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VILLAREJO DE FUENTES: Un saludo Eduardo....

LA PERIPATÉTICA DEL PUEBLO

MI BUEN AMIGO.:
DESPUÉS DE TRASMITIR EL ULTIMO MENSAJE, CONTESTANDO A UNO ATENTO TUYO, RECORDÉ QUE HACIA MESES (MAYO 2013) HABÍA COLGADO DEL FORO UNA PARTE DE MIS MEMORIAS INFANTILES, PRECISAMENTE LAS QUE RECOGEN LAS DUDAS QUE ME PLANTEABAS, AUNQUE SEA PRODUCTO DE REITERACIÓN NO TENGO INCONVENIENTE, MAS BIEN CIERTO PUDOR, EN TRASMITIR DE NUEVO AQUELLOS CAPÍTULOS DE MIS MEMORIAS QUE QUIZÁ FUERAN EL MOTIVO JUSTIFICADO DE TU CONSULTA

Todo dicho y hecho con el mayor afecto

MEMORIAS
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Señalaba el pueblo inmisericorde a una matrona de juventud ya olvidada, muy morena, casi cobriza, no era vieja ni siquiera mayor, pero su apariencia desastrosa y extremadamente humilde, más su ya perdida lozanía ajada por inviernos sin lumbre, y callados sufrimientos, le daban una apariencia ingrata, cualquier cosa menos hembra que despertara libidinosos apetitos

No tengo ninguna duda que aquella alma penada arrastraba una historia de humillaciones y dolor que solo ella conocía, que solo ella sufría, no se le conocían amistades ni buenas vecindades.

Vivía esta pobre mujer en una calle que descendiendo de la parte alta de la villa terminaba junto a la alberca del pilar, era su morada una casucha de tejado muy bajo, de puerta ahogada en estrechez y diminuta altura, cuya madera ajada con restos de lo que en mejores tiempos y menos humillados moradores pudo ser una mano de pintura, era tal la pobreza que emanaba aquel mísero albergue que hería la vista, y más lacerante era ver próximos a su puerta y correteando por las proximidades de la alberca a tres o cuatro mocosos, marginados por el beaterio y las ciegas conciencias por su origen pecaminoso.

Eran apestados, lacerados por cien parásitos, tan hambrientos de pan como sedientos de humanidad.

Las matronas locales sin piedad alguna decían de aquella sufriente hembra era la puta del pueblo, y que aquellos infelices mocosos eran fruto de su mala vida, ya que su puerta en las oscuras noches de calles vacías se habría con harta frecuencia a visitantes locales o foráneos.

Pobre mujer, debió nacer maldita, y maldita era su vida en un lugar como aquel, solidario en muchas cosas, cruel en demasiadas, no presumo lujuria, ni enamoramientos pasionales en aquella penante mujer, si no condescendencias carnales para sacar cuatro cuartos con que saciar por un día hambre eterna, y en el circulo de la desgracia más llenaba su arrugada barriga de embarazos sin padre, que de condumios diarios. Pobre mujer.

LAS ANIMADORAS

De vez en cuando, en días próximos a fiestas locales, o cuando se presumía que la cosecha había mejorado exiguos bolsillos, alguno de los taberneros anunciaba la arribada de “animadoras”, eufemismo con el que se conocía a lupanares trashumantes que ejercían su oficio de pueblo en pueblo, y que para guardar las apariencias, sortear alguna traba legal, apaciguar conciencias de alcaldes y cohorte de ediles, acallar púlpitos o tranquilizar celosas matronas, se anunciaban pomposamente como Compañía de Artistas de Variedades, siguiendo un protocolo que más o menos consistía en lo siguiente:

En una de las tabernas o casino del pueblo se improvisaba un tablado en el que un acordeonista a veces en compañía de un batería, fusilaban casposos pasodobles, cuya letra, con voz aguardentosa y desafino total canturreaba, con un bailoteo que quería ser provocador y resultaba patético, la señorita que según el presentador era... “La Consagrada Artista Menganita de tal... procedente de los mejores teatros de Madrid y Barcelona”, para cuyo artístico número vestía la más acortada ropa que permitía la censura, algo así como falda por encima de la rodilla con exhibición de algo de muslo, y escote generoso, pero que solo dejara a la vista el inicio del canalillo entre los senos. Sin embargo, pese tan pudorosa vestimenta y tan modesta exhibición de cuerpo femenino, se elevaba considerablemente la calentura del abarrotado local.

