dividieron legados feudales, la dotaron de notario, juez y jugado y por ende de la dudosa honra de tener depósito carcelario y alguaciles. Mas también puede ser conocida esta ultima villa de que ahora os hablo por los abundantes restos de un castillo que vivió mejores tiempos y del que se dice que fue retiro y morada de nada menos que de una Emperatriz de Francia, esposada con Napoleón III, nacida en España y cristianada con el nombre de Eugenia de Montijo, y más modernamente escenario de ordalías, justas y torneos cinematográficos del burgalés Rodrigo Díaz de Vivar apodado por moros valencianos “Mío Cid”, mítico guerrero mercenario, unas veces a sueldo y fortuna de reyezuelos cristiano y otras de cabecillas moros, y al que algún historiador, un tanto chovinista por lo que se ve, dio en llamar “El Cid Campeador”, todo ello y por supuesto en versión cinematográfica de Charlton Heston. Ya que el tal Mio Cid ni siquiera los cascos de su caballo Babieca hollaron estas tierras. Al menos ningún historiador lo menciona. Que yo sepa.
A muy pocas leguas de ambos pueblos anduvieron desfaciendo entuertos el Caballero Quijano y su orondo escudero Sancho, según contó al mundo la ágil pluma y portentoso talento de un mutilado en batalla naval, por más señas recaudador de reales tributos que sus deslices y descuadres le llevaron a conocer prisión.
Presumo que ya van suficientes preámbulos y retomo mi relato sobre la villa de la que en realidad quiero hablaros, quedan en ella todas las nobles sillerías y blasones que en mi juventud me impresionaron, se corona con imponentes iglesias formidablemente fortificadas, nadie sabe si defendiendo en recatada oración la fe que las creó, o como baluartes militares protegiendo señoríos cristianos, o tal vez por que fueron levantadas en otrora por ser tierra disputada por nobles señoríos.
Si ahora contemplarais el interior de estos templos, reconstruidos, rehabilitadas sus naves, cruceros, linternas, atrios, capillas, cuadros, imágenes y retablos, os maravillará además de su belleza actual, el recapacitar sobre los dones que la providencia derramó sobre los artesanos que con infinita paciencia y agotador esfuerzo supieron legarnos trabajos tan sólidos en su exterior como primorosos en su interior.
No es que yo naciera en este pueblo, ni tampoco mis padres, estos provienen de otro de igual partido del que otro día quisiera hablaros. Pero si tuve la dicha de conocer este pueblo, es por que en el habita hoy la segunda generación de familiares de mi apellido y sangre, mantengo mi promesa inicial y no diré nombres propios, pero dejo para los avispados una pista; a mi pariente, el que vive allí, le bautizaron con el mismo nombre que el de un pueblo navarro a orillas del río Aragón, de donde casualmente es oriundo un Francisco inscrito en el Santoral Romano.
A este pariente, al que tengo especial afecto, últimamente le sacudo de vez en cuando alguna que otra visita inesperada, atraído por su hospitalidad y por la serena y sencilla belleza de su pueblo, muchas veces mi presencia se excusa en motivos baladíes, como aquello tan socorrido de “...... pasaba por ahí cerca y vengo a saludaros...”, y digo saludaros por que tiene, como manda Dios, la salud y las buenas costumbres del lugar, y sobre todo, una encantadora esposa, que a más de hospitalaria paciente, posee las virtudes naturales de las mujeres de la austera Mancha, se adorna además con habilidades culinarias que para si quisieran afamados cocineros por muy estrellados que hayan sido por la gomosa Michelín.
FIESTA PATRONAL
Vi a los lugareños el día antes de la fiesta con piel curtida, por las escarchas y hielos, por los vientos solanos, por el combate que libran todos los días desde el orto hasta el ocaso, desde la tenue luz que anuncia la amanecida hasta la negra sombra después de la huida del Sol tras el horizonte, contra la aridez del terruño y su sempiterna sequedad y de la que han de sacar arando, estercolando, sembrando, escardando, segando y trillando la mies que dará el parco grano del que dependerá el pan de cada día. Vi sus rostros surcados por profundas hendiduras, ocultando juventudes, anticipando vejeces, más parecía que el filo de la reja del arado y la ancha pala de la vertedera pasara por ellos al propio tiempo que por la arisca tierra a la que tienen que herir y sangrar para extraer su menguada fertilidad.
