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VILLAREJO DE FUENTES: Hola Eduardo;...

POR LA G. DE DIOS

Este relato es un breve esbozo de un militar español muy peculiar, y este calificativo no lo es por consenso de todos lo que le conocieron, si no por mi particular valoración de los actos que del mismo conozco, o creo conocer, o también pudiera ser por que hay veces, demasiadas veces, que este personaje me recuerda que su existencia tan tristemente ha condicionado la mía,
En cualquiera de los dos casos, todo esto solo es apto para mayores de cincuenta años o perdidamente enganchados en las historias de la Historia.

El relato de esta historia comienza el 29 de junio de 1916, en los territorios de El Rif, concretamente en el asedio por las tropas coloniales españolas al poblado El Biutz, operación militar llevada a cabo entre otras unidades por el segundo tabor de regulares.

Ha quedado escrito por ahí, de que en aquellos parajes de Marruecos y siendo nuestro personaje capitán de tropa de combate, su valor y energía de mando siempre quedaron patentes, no le temblaba el pulso al aceptar para la unidad bajo su mando las operaciones más arriesgadas, sin que nunca le causara preocupación las bajas que entre sus hombres se produjeran, ya que caían por Dios y por la Patria,

En uno de los hostigamientos a los ocupantes-defensores de El Buitz, mediante ataque frontal, a campo abierto y pecho descubierto, sin conocer la capacidad de respuesta de los atacados, ni valoración fiable sobre supremacía de los atacantes, y por supuesto como acto de guerra típico de un ejercito colonial, que ignora, o no quiere, o no sabe organizar maniobras tácticas y estrategias enseñadas en las modernas escuelas de guerra, contando más la ambición de generales, jefes y oficiales en ganar citaciones y medallas, que la preocupación de preservar a su tropa de bajas innecesarias, tal y como le gustó ejercitar su mando durante toda su vida profesional a nuestro orondo capitán, el cual después de lanzar con su aflautada vocecilla una patrañera soflama a los alistados en su unidad, dicen que aumentando el volumen de sus aflautadas cuerdas vocales dio el gritito de “al ataque”, y tan pronto vio salir de trincheras y blocaos a las huestes a su mando, y antes de que se iniciara el esperado tiroteo y posible cruce de fuego artillero, se colocó de pie, con unos prismáticos de periscopio en las manos, (Que resultó una de sus poses más apreciadas en el futuro por lo fotogénicas que le resultaron), en la puerta del resguardo que como mandan los buenos reglamentos deben de tener ya preparado todos los jefes y oficiales que se precien.

Mas quiso la suerte o la desgracia de que a su comandante, superior en el mando de todas las tropas que asediaban y atacaban El Biutz, que un seguidor de Abd-El-Krim, con buen ojo y puntería para elegir blanco le colocara un balazo en sitio adecuado, lo que hizo que este jefe militar, sin dejar aviso, se fuera a dar un paseo en la barca de Caronte, así que nuestro capitán, sin esperar ordenes del Estado Mayor sustituyó al comandante caído tomando el mando del operativo.

Y lo que pasó es que por mantenerse muestro capitán erguido dando ordenes a las tropas a su mando, pese a su baja estatura, una bala perdida o rebotada fue a incrustarse en la barriga de quien hablo.

Los colegas del panzudo herido, se movilizaron apresuradamente, bramaron de inmediato por todo el campo reclamando camilleros que transportaran al menguado de talla y generoso de talle al hospital de sangre, con expresa indicación de preferencia en el traslado, ya que tratándose del jefe del operativo merecía atención médica distinguida sobre cualquier otro herido que fuera de igual o menor rango castrense.
Por supuesto, si después de pasar por lo que pomposamente por allí se llamaba quirófanos, sobrevivía, no le tocaría reposar, como a los soldados rasos, en el suelo sobre mantas de arpillera o con mucha suerte un mugriento jergón de paja.

Para los jefes y oficiales estaban reservadas las camas que las hermanitas de la caridad, con tanto primor tenían preparadas con sus limpios y mullidos colchones de lana bien vareada y las inmaculadas sabanas blancas de fino hilo.

Curiosas enfermeras las dichas hermanitas de la caridad cuyos labios superiores siempre los he imaginado sombreados de gris en llamativa imitación a la de los obligados mostachos que por ordenanzas estaban obligados a exhibir los guardias civiles de aquella época.

Ostentosamente llamativos eran los tocados que cubrían y ataviaban las testas de las hermanitas, el tamaño ya era de por sí gigantesco, y su concienzudo planchado sobre baño de buen almidón hacia que las singulares e inútiles prendas se exhibieran cual alas de enormes aviones, en cuyos puntiagudos extremos quedaba periódicamente ensartado algún que otro ojo de quien con ellas se cruzaba descuidadamente. Estas abnegadas religiosas desempeñaban las funciones caritativas más variopintas, tales como enfermeras militares, carceleras y gobernantas de los presidios de mujeres, Otra función que desempeñan a las mil maravillas era la de administradoras y educadoras de hospicios, y algunos dicen, gente por supuesto poco piadosa, que hasta gozaban en su caritativo acompañar a viejos desahuciados en su último suspiro, eso sí, en algunos de estos menesteres su piedad se extralimitaba anunciándole a sus pupilos, jóvenes o viejos, lo “jodido” de su futuro en el infierno, pues para ellas, parece ser que solo quien profesaba votos y vestía hábito escapaba de descender directamente al infierno y con un poquito, muy poco de purgatorio se pasaba la eternidad en el gozoso cielo, aunque nunca nadie ha podido informar en que consistían los gozos celestiales.

