Mancha, se adorna además con habilidades culinarias que para si quisieran afamados cocineros por muy estrellados que hayan sido por la gomosa Michelín.
FIESTA PATRONAL
Vi a los lugareños el día antes de la fiesta con piel curtida, por las escarchas y hielos, por los vientos solanos, por el combate que libran todos los días desde el orto hasta el ocaso, desde la tenue luz que anuncia la amanecida hasta la negra sombra después de la huida del Sol tras el horizonte, contra la aridez del terruño y su sempiterna sequedad y de la que han de sacar arando, estercolando, sembrando, escardando, segando y trillando la mies que dará el parco grano del que dependerá el pan de cada día. Vi sus rostros surcados por profundas hendiduras, ocultando juventudes, anticipando vejeces, más parecía que el filo de la reja del arado y la ancha pala de la vertedera pasara por ellos al propio tiempo que por la arisca tierra a la que tienen que herir y sangrar para extraer su menguada fertilidad.
Vi sus ropas con remiendos arlequinescos formadas por los parches de panas de cien tonos, dignamente llevadas, boinas cuya negrura original había erosionado el polvo de la tierra, la siega y la trilla, envejecidas y pardas.
Pero llega una vez al año, cuando el campo, regado más con el sudor del labrador que con la avarienta lluvia dona su cosecha y se guarda el grano en sobrios graneros de tamaño menguado, en donde siempre tienen en ellos cabida sobrada la trabajada recolección, es por entonces el tiempo de la:
SANTA PROCESIÓN
Son días en que los maltrechos pobladores olvidan sus males endémicos y se prestan dichosos a repetir ceremonias y ritos heredados de históricos acontecimientos cuya memoria se pierde en la negrura de tiempos pasados, unos piensan que servirán para olvidar penas de hogaño, otros que la fe religiosa milagrosamente recuperada en esos días aplacará la ira de los demonios que maldijeron estirpes y, que su Santo Patrón les desatará de las cadenas con que se encuentran hincados en los áridos terruños avarientos de sudor, dolor y trabajo.
Hay en el pueblo, herrero, carpintero, albañil y docena más de artesanos, pero como no, también hay, honesto abacero, de cuyo solidario fiado muchos vecinos pueden acopiar para mísero puchero con el que aguantar hambres perennes, u otras necesidades, todas humanas y perentorias, la fiel clientela, sea de fiado o de contado, mientras espera recibir sus modestos pedidos, habla de los pormenores de la fiesta patronal, lo nuevo de este año, la gente joven que se verá, y la antañona a la que han acompañado al reposo perenne, comentarán, quienes de los que la emigración llevó a lejanas capitales volverán este año con mejores trajes y más ostentoso coche.
Como asamblea improvisada en el pequeño espacio de la tienda, se repasará y se dirá, se vaticinará y se recordará, y entre frase de una y sentencia de otra, el tendero repartirá el programa de fiestas, recién salido de la minerva centenaria del un pueblo vecino, y aunque se sabe de antemano, se busca con afán el día en que se hará la santa procesión, y de donde vendrá la banda de música que acompañará pasacalles de la reina de la fiesta y su lucida y juvenil corte, las ceremonias cívicas de las autoridades, y como no, los sacrificios litúrgicos, ¿habrá pólvora? o ¿habrá novillos?, ¿vendrá de nuevo aquel elocuente pregonero de la fiesta traído de la redacción de periódico capitalino?, y que tan velozmente habla de cosas tan bonitas que nadie entiende ni recuerda.
¿Cambiarán los músicos? ¿Habrá pólvora o habrá novillos?, ¿Vendrá orador capitalino?, Todo esto es pasajero y cambiante, pero por tradición arraigada en el alma de los vecinos, sean fieles y piadosos creyentes, tibios, agnósticos o ateos, la Santa Procesión fue y será la esencia de la fiesta.
Y como todos los años, se adornará el religioso desfile con una sección militar con gastadores, tambores y trompetas, venidos de regimiento de pomposo y belicoso nombre, juventud que desfilará con el más marcial de sus pasos a las ordenes de un oficial que sable en ristre y con bramidos las más de las veces roncos y desabridos trasmitirá mandatos para rendir honores, como si de orden de fiero combate se tratara.
