Estimados paisanos, hace un tiempo os mandé un mensage, ofreciendo un cuento escrito por mí, relacionado con la Puebla, el castillo y la ermita. Está basado en una historia, que me contaba mi abuelo. Pero no he tenido respuesta. Aquí os lo mando, espero que lo leais, y decirme si os a gustado.
CUENTO
EL CENTINELA
Allá en la madrugada de otros tiempos, corrían noticias por los caminos que se comunicaban desde el pueblo a la vega, y de la vega a la sierra. Y por los caminos corrían las noticias que iban de boca en boca aflorando. Y cuando llegaba la noche, habían dado la vuelta dos o tres veces por todas las calles de aquel pequeño pueblo, por lo que al día siguiente, bien temprano, ya lo podían proclamar por los altavoces del campanario. Eso sí, ¡poniendo previamente las campanas al vuelo!
A la salida del Sol, habiendo sido callado el estruendo de las campanas, daban paso a las novedades del día. Una voz grave, abrupta y desaforada, partía por los tejados y chimeneas, inundando las calles con su voz desgañitada. A la vez que se oye decir:
-Constantina ¿tú oyes lo que están diciendo? Es que yo estoy un poquito sorda y no oigo bien lo que dicen.
- ¡Ah! Sí, están diciendo que un pastor ha matado a un cocodrilo enorme.
- ¿Un cocodrilo dices?
-Sí, eso dicen por el altavoz de la iglesia. ¡Pero ya es noticia pasada! Ayer cuando bajó el pastor de la sierra, antes de dar las luces del pueblo, al acostarse las gallinas, ya lo comentaban. ¡Pero no sabían si era cierto! Pudiera ser que el pastor quisiera hacerse notar, porque tenía muchas ganas de dar caza a ese animal tan misterioso.
- ¡Ah bueno! Pero ya sabes ¡lo oficial es lo oficial!
-Sí Trini, lo que tú quieras, pero ten cuidado, no te fíes, no te quedes barriendo la puerta tranquilamente, porque puede estar vivo todavía, y te puede atacar bajo las sayas.
- ¡Ay! Constantina no me digas eso, que se me ponen los pelos como escarpias. Me voy para dentro, y voy a atrancar bien la puerta. ¡Hasta luego!
Un año anterior a este relato, un pastorcillo subía todos los días a la sierra a cuidar de sus ovejas. Allí tenía una pequeña cabaña construida con piedras y ramas de encina, pues por aquellos parajes, la encina era muy abundante.
En uno de los picos de la sierra, había un castillo que databa de la época de los moros, donde el pastor con sus ovejas, pasaba largos ratos dando vueltas alrededor de los muros para que se comieran las hierbas más altas y frescas.
El estoico pastor, silbaba una cancioncilla mientras pelaba una rama de encina para ser ayudado por ella, y de esa manera conseguir el dominio del ganado.
El viento acariciaba su cara levemente y se llevaba los timbres de su silbido. En los muros del castillo, chocaban y volvían nuevamente otra vez a sus oídos, esta vez por el eco, con sonido polifónico. Las múltiples notas arreciaban armónicamente y se entrelazaban con las ramas y las flores de la jara.
De repente el pastorcillo dejó de silbar. Era su perro cohete el que ahora le llama la atención: ladraba asustado, mientras metía la cabeza en un agujero situado en la parte baja del muro. El pastorcillo se acercó para mirar el boquete, era de unas dimensiones considerables. El perro era de tamaño medio, podía entrar y salir sin dificultad alguna. Y el pastor sorprendido se preguntaba:
- ¿Quién podría haber hecho esta tronera atravesando el muro?
El pastor siguió dándole vueltas a la cabeza.
- ¿Quién pudo ser? - Repetidamente se preguntaba.
- ¡El muro es demasiado grueso para ser excavado por cualquier animal! ¡Es una fortaleza muy antigua! Tienen sus muros un diámetro muy ancho, con piedras en su interior muy gruesas. ¡Casi imposible de excavar!
El pastor no obtuvo respuesta a sus propias preguntas, y cansado de darle vueltas, y optó por olvidarse de aquel tema.
Así pasaban los días, y de vez en cuando, alguien del pueblo salía contando unas historias de un monstruo de cola larga y cabeza estrecha. La boca la tenía rasgada y los dientes de sierra. Y de vez en cuando, sacaba una lengua bífida y roja como de haberse comido a una oveja o a un ser humano ¡por lo menos! o quizás de otra especie… ¡Vaya usted a saber!
