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VILLAREJO DE FUENTES: -...... Señor farmacéutico....... ¿Mi “taube”?...

-...... Señor farmacéutico....... ¿Mi “taube”?
- Ahí la tienes camarada, curada, sana y salva de herida y puchero, que no creas que ganas no ha habido de..........
- Gracias, muchas gracias camarada, nunca conocerás mi agradecimiento, quiero pagarte, lo que me pidas, bueno hasta donde yo pueda, sabes que en al frente no llega mucho dinero ya que si por dinero fuera no estaríamos luchando, dime ¿Cómo puedo pagarte?
- Bueno compañero, dijo con cierto envalentonamiento el boticario, dame dos pesetillas y en paz, si se pueden hacer favores, pues se hacen y más a combatientes como tu ¿Qué tal el frente? ¿Los contenemos?
Calló el guerrero a las preguntas, pero dejó sobre el mostrador las dos pesetas reclamadas.
- ¿Dónde la tienes?
- Aquí hombre, aquí, y mira que bien acomodada ha estado – Le repitió el boticario más de dos veces.
Con igual cuidado que en su día la dejó reverencialmente, como si de un objeto sagrado se tratara, la sujetó suavemente por el lomo, y haciendo hueco en su zurrón la deposito en el fondo del mismo, que previamente había ahuecado colocando unos periódicos dentro a manera de tosco nido, cerró el zurrón cuidando mantener una abertura por la que entrara aire, lenta y cuidadosamente volvió a colgarse el talego a la espalda
Antes de volverse para salir de la botica, mirando alternativamente a ambos, nos dijo. - Nunca sabréis cuanto es mi agradecimiento, si esta guerra acaba pronto y la sobrevivimos, os prometo que vendré a contaros la historia de mi “taube”, ahora no puedo, me esperan en mi unidad, el mando dice que parece que el enemigo está preparando un ataque y hacen falta todos los hombres en las trincheras del frente, si nos derrotan Madrid y España dejaran de ser República y las represalias podrán regar de sangre calles y campos.
- Salud compañeros y quiera el destino, que últimamente está en contra nuestra, que sea hasta pronto - Fueron sus ultimas palabras cruzando el umbral de la mugrienta puerta.
No pude seguir su dirección, el Sol de mediodía transformado en arco iris por el paso a través de los sucios cristales me impidió verle marchar.
Unos pocos días después, desde el centro de Madrid empezó a escucharse un furioso bombardeo sobre las líneas de defensa que resistían el asedio, por el intenso terror de unos a que se tratara de una ofensiva de los suyos y se delataran como quintacolumnistas, y de los otros a que fuera la ultima ofensiva e inminente ocupación, nadie decía nada, nadie preguntaba, ninguna noticia oficial era creíble, pero.........
A la mañana siguiente, empezaron a circular coches por lo que quedaba habitado de Madrid, con altavoces reclamando urgentemente la colaboración de todos los ciudadanos para que donaran sangre en los hospitales militares, y que además acudieran a ellos todas las personas con conocimientos sanitarios, llámense practicantes, enfermeras, estudiantes de medicina, médicos, farmacéuticos, llevando consigo si era posible, instrumental y medicamentos para curar heridas, también voluntarios para los reconocimientos mortuorios y que todo aquel que fuera capaz de luchar con un fusil o una bayoneta se dirigiera a las trincheras.
Mi patrón, viviendo en el céntrico y burgués barrio de Salamanca no pudo dejar de oír la proclama.
- ¿Qué hacer?...... Si voy corro el riesgo al aproximarme a las trincheras, y si ganan los nacionales me dirán que colaboré con los rojos, si no voy los republicanos me acusarán de fascista o por lo menos de emboscado ¿Qué hago?
Finalmente armándose de un valor del que siempre careció, el boticario recogió del ya exiguo almacén de su farmacia un puñado de viejas vendas, algo de polvos de sulfamida, apósitos, unos pocos paquetes viejos de algodón, aspirinas caducadas, un añejo y casi inservible instrumental para transfusiones, posiblemente todo con más años que utilidad, y poco más, se revistió de bata blanca y con más miedo que buena voluntad se marchó al frente, como él decía, en realidad el hospital de sangre más cercano al barrio estaba a dos manzanas de la farmacia y las trincheras a veinte manzanas.