Es el día grande, es el de la Santa Procesión, la imponente iglesia, fortificado templo religioso, que artesanos que no figuran en la historia construyeron con tanto arte como solidez, acoge en sus naves a hijas, novias y esposas de hombres que en corros de mil conversaciones están reunidos en el atrio eclesial, el sacerdote local oficia una santa misa y, posiblemente otro cura forastero, afamado predicador, clamará desde el palpito la santa grandeza del patrón y aprovechará para recordar los terribles sufrimientos que el infierno guarda para pecadores de divorcio, aborto, sexo, lujuria, asustando fieramente a las pacatas matronas y pasando desapercibida su oratoria entre la mocedad, como música celestial, hasta puede que recuerde inquisitorialmente lo fácil que es condenarse el alma con gobiernos liberales, especialmente los llamados progres o rojillos, olvidará premeditadamente otros mandatos cristianos, más próximos a la pobreza, a la reivindicación de la piedad y solidaridad humana. Y por supuesto nada querrá saber, ni decir de la pública Magdalena, ni del ojo de la aguja que habrá de medir la estrechez del paso a la vida celestial de muchos ricohombres, ni de la caridad de los vecinos entre sí. Y pondrá clamoroso énfasis en la obligación de los fieles con su Iglesia, siempre dicho esto ultimo, sin que yo presuma intencionalidad, al momento en que el cepillo recaudador está paseándose entre las filas de las pías asistentes a tan devoto acto.
Terminado el sacro oficio, esparcido por las naves del templo el humo fragante del incienso glorificador, avisado el oficial que sable en mano manda la sección militar, y ordenado por este al soldado asistente. Rasgará la tranquila atmósfera de la plaza eclesial un desabrido y agudo cornetazo, anunciador de que el Santo Patrón inicia su salida del templo, al unísono de un grito de “ar” que como mandato eléctrico hará erguir en impávida actitud a los soldados exhibiendo de forma ostentosa sus armas, mientras la voluntariosa banda de música entona su primer himno nacional del día.
Sobre las andas históricas que vecinos afortunados han alcanzado este año el honor de portar, sale por el portalón del templo hasta la plazoleta del atrio el Santo Patrón.
FIESTA PATRONAL
Vi a los lugareños el día antes de la fiesta con piel curtida, por las escarchas y hielos, por los vientos solanos, por el combate que libran todos los días desde el orto hasta el ocaso, desde la tenue luz que anuncia la amanecida hasta la negra sombra después de la huida del Sol tras el horizonte, contra la aridez del terruño y su sempiterna sequedad y de la que han de sacar arando, estercolando, sembrando, escardando, segando y trillando la mies que dará el parco grano del que dependerá el pan de cada día. Vi sus rostros surcados por profundas hendiduras, ocultando juventudes, anticipando vejeces, más parecía que el filo de la reja del arado y la ancha pala de la vertedera pasara por ellos al propio tiempo que por la arisca tierra a la que tienen que herir y sangrar para extraer su menguada fertilidad.
Vi sus ropas con remiendos arlequinescos formadas por los parches de panas de cien tonos, dignamente llevadas, boinas cuya negrura original había erosionado el polvo de la tierra, la siega y la trilla, envejecidas y pardas.
Pero llega una vez al año, cuando el campo, regado más con el sudor del labrador que con la avarienta lluvia dona su cosecha y se guarda el grano en sobrios graneros de tamaño menguado, en donde siempre tienen en ellos cabida sobrada la trabajada recolección, es por entonces el tiempo de la:
SANTA PROCESIÓN
Son días en que los maltrechos pobladores olvidan sus males endémicos y se prestan dichosos a repetir ceremonias y ritos heredados de históricos acontecimientos cuya memoria se pierde en la negrura de tiempos pasados, unos piensan que servirán para olvidar penas de hogaño, otros que la fe religiosa milagrosamente recuperada en esos días aplacará la ira de los demonios que maldijeron estirpes y, que su Santo Patrón les desatará de las cadenas con que se encuentran hincados en los áridos terruños avarientos de sudor, dolor y trabajo.