Así fueron pasando los meses, y aquellos relatos se fueron haciendo crónicos en el viento, y ya no quedaba nadie en el pueblo que no lo supiera.
Hasta que llegó el día en que el pastor vio al lagarto. Estaba tumbado tomando el sol entre las ramas. El perro cohete ladraba y ladraba sin parar, por lo que el lagarto asustado, corrió hacia el interior del muro. Y dijo el pastor:
- ¡Arrea! Eso es, ahí está. Es un lagarto, por cierto, ¡que bastante grande!
Pasaron los días y no dijo nada a nadie. Pero su mente no dejaba de elucubrar de
¿Cómo podría cazarlo? ¡Sin correr ningún peligro! Se decía a sí mismo.
El pastor pensaba y callaba, mientras las gentes del pueblo no dejaban de hablar y comentar lo peligroso que podría llegar a ser un monstruo de aquella naturaleza, suelto por los alrededores merodeando los corrales.
La señora Trini y sus vecinas, todos los días lo repasaban cuando salían para barrer la puerta de su casa, o al hacer la compra del pan.
Al día siguiente una de las vecinas, se le oyó comentar:
- ¡Fíjate tú! ¡Lo peligroso que puede llegar a ser si baja al pueblo!
Y a otra señora, se le oyó responder:
-Si ese mal bicho baja al pueblo, puede comernos las gallinas o los conejos, o incluso, matar a nuestros hijos, ¡vaya usted a saber de lo que puede ser capaz! Bueno vecinas, me voy a encerrar en mi casa, que yo estoy.., ¡que no cojo en mi chambra!
Y así la zozobra se cernía en el viento, mientas las gentes tomaban aliento y hacían sendero en su lento caminar. Y los días incesantes en su retirada, iban tachando el calendario, para nunca volver por sus mismos pasos.
El pastor, por su parte, seguía reflexionando.
De repente halló la solución:
- ¡Ah! Sí, me estoy acordando de un cepo de cazar zorros, que lo guarda mi padre y que él a su vez, lo heredó de mi abuelo. ¡Es perfecto! Ése va a ser mi arma de caza.
Al día siguiente el pastor, puso el cepo cerca de la salida de la tronera. Y de cebo colocó una rata que había matado con la garrota. Terminada la jornada, se fue tranquilamente a su casa a descansar.
Al día siguiente cuando subió a la sierra, se dirigió directamente hacia el boquete, donde tenía el cepo, y allí estaba, un lagarto de un tamaño descomunal, pero no para comerse a una oveja o a una persona, no creo que pudiera comer tanto… pensaba el pastor. No obstante, la alimentación de este bicho tenía que ser bien abundante, pues el volumen de su cuerpo lo requería.
- ¡Bueno ya se ha terminado todo! Este lagarto que dio toda su vida guardando estos anchos muros, de históricas piedras, y mazmorras de infierno, con olores de existencias atrapadas, por tantos tormentos y vidas estérilmente derramadas por las crónicas luchas y batallas, que a nadie enaltecieron. Él también fue un gran pastor, se repetía emocionado, porque este lagarto, era el alma de un centinela que se quedó guardando el recuerdo, y vivió custodiando el silencio de las voces con lamentos de soldados heridos y hambrientos, por las interminables batallas de aquellos tiempos.
Sentado a la vera del lagarto, el pastorcillo, reflexionaba apresurado:
-Tengo que dar la noticia ¡el monstruo, aquí yace muerto!
Y al voltear las campanas, con vuelo alborotado, se oyó la voz del alcalde:
- ¡El miedo se ha terminado! Porque un valiente atrevido con su ingenio lo ha cazado. Vamos hacer una fiesta, y el cuerpo del lagarto embalsamarlo, para ofrecerlo a la Virgen de la Puebla, pidiendo perdón por su agravio. Que matarlo no era intención, pero el miedo fue mayor que todos los consejos sabios.
Y en lo alto de la sierra, un resplandor aparece, es la ermita enclavada y encalada permanece, y como una paloma blanca, arriba se ve posada.
Allí, lo subieron a enterrar, con todo boato en su entierro, y en la habitación de las promesas, colgados están sus restos, rodeados de brazos y piernas, que cera esculpidos los hicieron.
El cuartito de la iglesia, estrechamente apretado, macilentos ramos de novias, esperan la lluvia en vano. Sin apresto los vestidos, ajados es el concepto, de encajes y holganzas nobles, escuchan los sentimientos. Y trajes de comuniones, de príncipes y princesas que sacrosanto es su rango, en agradecimiento a la virgen, que el enfermo ha mejorado.