Y en nuestro caso y por supuesto eran quienes se desvivían por tener exquisitamente preparados los espacios, muebles, instrumental, utensilios e intendencia necesaria para atender a los generales, jefes y oficiales heridos, o necesitados de reposo hospitalario, siendo indefectiblemente la calidad de la dedicación y atención personal proporcional al rango del individuo que por allí se dejaba caer, mejor explicado creo que nadie se dejaba caer, más bien lo traían ya caído, y el rango era fácilmente adivinable por las estrellas y sardinetas cosidas en bocamangas y solapas.

Muy pronto, en el lugar donde se hallaba el capitán balaceado aparecieron dos soldados del cuerpo de sanidad militar portando unas parihuelas, en aquella trinchera y pese a la espesa concentración en poco espacio de uniformes con entorchados y estrellas, adivinaron rápidamente los rasos a quien le había tocado en suerte tener que ser transportado por ellos, al divisar las manchas de sangre sobre la tan magnánima como oronda barriga del capitán y la palidez casi cadavérica de su desencajado rostro. Se cuadraron ante el herido y llevándose la mano derecha a la sien ambos camilleros al unísono, exclamaron.:

- A sus ordenes mi capitán.

Con un hilillo de su estridente voz, el capitán, sin soltar la mano sobre el lugar en que la bala perdida le había impactado, ordena.

- Al hospital rápidamente, y como no lleguéis a tiempo y en debida forma os espera un consejo de guerra.

Cargaron sobre la lona entre los dos palos el paquete, sobresaliendo su humanidad por los laterales y sobrando espacio por cabecera y pies, de forma tal, que el centro de gravedad de la camilla semejaba el transporte de una esfera, aguantando este punto un peso superior a su capacidad, los camilleros, bañados en un sudor intenso salieron como pudieron del refugio, y para evitar ser final del trayecto de cualquier proyectil, se agacharon lo que humanamente daban de sí sus fuerzas y caminaron semi-arrastrando por el suelo la lona de la camilla, con lo que el trasero del capitán también rozaba suelo de vez en cuando.

De la anterior guisa viajó el capitán desde la línea de trincheras en el campo de batalla hasta la segunda línea del frente, en donde en trance de espera se agolpaban una decena de “ambulancias”, denominación que se aplicaba a carromatos tirados por viejas mulas, que la mínima consideración hacia estos animales debió de haberlas jubilado muchas batallas atrás, estos vehículos, sin instrumental alguno, ni más pertrecho que las perchas sobre los que se apoyaban las camillas, se identificaban de cualquier otro furgón de carga por las cruces rojas pintadas en sus tableros laterales.

Una vez depositada la camilla dentro de la primera ambulancia con que sus porteadores se toparon, la aflautada vocecilla del capitán se desgañitaba maldiciendo a los camilleros y al arriero por no haberlo llevado todavía al hospital.

Junto al pescante, entre los sanitarios porteadores y el carretero se desarrolló una breve conversación en voz queda, con poco mas o menos los siguientes términos

Hola Eduardo;

No creas que porque no he hecho una critica de tu relato de por la Gracia de Dios no lo he leído. Lo hice hace ya muchos días, nada más ponerlo lo leí enterito, lo que pasa es que estoy perezosa y no escribo.

Esta noche me he propuesto hacerlo ya sin más demora.

Tú relato me ha gustado mucho, como los anteriores, narras las historias y describes de una forma muy bonita. Me sorprendió cuando apareció en el nombre de Paquillo ja, ja, jaaaaaa pensé………… si esta hablando de Franco. Iba entretenida siguiendo el trascurso de la historia y el devenir de los personajes. En ella destaca la ambición desmesurada de este sujeto por alcanzar puestos relevantes como escalera para llegar al poder y alcanzar la gloria.

Con el final del relato acabe cabreadísima e indignada de lo malísima persona que fue este sujeto al comportarse de manera tan cruel a la petición de la monjita que le había ayudado tanto a él en un trance tan difícil, como fue la recuperación de esa intervención quirúrgica, aguantando su mal humor y su prepotencia. Máxime cuando él le había prometido ayuda incondicional para cualquier problema o dificultad que se le plantease en un futuro. Que asqueroso, volcó en ella la frustración de que no le concediesen un ascenso y en vez de condonar la pena de muerte del hermano de Sor nieves (la monjita) le adelanto la ejecución.

No aguanto la traición ni la falta de palabra y aunque sea un relato, me enfade machismo con este final.

Eduardo esto denota también que eres un buen escritor porque con tus historias eres capaz de despertar emociones y sentimientos. Aunque en este caso concreto hayan sido de ira, rabia e indignación hacia Paquillo.

Abrazossssssssssssssss.

Saludos: Dulcinea.