Vi sus ropas con remiendos arlequinescos formadas por los parches de panas de cien tonos, dignamente llevadas, boinas cuya negrura original había erosionado el polvo de la tierra, la siega y la trilla, envejecidas y pardas.
Pero llega una vez al año, cuando el campo, regado más con el sudor del labrador que con la avarienta lluvia dona su cosecha y se guarda el grano en sobrios graneros de tamaño menguado, en donde siempre tienen en ellos cabida sobrada la trabajada recolección, es por entonces el tiempo de la:
SANTA PROCESIÓN
Son días en que los maltrechos pobladores olvidan sus males endémicos y se prestan dichosos a repetir ceremonias y ritos heredados de históricos acontecimientos cuya memoria se pierde en la negrura de tiempos pasados, unos piensan que servirán para olvidar penas de hogaño, otros que la fe religiosa milagrosamente recuperada en esos días aplacará la ira de los demonios que maldijeron estirpes y, que su Santo Patrón les desatará de las cadenas con que se encuentran hincados en los áridos terruños avarientos de sudor, dolor y trabajo.
Hay en el pueblo, herrero, carpintero, albañil y docena más de artesanos, pero como no, también hay, honesto abacero, de cuyo solidario fiado muchos vecinos pueden acopiar para mísero puchero con el que aguantar hambres perennes, u otras necesidades, todas humanas y perentorias, la fiel clientela, sea de fiado o de contado, mientras espera recibir sus modestos pedidos, habla de los pormenores de la fiesta patronal, lo nuevo de este año, la gente joven que se verá, y la antañona a la que han acompañado al reposo perenne, comentarán, quienes de los que la emigración llevó a lejanas capitales volverán este año con mejores trajes y más ostentoso coche.
Como asamblea improvisada en el pequeño espacio de la tienda, se repasará y se dirá, se vaticinará y se recordará, y entre frase de una y sentencia de otra, el tendero repartirá el programa de fiestas, recién salido de la minerva centenaria del un pueblo vecino, y aunque se sabe de antemano, se busca con afán el día en que se hará la santa procesión, y de donde vendrá la banda de música que acompañará pasacalles de la reina de la fiesta y su lucida y juvenil corte, las ceremonias cívicas de
A muy pocas leguas de ambos pueblos anduvieron desfaciendo entuertos el Caballero Quijano y su orondo escudero Sancho, según contó al mundo la ágil pluma y portentoso talento de un mutilado en batalla naval, por más señas recaudador de reales tributos que sus deslices y descuadres le llevaron a conocer prisión.
Presumo que ya van suficientes preámbulos y retomo mi relato sobre la villa de la que en realidad quiero hablaros, quedan en ella todas las nobles sillerías y blasones que en mi juventud me impresionaron, se corona con imponentes iglesias formidablemente fortificadas, nadie sabe si defendiendo en recatada oración la fe que las creó, o como baluartes militares protegiendo señoríos cristianos, o tal vez por que fueron levantadas en otrora por ser tierra disputada por nobles señoríos.
Si ahora contemplarais el interior de estos templos, reconstruidos, rehabilitadas sus naves, cruceros, linternas, atrios, capillas, cuadros, imágenes y retablos, os maravillará además de su belleza actual, el recapacitar sobre los dones que la providencia derramó sobre los artesanos que con infinita paciencia y agotador esfuerzo supieron legarnos trabajos tan sólidos en su exterior como primorosos en su interior.