Después de tres o cuatro exhibiciones artísticas de otras tantas “animadoras”, los proxenetas, vamos los chulos, iban conviniendo con la concurrencia, toda masculina por supuesto, el precio, monetario o incluso en especie, por el que las rutilantes artistas se volcarían en generosos y exquisitos favores sexuales a todos y cada uno de los libidinosos aspirantes a tan mercantil amorío.

Una vez convenido el comercio carnal, el alcahuete fijaba, según precio conseguido o preferencias del cliente, la hora aproximada de la prestación del servicio y el sitio exacto donde se realizaría, que generalmente era una destartalada camioneta que previamente había quedado aparcada en una de las eras próximas al pueblo, cercana la hora convenida, desfilaban hacia el lugar de la cita los rijosos clientes, guardando cola cuando el tiempo calculado por los “organizadores” fallaba o la inquietud de los “clientes” adelantaba su presencia.

Comprenderéis, que por mi edad de entonces nada puedo contaros sobre la calidad del servicio que se prestaba y la satisfacción de la clientela.

Si que me llegaban noticias de que alguna casada un tanto bravía, la noche que había “animadoras”, intentaba hacer valer su derecho de fidelidad, y las más de las veces esta defensa concluía con un bofetón del gañan, o la cosa aún llegaba a peores adornando con ostensibles hematomas la cara de la esposa, que como condecoraciones ganados en la inútil defensa de promesas conyugales, exhibía al día siguiente como heridas del desigual combate matrimonial, clamando una vindicación que nunca lograba.

Y la cosa, pasada una semana volvía por sus cauces y olvidos.

Dicen; a saber si era verdad, que antes de la “representación” los encargados de la organización, citaban discretamente para presentar a sus pupilas a las autoridades locales, para que si apetecían y con eso callaran y consintieran, que pudieran elegir hembra y ser servidos en cama de posada, sin necesidad de pago ni otra prebenda que la de olvidar y mirar para otro lado horas después.

Al día siguiente, apaciguada la lujuria de los gañanes locales, cada uno por su lado, la artística compañía desaparecía sin dejar más rastro que diez matrimonios del pueblo mirándose con indisimulado rencor, algún comentario en las tiendas locales sobre los moratones de tal o cual vecina y la repetida aclamación de viejas “Ha donde vamos a parar si se consiente este puterío”. Que por supuesto se consentía y cuya repetición solo era cuestión de nueva fiesta o cosecha.

Y D. Gumer el cura, sufriendo por su pecadora feligresía, pero en mérito de su integración vecinal y no queriendo perder compañeros de inocente mus o chamelo, sé hacia el ignorante en lugar sagrado, y soportaba en confesionario el desvarío de beatas celosas.

También se sabe que la paupérrima farmacia local en los días siguientes despachaba sus contadas dosis de permanganato y Aceite Inglés, remedios acreditados para la prevención de contagios venéreos y eliminación de las saltarinas ladillas que habían elegido por ser más mugriento, más mullido, y por ende más nutritivo el hogar que les ofrecía la rustica clientela masculina.

Un saludo Eduardo.
Gracias por sacarme de dudas referntes a los recuerdos de juventud, ja, ja, ya visualizaba yo un neon intermitente con un corazon rojo y una flecha indicando la entrada de la Boutique del amor ja, ja.