Hay en el pueblo, herrero, carpintero, albañil y docena más de artesanos, pero como no, también hay, honesto abacero, de cuyo solidario fiado muchos vecinos pueden acopiar para mísero puchero con el que aguantar hambres perennes, u otras necesidades, todas humanas y perentorias, la fiel clientela, sea de fiado o de contado, mientras espera recibir sus modestos pedidos, habla de los pormenores de la fiesta patronal, lo nuevo de este año, la gente joven que se verá, y la antañona a la que han acompañado al reposo perenne, comentarán, quienes de los que la emigración llevó a lejanas capitales volverán este año con mejores trajes y más ostentoso coche.
Como asamblea improvisada en el pequeño espacio de la tienda, se repasará y se dirá, se vaticinará y se recordará, y entre frase de una y sentencia de otra, el tendero repartirá el programa de fiestas, recién salido de la minerva centenaria del un pueblo vecino, y aunque se sabe de antemano, se busca con afán el día en que se hará la santa procesión, y de donde vendrá la banda de música que acompañará pasacalles de la reina de la fiesta y su lucida y juvenil corte, las ceremonias cívicas de las autoridades, y como no, los sacrificios litúrgicos, ¿habrá pólvora? o ¿habrá novillos?, ¿vendrá de nuevo aquel elocuente pregonero de la fiesta traído de la redacción de periódico capitalino?, y que tan velozmente habla de cosas tan bonitas que nadie entiende ni recuerda.
¿Cambiarán los músicos? ¿Habrá pólvora o habrá novillos?, ¿Vendrá orador capitalino?, Todo esto es pasajero y cambiante, pero por tradición arraigada en el alma de los vecinos, sean fieles y piadosos creyentes, tibios, agnósticos o ateos, la Santa Procesión fue y será la esencia de la fiesta.
Y como todos los años, se adornará el religioso desfile con una sección militar con gastadores, tambores y trompetas, venidos de regimiento de pomposo y belicoso nombre, juventud que desfilará con el más marcial de sus pasos a las ordenes de un oficial que sable en ristre y con bramidos las más de las veces roncos y desabridos trasmitirá mandatos para rendir honores, como si de orden de fiero combate se tratara.
Es el día grande, es el de la Santa Procesión, la imponente iglesia, fortificado templo religioso, que artesanos que no figuran en la historia construyeron con tanto arte como solidez, acoge en sus naves a hijas, novias y esposas de hombres que en corros de mil conversaciones están reunidos en el atrio eclesial, el sacerdote local oficia una santa misa y, posiblemente otro cura forastero, afamado predicador, clamará desde el palpito la santa grandeza del patrón y aprovechará para recordar los terribles sufrimientos que el infierno guarda para pecadores de divorcio, aborto, sexo, lujuria, asustando fieramente a las pacatas matronas y pasando desapercibida su oratoria entre la mocedad, como música celestial, hasta puede que recuerde inquisitorialmente lo fácil que es condenarse el alma con gobiernos liberales, especialmente los llamados progres o rojillos, olvidará premeditadamente otros mandatos cristianos, más próximos a la pobreza, a la reivindicación de la piedad y solidaridad humana. Y por supuesto nada querrá saber, ni decir de la pública Magdalena, ni del ojo de la aguja que habrá de medir la estrechez del paso a la vida celestial de muchos ricohombres, ni de la caridad de los vecinos entre sí. Y pondrá clamoroso énfasis en la obligación de los fieles con su Iglesia, siempre dicho esto ultimo, sin que yo presuma intencionalidad, al momento en que el cepillo recaudador está paseándose entre las filas de las pías asistentes a tan devoto acto.
Terminado el sacro oficio, esparcido por las naves del templo el humo fragante del incienso glorificador, avisado el oficial que sable en mano manda la sección militar, y ordenado por este al soldado asistente. Rasgará la tranquila atmósfera de la plaza eclesial un desabrido y agudo cornetazo, anunciador de que el Santo Patrón inicia su salida del templo, al unísono de un grito de “ar” que como mandato eléctrico hará erguir en impávida actitud a los soldados exhibiendo de forma ostentosa sus armas, mientras la voluntariosa banda de música entona su primer himno nacional del día.
Sobre las andas históricas que vecinos afortunados han alcanzado este año el honor de portar, sale por el portalón del templo hasta la plazoleta del atrio el Santo Patrón.