DOS CAPÍTULOS DE MIS ESCRITOS "MEMORIAS DE VILLAREJO DE FUENTES" QUE CREO QUE DULCINEA TIENEN ITERES EN CONOCER
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X.-EL TÍO ANDRÉS Y APOLONIA
Dije antes y el devenir del relato me lleva de nuevo a ello, que no me atendré ni a rigor histórico ni cronológico, que lo que diga lo diré conforme la memoria lo ponga a mi alcance, sin pensar si avanzo o retrocedo, ni preocuparme si literariamente es pertinente o impertinente el lugar que ocupa en el relato, saldrán personajes o acontecimiento antes o después de lo que debieron o procediera, más no importa, siempre que me sea permitido dejar dicho que no espero otro lector que yo mismo y si casualmente algún otro lo hubiera su dispensa le ruego desde hoy y para entonces.
Y de la anterior guisa, se cuenta, por ejemplo, que tuve un tío-abuelo que nunca conocí, en la familia siempre mencionado como el tío Andrés, de profesión sacerdote, por supuesto católico, parece ser que ejercía su sagrado ministerio en el propio pueblo en que nació, dicen de él que era hombretón corpulento, de sólido esqueleto y generosos músculos, muy bien parecido, gañan cuya vestimenta talar más que paliar su hombría la resaltaba, de genio dulce con el mujerío y bravo con los de su genero, la casa rectoral siempre estuvo adornada con la presencia de las mas hermosas “amas” que prominente célibe alguno tuviera en toda la diócesis.
Malas o sabias lenguas aseguran que más de un hijo de soltera o de casquivana casada debería haber usado el apellido del eclesiástico.
A tan singular ministro de Dios tardé mucho en relacionarlo con una encantadora mujer del pueblo, ya anciana cuando la conocí, que vivía sola en una casita a la que se accedía a través de un pequeño patio en que lucia un modesto y primorosamente cuidado jardincillo.
Recaían sus portadas a una esquina de la plaza del Coso, en la misma calle, pero en su otro extremo vivía y tenia minúsculo comercio la Librada, la repostera del lugar.
Por cierto que en la mentada Plaza del Coso se formaba y disolvía diariamente “la dula”, más adelante puede que os hable de esta curiosidad local.
Cada vez que por el pueblo llegaban mis padres o alguno de la familia Pérez, o había reunión de esta saga, la mujer de que os hablo participaba con todos con igualdad de trato y afecto, ella se desvivía en infinitos halagos, ternuras y muestras de sincero cariño para mí y por supuesto por extensión para todos mis primos. El conjunto familiar la trataba con igual afecto y cariño, nunca se identificaba ni se la reconocía como parte de la familia, ni nadie le dada titulo de parentesco. Pero ella se sentía y se manifestaba fuertemente unida a nuestra familia.
Finalmente supe el por que de aquellas muestras de especial ternura hacia todos nosotros, me incluyo yo, que en mi niñez me hacia participe de sus modestos agasajos y gran afecto, conociéndome como me conocía muy poco, la explicación de aquella sentida familiaridad hacia todos los Pérez y la aceptación gustosa por estos, la fui adivinando poco a poco y ya en mi madurez, esta humilde mujer que yo conocí en mi mocedad siendo anciana, fue “ama” de mío tío-abuelo Andrés, párroco de Villarejo de Fuentes, digo “ama” cuando en justicia y en su mérito debiera decir compañera sentimental.
Todavía no os he dicho su nombre, se llamaba Apolonia, para ella, hoy le dedico aquí un recuerdo de sentido afecto y ternura correspondiendo, muy tarde por cierto, al cariño que a mí y los míos nos dio tan desinteresadamente.
Siento una especial ternura al recordar a Apolonia y la bellísima y dura historia de su amor oculto entre ella y aquel cura mozarrón y bragado. Fue sin duda una hermosa joven que en aquel pequeño pueblo de la estepa conquense, quedó atrapada en tan secreta pero no por ello menos intensa y sincera comunión de amor, que traspasando su propia intimidad la derramó entre todos los Pérez de Villarejo de Fuentes, a los que siempre debió considerar como los hijos que nunca pudo concebir por el inhumano secreto con que tenia que llevar sus hondos sentimientos.
XI.- EL TÍO ANDRÉS Y MI PADRE
Hay otra historia, y si alguien me dice que es leyenda pues también pudiera ser que solo fuera eso, leyenda, pero dejadme que crea con fe ciega que es una verdad absoluta. Y ante quien intente desmentírmelo seguiré insistiendo en que es una hermosa verdad que creo haber escuchado de mi propio padre y también de su hermano Vicente, tío mío por tanto, y siendo ambos de carácter y bondad tan parecida, dejo aquí constancia de que mantengo para este tío mío un perenne recuerdo de especial cariño.
