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VILLAREJO DE FUENTES: - Vuestro capitán chilla mucho y tiene prisa, pero...

- Vuestro capitán chilla mucho y tiene prisa, pero mis ordenes son que cuando salga para el hospital no vaya con un solo herido ya que en cuanto empiecen a traer a los que ahora están cayendo no habrá suficientes carros para transportarlos.

- Haz lo que quieras pero el payo ese que te hemos dejado ahí dentro tiene muy mala leche, aunque las balas silbaban por encima de nuestra cabeza el muy animal se ha pasado todo el camino arreándonos prisa y amenazándonos con consejos de guerra o pegarnos un tiro si no llegábamos pronto, menos mal que su pistola debió caérsele cuando le arrearon el balazo que lleva en la panza.

Tomó el mulero en consideración las recomendaciones de sus camaradas y arreó a la yunta que hizo que el carromato comenzara a traquetear campo a través, sin camino marcado, y hundiendo sus ruedas entre el polvo la arena y el pedregal.

Tras quince eternos minutos mas o menos de zarandeo se plantó finalmente el carro ante una enorme tienda de campaña en cuyos lados se repetía la enseña de la cruz roja, se paró el carricoche, se acercaron dos camilleros y un oficial, mientras los primeros abrían las puertas traseras y sacaban la camilla, el tercero con uniforme de oficial en cuyas solapas en vez de estrellas anunciadoras de su rango militar lucia crucecitas de plata, advirtiendo que se trataba de un cura castrense, “el pater” en el argot cuartelario, revestido de estola y libro de oraciones en mano se acercó a la cabecera de la camilla y dirigiéndose al herido le musitó quedamente.:

- Hijo, ahora es un buen momento para la confesión, la comunión, y los santos oleos, con Dios se tiene que estar siempre en gracia, y esta es más necesaria que nunca cuando uno se ve en trances como el tuyo, los tránsitos humanos son breves, pero estar cerca o lejos de Nuestro Señor en la otra vida es la Eternidad.

Dicen los camilleros que mientras el “pater” recitaba sus pías recomendaciones, el orondo y ahora agujereado capitán incrementó sus chillonas imprecaciones y mirando desencajado al santo portador de tan agorero porvenir, cambió de sitio su mano derecha librándola de su cometido de contener la hemorragia de la herida, encomendando esta labor sanitaria a la mano izquierda y con la diestra se busco por el correaje de su cintura la funda de la pistola reglamentaria, que afortunadamente para “el pater”, y para carreteros y camilleros no portaba.

Se le adentró en la enorme “jaima” y llegó hasta donde tres seres enfundados en enormes batas blancas, con notables manchas rojas repartidas por toda su vestimenta se hallaban en una imaginaria primera línea y en segunda otras tantas figuras, que hoy siglo XXI se nos antojan auténticamente fantasmagóricas, tres hermanitas de la caridad, mujeres que como he descrito antes cubrían toda su cabeza menos el rostro, de un blanco tocado, extremadamente almidonado, el cual entre el espacio de los lóbulos de sus tapadas orejas y la quijada se convertía en un par de enormes planos horizontales, del tocado hacia abajo unas vestían sayones totalmente blancos y otras igual prenda en azul oscuro, la razón cromático la desconozco, ceñían sus ampulosas cinturas unas finas pretinas de las que a su vez colgaba un gran rosario cuyas cuentas llegaban a rozar el suelo, y creo que sin ninguna excepción, todas lucían un incipiente bigote de finísima pelusa, pudiera ser que esto ultimo solo sea una exageración mía, y confieso sin rubor en la posibilidad de haber caído en una obcecación, o si no advertir que estoy repitiendo algo ya descrito.

A los revestidos de bata blanca, sobre lo que podía ser su bolsillo de pecho, lucían un pequeño porta-insignias en el que sobre fondo negro brillaba el bruñido de las pequeñas estrellas de latón con que identificaba cada uno su rango militar, en realidad casi se repartían por mitades comandantes y capitanes.

