- Para triquiñuelas estamos. Mire me llevo los que le he dicho si el pago es a la cosecha en el agosto, ¿Le vale?
- Me vale, pero no se moleste si le pregunto su nombre y el de su marido, por que espero que sea usted casada, si no no hay fiado, ¿Les conocen a ustedes por aquí?
- Aquí nos conocemos todos, pregunte en la tienda de la esquina, al alguacil o al pregonero que estarán ahora en el Ayuntamiento, como es casi mediodía ya habrá llegado el alcalde y estarán por allí a lo que les mande.
- Me basta...... bueno …. me dice como se llama su marido y como se llama usted y se los lleva y nos vemos de nuevo en agosto ¡Pero ojo, no me falle!
- Vale.. Vale...
Después de anotar en su libreta los datos requeridos, con la habilidad que necesariamente requiere su profesión, el tratante agarró y levantó los dos cochinillos que entregó a la mujer, la cual se vio desde el comienzo imposibilitada de llevarlos sobre sí, por lo que dirigiéndose de nuevo el ganadero, le pidió.
- Oiga por favor, que no puedo llevarlos encima, que seguro se me caen y escapan, si me da dos “ataeros” arrastras siempre llegarán.
- Eso está hecho mujer – Sacó el hombre de la cabina del camión dos cuerdas de las de atar gavillas y con destreza pasó cada una de ellas por la parte delantera de los cochinillos sobrando cuerda para que la mujer pudiera llevarlos a modo de perros en paseo.
Se había ocultado ya el Sol en el horizonte y como todos los días por aquellas horas llegó a casa el hombre, su mujer, contrariamente a la habitual seriedad de su reencuentro, le recibió sonriendo, diciéndole
- Tengo una sorpresa, ven conmigo y la verás.
Sin decir palabra alguna el hombre siguió dócilmente tras su mujer al corral y vio los dos cochinillos que habían llegado hasta allí aquel mismo día.
- ¿De donde han salido?
- Los he comprador en la plaza
- ¿Como los has pagado?
- Los fían hasta el agosto
- ¿Y con que los pagaremos en el agosto, si la cosecha no nos da ni para comer nosotros?
- Ten un poco de ilusión hombre, ya verás como nos las arreglamos y el año que viene podemos tener algo para mejor comer o algún dinerillo, yo me comprometo a trabajar un poco mas buscando con que hacerlos engordar.
- Mujer, tu verás lo que haces, pero no nos pongas en evidencia, ya estamos bastante jodidos como para que nos puedan salir pleitos.
Aquella noche la mujer haciendo un repelo de alacena “obsequió” a su marido con unas migas ruleras, eso si, pobres por ser producto del pan duro que había almacenado y algo de “pringue” sobrante en viejas jícaras que otrora contuvieron mejores condumios.
Y pasaron los días, las semanas, los meses, nada aquel año, aquel tiempo, fue diferente a como lo fue la añada precedente, por Junio ya se podía proveer que la cosecha cerealista no se esperaba muy buena, tampoco mala, solo “normalilla”, algo había llovido en aquella sementera, pero no lo suficiente ni en el tiempo en que mas favorece, pero en fin, si las nubes ahora no traicionaban con un aguacero que acamara la mies habría cosecha, cuya siega se retrasaría alguna semana por haberse iniciado los calores del verano un tanto tardío.
….........................
….........................
Y como en nuestra sociedad cada uno va a lo suyo, y en lo monetario este afán es notoriamente más intenso, no habían llegado la festividad de la Virgen de Agosto, cuando el pregonero anunció la nueva estadía del comerciante de cerdos en la plaza Mayor, al oírlo, a Basilia le recorrió por el cuerpo un calambre, si alguien hubiera estado cerca de ella habría notado como su rostro se quedó lívido, desde aquel momento anduvo por su casucha como alma en pena, sin hacer nada útil no se dio un minuto de descanso, los minutos se le hacían eternos y su parálisis mental no reaccionaba.
¿Y el por qué de aquel trastorno de Basilia?.
Sencillamente no tenían ni un céntimo para poder pagar al tratante la deuda contraída.
¿Que hacer?
