Zorrera,… no podían regar y esto también le ocasionó alguna que otra denuncia, hasta que en el año 1954 se constituyó “La Comunidad de Regantes de San Miguel Arcángel” en la que sería designada una comisión para redactar las ordenanzas y administrar unos turnos de riego que serían: 4 días para el molino y 3 para el regadío (Martes; La Ramblilla, La Vega…. Jueves y Domingo; La Huerta…)
Al morir Faustino heredaron el molino todos sus hijos, pero según acuerdo familiar lo regentó Francisco y Victorino. Francisco se casó con Fidela Zomeño Zabala y tuvieron dos hijos, María Florencia y Fermín. Victorino se casó con Anastasia Muñoz Arias, sin hijos.
Tras un segundo acuerdo, Hortensio, les compró el molino a sus hermanos que poco tiempo después, en 1974, cerró. Se casó con Benita Herreros Alarte y tuvieron dos hijos Elvira y Hortensio. También regentó “El Molino del Pueblo” en Garaballa durante dos años aproximadamente.
Hortensio hijo, es el actual dueño del molino.
He intentado explicar esta pequeña historia lo mejor que he sabido para que, esta época de nuestros antepasados, no caiga en el olvido y conozcamos algunas de las dificultades por las que pasaron.
Agradecer a todos los familiares que me han ayudado contándome historietas sobre el molino: a Eusebia Rives Zomeño (mi suegra) a Argelio Real Rives, a Felicita Rives Castro, a Mari Flor, a Gaudencio Navarro, a Francisco Martínez.
Simplemente me sentiré orgullosa si con ello he ayudado a dar unas cuantas pinceladas más a la Historia de Narboneta.
Espero que os haya gustado.
Saludos. SUSI.
Una vez llenado los sacos con esta mezcla se almacenaban en las dependencias que tenían las viviendas para este menester y, por lo general, eran las mujeres quienes lo cernían, separando la harina y el salvado dejando la harina limpia para hacer pan y el salvado se lo echaban como comida a los animales de corral. Muchas de las viviendas no tenían horno y lo llevaban una vez elaborado en casa a uno de los tres hornos de poya que se recuerda que existieron en Narboneta. Uno estaba en la Calle del Castillo y los otros dos en la calle Maestra Laura Martínez; el de la tía Adela y el de la tía Agustina. El horno de poya es aquel que por la cocción de pan cobraba con pan, esto era; si cocían dos o tres panes el hornero/a se quedaba con medio o un pan entero, según se establecía y este pan se llamaba pan de poya. Posteriormente y debido a la demanda de este servicio, mucha gente optó por hacer un horno particular en la vivienda. Hasta que en la década de los 60 se habilitó la tahona del tío Antonio y de la tía Aurora, que estaba en la subida de enfrente de la Iglesia. Allí se llevaban los sacos de harina y a cambio, por el peso, descontando lo que se quedaba el dueño de la tahona, entregaban una tarjeta cuadriculada y cada cuadrito equivalía a una porción de pan.
Y volviendo a la historia del molino. Según el recibo de la Contribución Industrial del año 1893, Francisco, pagó 13 pesetas como contribuyente.
Nombre Domicilio Actividad Profesional Cuota
Francisco Ribes Fuentes Narboneta Molino 1 piedra de 3 a 6 meses 13 pts
Fue aproximadamente sobre la primera década de 1900 que Francisco falleció, así que su hijo Faustino Rives Bosque heredó el molino y por supuesto todos los conocimientos que le enseñó su padre. Se casó con Florencia Castro Sierra, tuvieron seis hijos; Remedios, Hortensio, Victorino, Palmira, Francisco y Felicitación.
El trabajo de molinero en esta época iba en auge; el aumento considerado de la población hacía que fuera necesario trabajar duro para abastecer a la población y se estableció unos turnos para la molienda. Ya no se iba a otros pueblos a moler, a no ser que fueran casos excepcionales.
Este aumento de la población hizo que aumentaran otras necesidades como la electricidad. Francisco ya sabía que en otros pueblos los molineros podían hacer luz aprovechando las mismas aguas de la molienda, así que, compró una turbina con una dinamo (ignoro la potencia que esta turbina podía generar) y unos cuantos metros de cable. El cable de aquella época era de hilo de algodón con aisladores de porcelana y los interruptores rotativos también de porcelana. Así, y a través de unos postes hizo llegar la luz, en un principio, poniendo tres bombillas repartidas por las calles del pueblo y poco a poco los vecinos fueron conectándose a este tendido llegando al interior de las viviendas. El molinero solo daba la luz de noche.
Las viviendas se conformaban con solo una bombilla que por lo general la instalaban en la cocina o comedor donde convivían el mayor tiempo. El señor Gaudencio Navarro, que es la persona que me ha facilitado mucha información, me contestó: “en las habitaciones.. pa qué? si dormían con los ojos cerrados y no necesitaban luz”. En un principio y a cambio de este servicio el molinero cobraba tres pesetas y luego aumentó a cuatro.