No es que yo naciera en este pueblo, ni tampoco mis padres, estos provienen de otro de igual partido del que otro día quisiera hablaros. Pero si tuve la dicha de conocer este pueblo, es por que en el habita hoy la segunda generación de familiares de mi apellido y sangre, mantengo mi promesa inicial y no diré nombres propios, pero dejo para los avispados una pista; a mi pariente, el que vive allí, le bautizaron con el mismo nombre que el de un pueblo navarro a orillas del río Aragón, de donde casualmente es oriundo un Francisco inscrito en el Santoral Romano.
A este pariente, al que tengo especial afecto, últimamente le sacudo de vez en cuando alguna que otra visita inesperada, atraído por su hospitalidad y por la serena y sencilla belleza de su pueblo, muchas veces mi presencia se excusa en motivos baladíes, como aquello tan socorrido de “...... pasaba por ahí cerca y vengo a saludaros...”, y digo saludaros por que tiene, como manda Dios, la salud y las buenas costumbres del lugar, y sobre todo, una encantadora esposa, que a más de hospitalaria paciente, posee las virtudes naturales de las mujeres de la austera Mancha, se adorna además con habilidades culinarias que para si quisieran afamados cocineros por muy estrellados que hayan sido por la gomosa Michelín.
FIESTA PATRONAL
Vi a los lugareños el día antes de la fiesta con piel curtida, por las escarchas y hielos, por los vientos solanos, por el combate que libran todos los días desde el orto hasta el ocaso, desde la tenue luz que anuncia la amanecida hasta la negra sombra después de la huida del Sol tras el horizonte, contra la aridez del terruño y su sempiterna sequedad y de la que han de sacar arando, estercolando, sembrando, escardando, segando y trillando la mies que dará el parco grano del que dependerá el pan de cada día. Vi sus rostros surcados por profundas hendiduras, ocultando juventudes, anticipando vejeces, más parecía que el filo de la reja del arado y la ancha pala de la vertedera pasara por ellos al propio tiempo que por la arisca tierra a la que tienen que herir y sangrar para extraer su menguada fertilidad.
Vi sus ropas con remiendos arlequinescos formadas por los parches de panas de cien tonos, dignamente llevadas, boinas cuya negrura original había erosionado el polvo de la tierra, la siega y la trilla, envejecidas y pardas.
Pero llega una vez al año, cuando el campo, regado más con el sudor del labrador que con la avarienta lluvia dona su cosecha y se guarda el grano en sobrios graneros de tamaño menguado, en donde siempre tienen en ellos cabida sobrada la trabajada recolección, es por entonces el tiempo de la:
SANTA PROCESIÓN
Son días en que los maltrechos pobladores olvidan sus males endémicos y se prestan dichosos a repetir ceremonias y ritos heredados de históricos acontecimientos cuya memoria se pierde en la negrura de tiempos pasados, unos piensan que servirán para olvidar penas de hogaño, otros que la fe religiosa milagrosamente recuperada en esos días aplacará la ira de los demonios que maldijeron estirpes y, que su Santo Patrón les desatará de las cadenas con que se encuentran hincados en los áridos terruños avarientos de sudor, dolor y trabajo.
Hay en el pueblo, herrero, carpintero, albañil y docena más de artesanos, pero como no, también hay, honesto abacero, de cuyo solidario fiado muchos vecinos pueden acopiar para mísero puchero con el que aguantar hambres perennes, u otras necesidades, todas humanas y perentorias, la fiel clientela, sea de fiado o de contado, mientras espera recibir sus modestos pedidos, habla de los pormenores de la fiesta patronal, lo nuevo de este año, la gente joven que se verá, y la antañona a la que han acompañado al reposo perenne, comentarán, quienes de los que la emigración llevó a lejanas capitales volverán este año con mejores trajes y más ostentoso coche.
Como asamblea improvisada en el pequeño espacio de la tienda, se repasará y se dirá, se vaticinará y se recordará, y entre frase de una y sentencia de otra, el tendero repartirá el programa de fiestas, recién salido de la minerva centenaria del un pueblo vecino, y aunque se sabe de antemano, se busca con afán el día en que se hará la santa procesión, y de donde vendrá la banda de música que acompañará pasacalles de la reina de la fiesta y su lucida y juvenil corte, las ceremonias cívicas de