Puede que como todas las historias esté idealizada, pero si tan solo una parte de la misma es verdad, también identifica lo que fue aquel hombre, el tío Andrés, que nunca conocí y ni siquiera sé cuando dejó este mundo, dice esta historia, que mi padre en su juventud fue unos de los fundadores de la Casa del Pueblo, para los que no conozcáis mucho nuestro pasado, aquello era el equivalente a fundar la sede local del Partido Socialista.
Pues bien, ese compromiso político del que luego seria mi padre, parece que molestó al jefe del puesto local de la guardia civil, posiblemente un simple y analfabeto “número” o a lo sumo un cabo tramontano, que llamó al cuartelillo a mi padre.
Enterado el tío Andrés, y siendo Constancio, mi padre, uno de sus sobrinos predilectos, montó en cólera y olvidando santos, altares, hostias, copones y sotanas se dirigió a la caserna, apartó de un empujón al guardia que custodiaba la entrada y abriendo de una patada la puerta del despacho del jefe de puesto le obsequió con una colección de hostias, no precisamente consagradas, que dejaron al tricornudo lo suficientemente maltrecho como para que jamás volviera a interesarse por ninguno de los parientes del párroco local, el tío Andrés. En la Santa Sede, de esto se hubiera dicho que el clérigo ejerció la tradición vaticana de nepotismo. Mas o menos así lo he oído contar, más o menos así os lo cuento, mas o menos así lo creo ciegamente.
¿O me lo estoy contando a mí mismo?
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X.-EL TÍO ANDRÉS Y APOLONIA
Dije antes y el devenir del relato me lleva de nuevo a ello, que no me atendré ni a rigor histórico ni cronológico, que lo que diga lo diré conforme la memoria lo ponga a mi alcance, sin pensar si avanzo o retrocedo, ni preocuparme si literariamente es pertinente o impertinente el lugar que ocupa en el relato, saldrán personajes o acontecimiento antes o después de lo que debieron o procediera, más no importa, siempre que me sea permitido dejar dicho que no espero otro lector que yo mismo y si casualmente algún otro lo hubiera su dispensa le ruego desde hoy y para entonces.
Y de la anterior guisa, se cuenta, por ejemplo, que tuve un tío-abuelo que nunca conocí, en la familia siempre mencionado como el tío Andrés, de profesión sacerdote, por supuesto católico, parece ser que ejercía su sagrado ministerio en el propio pueblo en que nació, dicen de él que era hombretón corpulento, de sólido esqueleto y generosos músculos, muy bien parecido, gañan cuya vestimenta talar más que paliar su hombría la resaltaba, de genio dulce con el mujerío y bravo con los de su genero, la casa rectoral siempre estuvo adornada con la presencia de las mas hermosas “amas” que prominente célibe alguno tuviera en toda la diócesis.
Malas o sabias lenguas aseguran que más de un hijo de soltera o de casquivana casada debería haber usado el apellido del eclesiástico.
A tan singular ministro de Dios tardé mucho en relacionarlo con una encantadora mujer del pueblo, ya anciana cuando la conocí, que vivía sola en una casita a la que se accedía a través de un pequeño patio en que lucia un modesto y primorosamente cuidado jardincillo.
Recaían sus portadas a una esquina de la plaza del Coso, en la misma calle, pero en su otro extremo vivía y tenia minúsculo comercio la Librada, la repostera del lugar.
Por cierto que en la mentada Plaza del Coso se formaba y disolvía diariamente “la dula”, más adelante puede que os hable de esta curiosidad local.
Cada vez que por el pueblo llegaban mis padres o alguno de la familia Pérez, o había reunión de esta saga, la mujer de que os hablo participaba con todos con igualdad de trato y afecto, ella se desvivía en infinitos halagos, ternuras y muestras de sincero cariño para mí y por supuesto por extensión para todos mis primos. El conjunto familiar la trataba con igual afecto y cariño, nunca se identificaba ni se la reconocía como parte de la familia, ni nadie le dada titulo de parentesco. Pero ella se sentía y se manifestaba fuertemente unida a nuestra familia.
Finalmente supe el por que de aquellas muestras de especial ternura hacia todos nosotros, me incluyo yo, que en mi niñez me hacia participe de sus modestos agasajos y gran afecto, conociéndome como me conocía muy poco, la explicación de aquella sentida familiaridad hacia todos los Pérez y la aceptación gustosa por estos, la fui adivinando poco a poco y ya en mi madurez, esta humilde mujer que yo conocí en mi mocedad siendo anciana, fue “ama” de mío tío-abuelo Andrés, párroco de Villarejo de Fuentes, digo “ama” cuando en justicia y en su mérito debiera decir compañera sentimental.
Todavía no os he dicho su nombre, se llamaba Apolonia, para ella, hoy le dedico aquí un recuerdo de sentido afecto y ternura correspondiendo, muy tarde por cierto, al cariño que a mí y los míos nos dio tan desinteresadamente.