Pocos años después, la electricidad se recibía de una Central, conocida en el pueblo como la Central del Pajazo.
De este acontecimiento, Gaudencio se acuerda muy bien: estaba prestando el servicio militar en el año 1950, cuando recibió una carta de sus familiares en la que le anunciaban que “ya tenían luz” y recuerda con qué alegría recibió esta noticia.
Curiosamente, leyendo el libro de D. Antonio García Cuevas “LOS MOLINOS HIDRÁULICOS HARINEROS DE LA PROVINCIA DE CUENCA” el autor hace referencia a esta Central donde él y su padre trabajaron y nos cuenta que esta Central la construyó la empresa Mirasol Ramírez, S. L, en el año 1927 al 1933, en que se puso en marcha. De dicha Central llegaba la electricidad al transformador que se construyó en el Piquillo, hoy desaparecido.
Después fue la compañía Hidroeléctrica y actualmente se encarga Iberdrola.
Finalmente y puesto que Faustino ya no necesitaba la turbina la vendió a unos señores de Sieteaguas quienes no llegaron a pagársela del todo.
Hay muchas anécdotas que se oyen por el pueblo sobre la precariedad de las primeras instalaciones: muchas noches se quedaban sin luz porqué el aire hacía que los cables se tocaran y ocasionaba el famoso “cierre”, otras veces eran las tormentas, así que se asomaban desde El Calicio y a voces gritaban llamando al molinero, el cual tenía que subir y buscar dónde se había producido el cierre y con una caña separar los cables, aunque de esto también se solía encargar el tío Segundo que era conocido como El Lucero.
Otro dicho que se hizo muy famoso y que se decía en tono guasón era:
“Tres cosas hay en Narboneta,
que ponen al pueblo rico,
la fuente, la luz de Rives
y el auto de Federico.”
La fuente: Porque la tubería que pasaba por el Estrecho, que a través de ella llegaba el agua a la fuente, se rompía constantemente y se quedaba sin agua.
La luz de Rives: Por las tantas noches que se quedaban sin luz.
Y el auto de Federico: Federico, era el secretario del Ayuntamiento y cada vez que venía, al cruzar el rio Mediano que no existía el puente, se le quedaba el coche averiado o atascado y tenía que pedir ayuda a la gente del pueblo que a empujones y con ayuda de los mulos conseguían subir el coche.
La Guerra y la Posguerra fueron momentos difíciles para toda la población en general, y en especial para las fábricas de harina y molineros. El excesivo control que ejercía el gobierno sobre la recaudación de impuestos hizo que la gente trabajara en la clandestinidad para evadir estos impuestos que la mayoría no podían pagar.
Faustino era un buen hombre, y ayudaba a mucha gente para que no les faltara la porción de harina para elaborar el pan del día, sabía el riesgo que corría, pero aun así, él seguía moliendo. Sabía que estaba en sus manos el poder mitigar el hambre que padecían algunos vecinos. En más de una ocasión, recibió la presencia de la Guardia Civil y fue detenido junto con las personas que en aquellos momentos estaban en el molino y requisándole todo el grano y harina que tenía.
Pero aquí no se le acabaron los problemas a Faustino ya que se le unieron los del riego. La población seguía creciendo, y por lo tanto, también las necesidades de cultivar más tierras. Al llenarse la balsa o el cubo del molino con el agua de la acequia, los regantes de la Huerta, La Zorrera,… no podían regar y esto también le ocasionó alguna que otra denuncia, hasta que en el año 1954 se constituyó “La Comunidad de Regantes de San Miguel Arcángel” en la que sería designada una comisión para redactar las ordenanzas y administrar unos turnos de riego que serían: 4 días para el molino y 3 para el regadío (Martes; La Ramblilla, La Vega…. Jueves y Domingo; La Huerta…)
Al morir Faustino heredaron el molino todos sus hijos, pero según acuerdo familiar lo regentó Francisco y Victorino. Francisco se casó con Fidela Zomeño Zabala y tuvieron dos hijos, María Florencia y Fermín. Victorino se casó con Anastasia Muñoz Arias, sin hijos.
Tras un segundo acuerdo, Hortensio, les compró el molino a sus hermanos que poco tiempo después, en 1974, cerró. Se casó con Benita Herreros Alarte y tuvieron dos hijos Elvira y Hortensio. También regentó “El Molino del Pueblo” en Garaballa durante dos años aproximadamente.
Hortensio hijo, es el actual dueño del molino.
He intentado explicar esta pequeña historia lo mejor que he sabido para que, esta época de nuestros antepasados, no caiga en el olvido y conozcamos algunas de las dificultades por las que pasaron.
Agradecer a todos los familiares que me han ayudado contándome historietas sobre el molino: a Eusebia Rives Zomeño (mi suegra) a Argelio Real Rives, a Felicita Rives Castro, a Mari Flor, a Gaudencio Navarro, a Francisco Martínez.
Simplemente me sentiré orgullosa si con ello he ayudado a dar unas cuantas pinceladas más a la Historia de Narboneta.
Espero que os haya gustado.
Saludos. SUSI.