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VILLAREJO DE FUENTES: Te contesto con el mayor agrado, como dije yo nací...

XXVI.- LOS SEGADORES

Y la llegada de “El Agosto”, en Villarejo, como por todas las llanuras castellanas, lo anunciaban la presencia de los segadores, familias enteras, tres generaciones juntas, caminando unidas, exhibiendo impúdicamente la mas negra de las miserias, en una trashumancia infrahumana, se les veía en lento transitar por los calcinados campos, sin más compañía ni sombra que altivos cardos y muy de tarde en tarde algunos chopos anunciadores de refrescados sotos, pero propiedad de los terratenientes del lugar, inaccesibles por tanto a los transeúntes.

Estas familias, abuelos, padres, hijos, fueran todo ellos hembras o varones, iniciaban su calvario allá por Andalucía y Extremadura donde un clima aún más cruel adelantaba cosecha, y pueblo a pueblo de Sur a Norte, exhibiendo impúdicamente sus miserias materiales, se ofrecían para un trabajo inhumano en la plaza mayor de cada lugar para realizar la siega. No existía jornal ni norma laboral alguna, simplemente se “apalabraban” por míseras monedas, cruelmente regateadas por los amos para que doblando espinazos durante todas las horas de los largos días “del Agosto”, desde el orto al ocaso, hoz en la mano, cuerpo encorvado, la cara a un palmo del suelo, respirando solo el polvo del cereal y de la reseca tierra, acosados por tábanos, cortando rápida y certeramente la mies a ras del ya viejo y desgastado surco, engavillando después, agotaban fuerzas más allá del dolor insoportable, hasta la extenuación.

Y esto si la suerte les permitía no andar retrasados y poder apalabrarse en el primer pueblo, por el mísero peculio cruelmente regateado por los amos. Si no, paso sobre paso, legua tras legua, buscar el siguiente lugar y el siguiente.

Apalabrados o trashumando su descanso nocturno, su dormir, solo podía ser bajo el manto de las estrellas, en campos de rastrojo o montes ralos, sobre míseras mantas desechadas para el uso de cuadras, alimentados, si la suerte era propicia y podían juntar cuatro monedas y manojo de secas ramas para la lumbre, con humildes gachas a las que se les hurtaba la pringue reservada para los peores días de extremo agotamiento, si es que algún día podía ser aun peor. A veces, unas pocas sardinas en salazón mercadas al pasar por el ultimo pueblo, convertían la comida o la cena, en una orgía de rendidos sabores, quemando aún más el paupérrimo paladar, y así, día y noche, noche y día.

Y feroces leyendas se cebaban en las miserias de estos forasteros, los segadores trashumantes. Se tejían mil y una fantasías sobre sus terribles males, pero no para remediarlos, si no para regodearse de ellos, aseguraban las viejas lugareñas que cuando las jóvenes mozas segadoras dormían al raso, las serpientes se arrastraban entre sus ropas y mamaban de sus pechos, o que lagartos y zorros en la profundidad del sueño preñaban a casadas y solteras. Los comerciantes miraban con tanto recelo como codicia a las familias segadoras. Recelo por ser forasteros y ser aún más pobres que los parroquianos de cada día. Codicia por intentar que su recaudación engordara con las parcas monedas trabajosamente cobradas a los propietarios locales. Los médicos rurales, se enfrentaban al dilema de si valía la pena utilizar los pocos remedios de que disponían para casos perentorios o crónicos con los del lugar, y de los que cobraban la “iguala”. O dejarse llevar por sentimentalismos hipocráticos y atender con igual celo aquellos foráneos aún más necesitados y de los que no podían esperan ni pago de emolumento ni posterior agradecimiento material.

Si algún bravo segador se le hacia insoportable la humillación y explotación del amo, y simplemente alzaba su voz pregonando su queja, alguaciles y guardias con el beneplácito de jueces de paz y de instancia, se encargaban pronta y diligentemente de restablecer el orden, muchos palos al contestatario, pocas preguntas y mucha complacencia con el amo.

Si la disputa era entre los propios segadores, no había bueno y malo, ofendido ni ofensor, la vara del cabo de puesto más próximo se descargaba sobre ambos lomos rasgando camisa, piel y músculo y de su indulgencia o capricho ante los llantos y desespero del resto de la familia dependía la ración de martirio que la ley y el orden aconsejaban administrar, y por que no decirlo también, a veces, muchas veces, demasiadas veces, la sacrificada era la esposa, la hermana o la hija, que para evitar o aliviar torturas de su hombre, de su padre, de su hermano tenia que ofrecer su cuerpo de piel cuarteada y reseca al torturador de turno, que cobraba en ellas lascivamente su perversa benevolencia.

Pasaban los segadores, y había que acarrear las gavillas dejadas sobre los campos ya en rastrojo, se llevaban a las eras para formar las redondas parvas sobre las que las arcaicas trillas, tablas de madera con puntas de pedernal incrustado en sus bajos, arrastradas por las acémilas pasaban una y cien veces sobre la mies, moliendo los tallos y deshaciendo sus espigas que soltaban el codiciado grano.

Después la recogida de la parva y el venteo, si el tiempo ayudaba con un poco de brisa las ágiles manos de los braceros lanzaban al aire con sus horcas la mies triturada separando el grano de la paja.

Hola Eduardo;

Ya de joven apuntabas maneras de buen narrador. Lo que yo no se, es porque no te dedicaste al mundo de letras que tanto te apasiona. Se nota, se palpa el amor que sientes por ellas, por los libros y la admiración que tienes por los que los escribieron.

¿Por cierto a que edad te fuiste de Villarejo?

Describes muy bien la situación y las emociones de esta pobre gente obligada por las circunstancias a un peregrinaje sin fin, doloroso y vivido en soledad ya que nadie ayuda al que nada tiene y llegado este momento no te arrebatan hasta la dignidad.

Lamentablemente la historia se repite y ahora mismo estamos viendo como mucha gente lo esta perdiendo absolutamente todo el trabajo la casa, quedando en la más absoluta miseria, excluidos socialmente a todos los niveles y ahora no hay ni siquiera campos que segar.

Lamentable, lo de antes y lamentable, lo de ahora.

Saludos: Dulcinea.

Te contesto con el mayor agrado, como dije yo nací accidentalmente en Valencia, por motivos que en un relato quizás os de a conocer, no viví en Villarejo hasta los 5 años, a los 10 años aproximadamente compartía tiempo entre Valencia y Villarejo, después fue Osa, ya de adulto y mientras vivió familia mía en ese pueblo lo visitaba muy a menudo.-
Afectos.-
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Sí, Sí eso de que naciste en Valencia lo recuerdo y que tu hermano nació en Villarejo, ves como te escucho. Chico no parabas de viajar de un lado a otro. Bueno por lo menos conocías sitios y personas diferentes. Bueno cuando quieras y lo creas oportuno ya nos explicaras tu azarosa vida de niñez.

Saludos: Dulcinea.