¿Le devuelvo los dos cerdos ya criados y crecidos?. Es verdad que aún están lejos de las quince arrobas esperadas en cada uno, pero por la mitad seguro que andaban. Pero ….. y lo gastado en pienso, el trabajo en buscarlo por los campos y montes, el sacrificio personal apartando posible comida de sus bocas.
¿Y si los vendo a otros y con ese dinero pago?,
A quienes se los ofreciera se percatarían del apuro y les darían cuatro perras chicas con lo que empeoraría incluso su situación.
¡Le pediré al tratante un aplazamiento! ¿Para que?. Todo el mundo dice que es muy formal, pero también muy exigente.
¡Santísimo Cristo de los Pastores …... Ayúdame!
Se sentó Basilia en su cocinilla y quiso poner su mente en blanco, su ultimo pensamiento fue algo así como ¡Lo que tenga que venir ya vendrá!
…...........
…...........
Y mientras, en la plaza Mayor, el tratante, aquel que en su momento le entregó los cerditos a Basilia, y le fió, recibía la visita de los restantes vecinos que también le habían adquirido en primavera lechones para su engorde domestico, los cuales tras los saludos de rigor, con las quejas de unos por que no tenían trazas de mucho engorde, y las satisfacciones de otros por lo contrario, al final todos satisfacían en billetes la cantidad fiada, estrechándose de nuevo la mano y despidiéndose hasta marzo o abril como todos los años.
Llegado el mediodía, cuando el calor y las moscas más insoportable hacían estar al aire libre, el tratante en la cabina del camión empezó a repasar el cumplimiento en el cobro de sus ventas de primavera, y tras la primera mirada cayó en la cuenta de un tal Abel y Basilia ¡No habían pagado!, para cerciorarse el hombre recontó el dinero que había recaudado y lo cotejó con las cifras anotadas en el cuaderno. La cosa estaba clara estos habían fallado, era la primera vez que le ocurría en Villarejo, pensó entonces que por la hora del día lo más prudente era recoger, y el camión, con su carga, ponerlo a la sombra en sitio seguro con el efectivo recaudado, así que lo trasladó al enorme zaguán de la posada de El Chato, para después comer y visitar a los deudores a los que de momento les empezaba a presuponer morosos.
Después de las faenas iniciales que se había propuesto el ganadero, comió en la posada, pidió una habitación que tuviera un lavabo y agua y algo de jabón, acabado el yantar subió con una maleta al cuarto que le habían reservado, se despojó de la ropa con la que había estado trabajando, se lavó con el agua fresca contenida en la jofaina, dejó abarcas y calzó botas de media caña con punta fina, mudó de camisa, vistiendo ahora una blanca, sin cuello, con pequeños botones negros, se enfundó chaqueta clásica bastante ajustada, se peinó su abundante y para ser varón larga cabellera sobre la que derramó unas gotas de brillantina y otras de colonia, finalmente sustituyó su gorra de visera por sombrero cordobés, dejó en el suelo su vara de manejar la piara y recogió su artísticamente trabajada fusta de cuero.
Los vecinos de Villarejo que habían dudado siempre si el tratante era payo o gitano, al verlo aquel día salir de la posada, aseado al modo de los más aristocráticos “calés”, las dudas quedaron totalmente disipadas y además se deshacía una creencia tópica, los gitanos no tienen por que ser trapisondistas, en su cultura, la palabra empeñada es sagrada.
Había quedado nuestra buen gitano, el tratante, con el pregonero en el casinillo del pueblo, junto a la posada, para tomar café, o una copichuela, lo que apeteciera, y que le acompañara a casa de Abel y Basilia, evidentemente no es que no supiera ir, es que ni siquiera, como era costumbre, había preguntado el domicilio, aunque es de hacer notar que por aquel entonces las calles tenían vecinos y por ellos se las conocía, por que placas con nombres de calles, ¿Para que?.
Aún lucia el Sol en altura cuando pregonero y tratante llegaron ante la puerta de
- Me vale, pero no se moleste si le pregunto su nombre y el de su marido, por que espero que sea usted casada, si no no hay fiado, ¿Les conocen a ustedes por aquí?
- Aquí nos conocemos todos, pregunte en la tienda de la esquina, al alguacil o al pregonero que estarán ahora en el Ayuntamiento, como es casi mediodía ya habrá llegado el alcalde y estarán por allí a lo que les mande.
