TRESJUNCOS: Toconar, el de aguas doradas...

Toconar, el de aguas doradas

En el promontorio de Los Colmenares, hace mucho, mucho tiempo vivía un hombre que amaba sobre todas las cosas las riquezas.

No hacía otra cosa que desear poder.

Era piadoso con sus dioses y buena persona, pero anhelaba en gran medida este atributo. Hacía sus libaciones a los Lares para que le concedieran sus deseos.

Los dioses, hartos de tanto ahínco, se propusieron darle una lección. Y se dirigieron a él en estos términos:

- ¡Oh! Toconar, (que así se llamaba el hombre) pídenos un deseo.

El hombre, poseído por la avaricia, les dijo:

-“Quiero que todo lo que toque se convierta en oro”.

Y así se hizo.

Llevaba un báculo en sus manos que inmediatamente se convirtió en oro. Su excitación era casi infinita, el corazón le latía con tanta fuerza que creía explotarle en el pecho.

Fue a su casa y la puerta de la calle al acariciarla se transformó en oro, la silla, la mesa… llamó a su mujer para que viera el don tan maravilloso que le habían concedido los dioses.

Nadie podía, ni siquiera imaginar, tamaño poder mágico.

Así que para celebrarlo su esposa preparó un banquete.

Cuál fue su pesadumbre cuando fue a beber vino y se convirtió en oro. Fue a comer pan y se transformó en oro. Fue a tocar a su hijo y se convirtió en oro.

Entonces fue cuando se dio cuenta de su craso error. De su maldita codicia.

Afligido y triste volvió a convocar a los dioses para pedirles perdón.

Conmovidos y convencidos de que lo que había hecho era digno de lástima, le propusieron que fuera a lavarse en el nacimiento del río de Tresjuncos.

Allí, arrepentido, se lavó una y mil veces maldiciendo su avaricia. Y así fue como consiguió que todo volviera a ser como antes: beber agua clara, comer pan, tocar a su mujer y a sus hijos...

¡Qué simple y qué hermoso es tener estas pequeñas cosas que son más grandes que todo el oro ¡

Nota:

Desde entonces, el río tomó el nombre de este personaje y se llamó Toconar. Y todos lo conocemos como el río Toconar, aunque en la Osa se llame Monreal, el de las aguas doradas, puesto que desde entonces algo de oro queda en su cauce. Y fue la envidia de todos lo pueblos, por el color dorado de sus aguas.