Siento una especial ternura al recordar a Apolonia y la bellísima y dura historia de su amor oculto entre ella y aquel cura mozarrón y bragado. Fue sin duda una hermosa joven que en aquel pequeño pueblo de la estepa conquense, quedó atrapada en tan secreta pero no por ello menos intensa y sincera comunión de amor, que traspasando su propia intimidad la derramó entre todos los Pérez de Villarejo de Fuentes, a los que siempre debió considerar como los hijos que nunca pudo concebir por el inhumano secreto con que tenia que llevar sus hondos sentimientos.
XI.- EL TÍO ANDRÉS Y MI PADRE
Hay otra historia, y si alguien me dice que es leyenda pues también pudiera ser que solo fuera eso, leyenda, pero dejadme que crea con fe ciega que es una verdad absoluta. Y ante quien intente desmentírmelo seguiré insistiendo en que es una hermosa verdad que creo haber escuchado de mi propio padre y también de su hermano Vicente, tío mío por tanto, y siendo ambos de carácter y bondad tan parecida, dejo aquí constancia de que mantengo para este tío mío un perenne recuerdo de especial cariño.
Puede que como todas las historias esté idealizada, pero si tan solo una parte de la misma es verdad, también identifica lo que fue aquel hombre, el tío Andrés, que nunca conocí y ni siquiera sé cuando dejó este mundo, dice esta historia, que mi padre en su juventud fue unos de los fundadores de la Casa del Pueblo, para los que no conozcáis mucho nuestro pasado, aquello era el equivalente a fundar la sede local del Partido Socialista.
Pues bien, ese compromiso político del que luego seria mi padre, parece que molestó al jefe del puesto local de la guardia civil, posiblemente un simple y analfabeto “número” o a lo sumo un cabo tramontano, que llamó al cuartelillo a mi padre.
Enterado el tío Andrés, y siendo Constancio, mi padre, uno de sus sobrinos predilectos, montó en cólera y olvidando santos, altares, hostias, copones y sotanas se dirigió a la caserna, apartó de un empujón al guardia que custodiaba la entrada y abriendo de una patada la puerta del despacho del jefe de puesto le obsequió con una colección de hostias, no precisamente consagradas, que dejaron al tricornudo lo suficientemente maltrecho como para que jamás volviera a interesarse por ninguno de los parientes del párroco local, el tío Andrés. En la Santa Sede, de esto se hubiera dicho que el clérigo ejerció la tradición vaticana de nepotismo. Mas o menos así lo he oído contar, más o menos así os lo cuento, mas o menos así lo creo ciegamente.
¿O me lo estoy contando a mí mismo?
Bona nit Eduardo.
Me ha gustado el relato del que no tengo recuerdo quizás por ser muy anterior a mi niñez o incluso a mi nacimiento. El sacerdote que yo en la niñez conocí fue a D. Gumersindo (D. Gumer) para casi todos los vecinos de Villarejo.
De lo que si tengo un buen recuerdo es de lo que mencionas de la DULA, pero donde recuerdo su ubicación no era en la plaza del COSO si no en una placita que llamábamos LA CRUZ DE VENITO, esta placita está al final del huerto de D, Cruz, en ella, o al lado vivian los de VICTORIO e hij@s. En mis recuerdos está el ruido de la caracola que tocaba el joven que se encargaba de llevar a los animales a pastar a los campos. Toque que solía hacer al recogerlas y también a la tarde cuando regresaba. En casa habíamos llegado a tener dos cabras que a la hora del toque las soltabamos y solas acudían a la placeta y a la tarde regresaban y se acercaban solas a casa hasta la puerta del corral. Ya ves la inteligencia que tenían los animales.
No se si Maxima se recordará de esto y nos lo puede corroborar.
Me ha gustado el relato del que no tengo recuerdo quizás por ser muy anterior a mi niñez o incluso a mi nacimiento. El sacerdote que yo en la niñez conocí fue a D. Gumersindo (D. Gumer) para casi todos los vecinos de Villarejo.
De lo que si tengo un buen recuerdo es de lo que mencionas de la DULA, pero donde recuerdo su ubicación no era en la plaza del COSO si no en una placita que llamábamos LA CRUZ DE VENITO, esta placita está al final del huerto de D, Cruz, en ella, o al lado vivian los de VICTORIO e hij@s. En mis recuerdos está el ruido de la caracola que tocaba el joven que se encargaba de llevar a los animales a pastar a los campos. Toque que solía hacer al recogerlas y también a la tarde cuando regresaba. En casa habíamos llegado a tener dos cabras que a la hora del toque las soltabamos y solas acudían a la placeta y a la tarde regresaban y se acercaban solas a casa hasta la puerta del corral. Ya ves la inteligencia que tenían los animales.
No se si Maxima se recordará de esto y nos lo puede corroborar.