Allí permanece en el tiempo, con poemas, peticiones, rezos y salmos, para honrar a la virgen de la Misericordia, que es la patrona de nuestro añorado pueblo.
Estrella Fernández
CUENTO
EL CENTINELA
Allá en la madrugada de otros tiempos, corrían noticias por los caminos que se comunicaban desde el pueblo a la vega, y de la vega a la sierra. Y por los caminos corrían las noticias que iban de boca en boca aflorando. Y cuando llegaba la noche, habían dado la vuelta dos o tres veces por todas las calles de aquel pequeño pueblo, por lo que al día siguiente, bien temprano, ya lo podían proclamar por los altavoces del campanario. Eso sí, ¡poniendo previamente las campanas al vuelo!
A la salida del Sol, habiendo sido callado el estruendo de las campanas, daban paso a las novedades del día. Una voz grave, abrupta y desaforada, partía por los tejados y chimeneas, inundando las calles con su voz desgañitada. A la vez que se oye decir:
-Constantina ¿tú oyes lo que están diciendo? Es que yo estoy un poquito sorda y no oigo bien lo que dicen.
- ¡Ah! Sí, están diciendo que un pastor ha matado a un cocodrilo enorme.
- ¿Un cocodrilo dices?
-Sí, eso dicen por el altavoz de la iglesia. ¡Pero ya es noticia pasada! Ayer cuando bajó el pastor de la sierra, antes de dar las luces del pueblo, al acostarse las gallinas, ya lo comentaban. ¡Pero no sabían si era cierto! Pudiera ser que el pastor quisiera hacerse notar, porque tenía muchas ganas de dar caza a ese animal tan misterioso.
- ¡Ah bueno! Pero ya sabes ¡lo oficial es lo oficial!
-Sí Trini, lo que tú quieras, pero ten cuidado, no te fíes, no te quedes barriendo la puerta tranquilamente, porque puede estar vivo todavía, y te puede atacar bajo las sayas.
- ¡Ay! Constantina no me digas eso, que se me ponen los pelos como escarpias. Me voy para dentro, y voy a atrancar bien la puerta. ¡Hasta luego!
Un año anterior a este relato, un pastorcillo subía todos los días a la sierra a cuidar de sus ovejas. Allí tenía una pequeña cabaña construida con piedras y ramas de encina, pues por aquellos parajes, la encina era muy abundante.
En uno de los picos de la sierra, había un castillo que databa de la época de los moros, donde el pastor con sus ovejas, pasaba largos ratos dando vueltas alrededor de los muros para que se comieran las hierbas más altas y frescas.
El estoico pastor, silbaba una cancioncilla mientras pelaba una rama de encina para ser ayudado por ella, y de esa manera conseguir el dominio del ganado.
El viento acariciaba su cara levemente y se llevaba los timbres de su silbido. En los muros del castillo, chocaban y volvían nuevamente otra vez a sus oídos, esta vez por el eco, con sonido polifónico. Las múltiples notas arreciaban armónicamente y se entrelazaban con las ramas y las flores de la jara.
De repente el pastorcillo dejó de silbar. Era su perro cohete el que ahora le llama la atención: ladraba asustado, mientras metía la cabeza en un agujero situado en la parte baja del muro. El pastorcillo se acercó para mirar el boquete, era de unas dimensiones considerables. El perro era de tamaño medio, podía entrar y salir sin dificultad alguna. Y el pastor sorprendido se preguntaba:
- ¿Quién podría haber hecho esta tronera atravesando el muro?
El pastor siguió dándole vueltas a la cabeza.
- ¿Quién pudo ser? - Repetidamente se preguntaba.
- ¡El muro es demasiado grueso para ser excavado por cualquier animal! ¡Es una fortaleza muy antigua! Tienen sus muros un diámetro muy ancho, con piedras en su interior muy gruesas. ¡Casi imposible de excavar!
El pastor no obtuvo respuesta a sus propias preguntas, y cansado de darle vueltas, y optó por olvidarse de aquel tema.
Así pasaban los días, y de vez en cuando, alguien del pueblo salía contando unas historias de un monstruo de cola larga y cabeza estrecha. La boca la tenía rasgada y los dientes de sierra. Y de vez en cuando, sacaba una lengua bífida y roja como de haberse comido a una oveja o a un ser humano ¡por lo menos! o quizás de otra especie… ¡Vaya usted a saber!
Así fueron pasando los meses, y aquellos relatos se fueron haciendo crónicos en el viento, y ya no quedaba nadie en el pueblo que no lo supiera.