- A sus ordenes; ¿Dónde dejamos al herido? – Dijeron los camilleros al llegar ante los de la bata blanca.

- Traspasar la siguiente cortina y dejarlo sobre la mesa de operaciones.

- ¿Lo dejamos con la camilla mi capitán?

- No, llevaros la camilla, pero claro me lo dices por que entre los dos no podéis levantar en vilo al herido, o ¿No?

Levantando la voz el capitán médico gritó – ¡Dos camilleros aquí ¡– De inmediato aparecieron dos soldados, que con un simple gesto del capitán entendieron la orden de ayudar a trasladar al herido desde la camilla hasta la mesa de operaciones.

Al poco de dejar en reposo al capitán herido sobre la tabla quirúrgica apareció el comandante médico, y entablaron conversación.

- Bueno hombre veo que eres capitán, me avisan que has tenido que tomar el mando de toda la unidad por haber caído tu comandante. Eres muy joven y además el primer herido que nos llega de la escabechina que habéis organizado.

- A tu comandante no le ha hecho falta medico, con el sepulturero ha tenido suficiente. Así que la cosa tiene pinta de ponerse jodida ya que me temo que nos vais a proveer de abundante trabajo, ¿Si los primeros heridos ya sois oficiales no sé que nos quedará para los de raso?. ¿Y donde te han dado?

- Creo que en el estomago

- A ver, quita la mano, y vosotros – dirigiéndose a sus ayudantes – quitarle el uniforme

- Pues creo que tienes algo de suerte capitán, por que si el plomazo se desvía un poquito y te da de lleno en las partes criticas del aparato digestivo no te hubiera podido pronosticar vida para más de una semana y eso con padecimientos infernales, a primera vista parece que la metralla o mejor si es una bala sin fragmentarse se ha quedado en sitio delicado pero no vital.

Palpó y observó el comandante medico la parte perforada y volvió a dirigirse al capitán herido.

- Las ordenes del Alto Estado Mayor señalan que en este puesto hospitalario estabilicemos a los heridos, realicemos la primera cura y seguidamente organicemos su traslado a Ceuta como centro de evacuación hacia la península, pero aunque aquí faltan medios, rayos X, por ejemplo, creo no equivocarme si te digo que trasladarte sin extraerte antes lo que te ha dado en el estomago y suturar los destrozos que ha ocasionado no llegarías vivo, así que lo que tu digas, ahora tienes el privilegio siendo capitán de darme ordenes a mi que soy comandante. ¿Venga que dices?

- Si tan mal me lo pone mi comandante - comenzó a responder el capitán – me quedo y me opera aquí, pero con la condición de que conste en mi hoja de servicios de que fui yo quien exigió no ser evacuado, esto lo necesito para justificar la condecoración y ascenso que espero y merezco.

- Joven y sobrado de ambición...., pues lo que digas.

Se volvió el comandante medico a sus ayudantes y les ordenó - A ver preparar cloroformo, instrumental y la asepsia necesaria, operamos de inmediato, necesito un capitán cirujano y dos enfermeras de quirófano.

No queda constancia de cuanto tiempo duró la intervención quirúrgica, tampoco quedó identificada la bala que se extrajo, y aprovecho para dejar constancia que he leído de algún cronista, no recuerdo cual, aunque si puedo aseguraros que en absoluto fueron de los inefables Cesar Vidal, De la Cierva, Pío Moa, ni el General Salas Larrazadabal, aunque reitero y prometo que no es invención mía si no más bien rememoración con el mayor numero de detalles, que alguien dijo se trataba de una bala de “máuser” similar a las utilizadas por el propio ejercito al que pertenecía el capitán, y se basan en semejante aseveración tomando en cuenta las tirrias que el insufrible oficial se ganaba todos los días de sus subordinados, y las antipatías de sus iguales y superiores inmediatos temerosos de que las desbocadas ambiciones del capitán les pisaran las citaciones, medallas o promociones que se estaban ganando en aquella carnicería.