Cuando llegó al sitio elegido, en la explanada que daba a la puerta del edificio hospitalario, entre un ir y venir constante de destartalados coches transportando heridos, un sargento de sanidad sentado sobre un velador recibía a los voluntarios, tomando nota de sus nombres y preguntaba en que forma podían colaborar.
- Yo soy farmacéutico y con titulo de practicante y mucha experiencia........... y traigo............
- Mira deja al teniente que hay en aquella camioneta lo que traes y vete a la puerta del hospital y ponte a lar ordenes del capitán médico que está clasificando los heridos por su gravedad
Así lo hizo y el capitán le ordenó permaneciera a su lado para ayudarle, y diciendole “Sí ves que es poca cosa les dices a los camilleros que los dejen en el pasillo de la derecha” “Si son graves me avisas inmediatamente y que los pasen dentro rápidamente” y “Si están muertos se lo dices a los del mortuorio que estarán por allí. “No te duermas y no entierres a quien no debas” Cualquier duda me la preguntas, sé sensato y ten cuidado.
Se situó donde le ordenaron y cumplió como pudo las ordenes del capitán, del primero y segundo coche llegaron cadáveres destrozados cuyo diagnostico incluso a falta de forense no admitía dudas, del tercer coche descendieron primero a un guardia de asalto con el brazo izquierdo arrancado por la metralla a la altura del hombro ¡Camilleros rápidamente, avisar al capitán y a dentro a quirófanos!. Al segundo al extraerlo del coche no presentaba externamente ningún síntoma de herida, su rostro pese a tener un color macilento reflejaba serenidad, estaba muy tranquilo, prácticamente inmóvil,....... pero........ ¡Su cara le era conocida!....... ¿Quién era aquel hombre?........... ¿De que lo conocía?.......!. SÍ!.., era el hombre del dichoso pájaro, ¡Era él!, seguro, su cazadora, su zurrón, era él, ¿Pero que le pasaba? ¿Dónde la habían herido? pidió a un soldado sanitario que lo colocara en una camilla y la dejara sobre el suelo para intentar conocer su gravedad, llamó a gritos al capitán médico y mientras este llegaba, notó que respiraba lenta, cansadamente, signo de que aún conservaba un hálito de vida...... se aproximó más y le desabrochó como pudo la guerrera sin esperar al médico, al abrirla, una rosa de sangre florecía con crecientes pétalos sobre el centro de su pecho, sin haber llegado aún el capitán ordenó con una energía que nunca tuvo....... ¡Rápido camilla para quirófano! ¡Rápido!........... no terminó de decir esto ultimo cuando percibió un tenue gesto del moribundo pidiéndole acercara su oído y con un hilo de voz casi imperceptible, en los últimos segundos del fin de su agonía, oyó decir al titán........ señor “apotheker”, ¡mi “taube”!, ¡el zurrón!.........., un estertor anunció el fin de su dolor.
Las manos de quien había escuchado las ultimas palabras del desconocido batallador cerraron sus párpados, realizó una mirada rápida a su alrededor y no encontró nada apropiado con que cubrir púdicamente el cuerpo inerte, con un gesto rápido se despojo de su blanca bata y con la misma tapó el sereno rostro del brigasdista.
Acto seguido, el boticario, curioso y conmovido recogió el zurrón y lo abrió, en cuyo momento, entre sus manos, con un enérgico aletear salió de él la blanca paloma que tan malhumoradamente cuidó un día, ascendió esta sobre la explanada del dolor, se alejó rápidamente en vuelo sobre los campos adyacentes y regreso en breves momentos, se aproximó de nuevo al triste lugar del que había acabado de salir, localizó el zurrón y su nido, y comenzó a dar vueltas en cerrados círculos sobre el cuerpo del guerrero caído.