Hasta que llegó el día en que el pastor vio al lagarto. Estaba tumbado tomando el sol entre las ramas. El perro cohete ladraba y ladraba sin parar, por lo que el lagarto asustado, corrió hacia el interior del muro. Y dijo el pastor:
- ¡Arrea! Eso es, ahí está. Es un lagarto, por cierto, ¡que bastante grande!
Pasaron los días y no dijo nada a nadie. Pero su mente no dejaba de elucubrar de
¿Cómo podría cazarlo? ¡Sin correr ningún peligro! Se decía a sí mismo.
El pastor pensaba y callaba, mientras las gentes del pueblo no dejaban de hablar y comentar lo peligroso que podría llegar a ser un monstruo de aquella naturaleza, suelto por los alrededores merodeando los corrales.
La señora Trini y sus vecinas, todos los días lo repasaban cuando salían para barrer la puerta de su casa, o al hacer la compra del pan.
Al día siguiente una de las vecinas, se le oyó comentar:
- ¡Fíjate tú! ¡Lo peligroso que puede llegar a ser si baja al pueblo!
Y a otra señora, se le oyó responder:
-Si ese mal bicho baja al pueblo, puede comernos las gallinas o los conejos, o incluso, matar a nuestros hijos, ¡vaya usted a saber de lo que puede ser capaz! Bueno vecinas, me voy a encerrar en mi casa, que yo estoy.., ¡que no cojo en mi chambra!
Y así la zozobra se cernía en el viento, mientas las gentes tomaban aliento y hacían sendero en su lento caminar. Y los días incesantes en su retirada, iban tachando el calendario, para nunca volver por sus mismos pasos.
El pastor, por su parte, seguía reflexionando.
De repente halló la solución:
- ¡Ah! Sí, me estoy acordando de un cepo de cazar zorros, que lo guarda mi padre y que él a su vez, lo heredó de mi abuelo. ¡Es perfecto! Ése va a ser mi arma de caza.
Al día siguiente el pastor, puso el cepo cerca de la salida de la tronera. Y de cebo colocó una rata que había matado con la garrota. Terminada la jornada, se fue tranquilamente a su casa a descansar.
Al día siguiente cuando subió a la sierra, se dirigió directamente hacia el boquete, donde tenía el cepo, y allí estaba, un lagarto de un tamaño descomunal, pero no para comerse a una oveja o a una persona, no creo que pudiera comer tanto… pensaba el pastor. No obstante, la alimentación de este bicho tenía que ser bien abundante, pues el volumen de su cuerpo lo requería.
- ¡Bueno ya se ha terminado todo! Este lagarto que dio toda su vida guardando estos anchos muros, de históricas piedras, y mazmorras de infierno, con olores de existencias atrapadas, por tantos tormentos y vidas estérilmente derramadas por las crónicas luchas y batallas, que a nadie enaltecieron. Él también fue un gran pastor, se repetía emocionado, porque este lagarto, era el alma de un centinela que se quedó guardando el recuerdo, y vivió custodiando el silencio de las voces con lamentos de soldados heridos y hambrientos, por las interminables batallas de aquellos tiempos.
Sentado a la vera del lagarto, el pastorcillo, reflexionaba apresurado:
-Tengo que dar la noticia ¡el monstruo, aquí yace muerto!
Y al voltear las campanas, con vuelo alborotado, se oyó la voz del alcalde:
- ¡El miedo se ha terminado! Porque un valiente atrevido con su ingenio lo ha cazado. Vamos hacer una fiesta, y el cuerpo del lagarto embalsamarlo, para ofrecerlo a la Virgen de la Puebla, pidiendo perdón por su agravio. Que matarlo no era intención, pero el miedo fue mayor que todos los consejos sabios.
Y en lo alto de la sierra, un resplandor aparece, es la ermita enclavada y encalada permanece, y como una paloma blanca, arriba se ve posada.
Allí, lo subieron a enterrar, con todo boato en su entierro, y en la habitación de las promesas, colgados están sus restos, rodeados de brazos y piernas, que cera esculpidos los hicieron.
El cuartito de la iglesia, estrechamente apretado, macilentos ramos de novias, esperan la lluvia en vano. Sin apresto los vestidos, ajados es el concepto, de encajes y holganzas nobles, escuchan los sentimientos. Y trajes de comuniones, de príncipes y princesas que sacrosanto es su rango, en agradecimiento a la virgen, que el enfermo ha mejorado.
Allí permanece en el tiempo, con poemas, peticiones, rezos y salmos, para honrar a la virgen de la Misericordia, que es la patrona de nuestro añorado pueblo.
Estrella Fernández