Dice la leyenda que un pastor incitó a otro para que quemara una zarza que crecía en la fachada norte de la ermita, en la que supuestamente se había aparecido la Virgen de la Atalaya. El pastor, que en principio no tenía intención de hacerlo por parecerle un acto sacrílego, además de inútil, no pudo resistir la impertinencia del otro pastor, que le llamaba cobarde de forma insistente, y decidió prenderle fuego, metiendo entre su espinoso ramaje una gavilla de leña seca, con algo de yesca.
La zarza quedó consumida hasta la base, totalmente calcinada, y el suelo de alrededor abrasado. Pero cual fue la sorpresa del pastor, cuando al día siguiente subió a encerrar el ganado en las ruinas de la ermita, que hacían las veces de aprisco, y se encontró con que la zarza había rebrojado con vigor, alcanzando en tan sólo unas horas el esplendor y el porte que presentaba antes de ser quemada.
La zarza quedó consumida hasta la base, totalmente calcinada, y el suelo de alrededor abrasado. Pero cual fue la sorpresa del pastor, cuando al día siguiente subió a encerrar el ganado en las ruinas de la ermita, que hacían las veces de aprisco, y se encontró con que la zarza había rebrojado con vigor, alcanzando en tan sólo unas horas el esplendor y el porte que presentaba antes de ser quemada.