- Me basta...... bueno …. me dice como se llama su marido y como se llama usted y se los lleva y nos vemos de nuevo en agosto ¡Pero ojo, no me falle!
- Vale.. Vale...
Después de anotar en su libreta los datos requeridos, con la habilidad que necesariamente requiere su profesión, el tratante agarró y levantó los dos cochinillos que entregó a la mujer, la cual se vio desde el comienzo imposibilitada de llevarlos sobre sí, por lo que dirigiéndose de nuevo el ganadero, le pidió.
- Oiga por favor, que no puedo llevarlos encima, que seguro se me caen y escapan, si me da dos “ataeros” arrastras siempre llegarán.
- Eso está hecho mujer – Sacó el hombre de la cabina del camión dos cuerdas de las de atar gavillas y con destreza pasó cada una de ellas por la parte delantera de los cochinillos sobrando cuerda para que la mujer pudiera llevarlos a modo de perros en paseo.
Se había ocultado ya el Sol en el horizonte y como todos los días por aquellas horas llegó a casa el hombre, su mujer, contrariamente a la habitual seriedad de su reencuentro, le recibió sonriendo, diciéndole
- Tengo una sorpresa, ven conmigo y la verás.
Sin decir palabra alguna el hombre siguió dócilmente tras su mujer al corral y vio los dos cochinillos que habían llegado hasta allí aquel mismo día.
- ¿De donde han salido?
- Los he comprador en la plaza
- ¿Como los has pagado?
- Los fían hasta el agosto
- ¿Y con que los pagaremos en el agosto, si la cosecha no nos da ni para comer nosotros?
- Ten un poco de ilusión hombre, ya verás como nos las arreglamos y el año que viene podemos tener algo para mejor comer o algún dinerillo, yo me comprometo a trabajar un poco mas buscando con que hacerlos engordar.
- Mujer, tu verás lo que haces, pero no nos pongas en evidencia, ya estamos bastante jodidos como para que nos puedan salir pleitos.
Aquella noche la mujer haciendo un repelo de alacena “obsequió” a su marido con unas migas ruleras, eso si, pobres por ser producto del pan duro que había almacenado y algo de “pringue” sobrante en viejas jícaras que otrora contuvieron mejores condumios.
Y pasaron los días, las semanas, los meses, nada aquel año, aquel tiempo, fue diferente a como lo fue la añada precedente, por Junio ya se podía proveer que la cosecha cerealista no se esperaba muy buena, tampoco mala, solo “normalilla”, algo había llovido en aquella sementera, pero no lo suficiente ni en el tiempo en que mas favorece, pero en fin, si las nubes ahora no traicionaban con un aguacero que acamara la mies habría cosecha, cuya siega se retrasaría alguna semana por haberse iniciado los calores del verano un tanto tardío.
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Y como en nuestra sociedad cada uno va a lo suyo, y en lo monetario este afán es notoriamente más intenso, no habían llegado la festividad de la Virgen de Agosto, cuando el pregonero anunció la nueva estadía del comerciante de cerdos en la plaza Mayor, al oírlo, a Basilia le recorrió por el cuerpo un calambre, si alguien hubiera estado cerca de ella habría notado como su rostro se quedó lívido, desde aquel momento anduvo por su casucha como alma en pena, sin hacer nada útil no se dio un minuto de descanso, los minutos se le hacían eternos y su parálisis mental no reaccionaba.
¿Y el por qué de aquel trastorno de Basilia?.
Sencillamente no tenían ni un céntimo para poder pagar al tratante la deuda contraída.
¿Que hacer?
¿Le devuelvo los dos cerdos ya criados y crecidos?. Es verdad que aún están lejos de las quince arrobas esperadas en cada uno, pero por la mitad seguro que andaban. Pero ….. y lo gastado en pienso, el trabajo en buscarlo por los campos y montes, el sacrificio personal apartando posible comida de sus bocas.
¿Y si los vendo a otros y con ese dinero pago?,
A quienes se los ofreciera se percatarían del apuro y les darían cuatro perras chicas con lo que empeoraría incluso su situación.
¡Le pediré al tratante un aplazamiento! ¿Para que?. Todo el mundo dice que es muy formal, pero también muy exigente.
¡Santísimo Cristo de los Pastores …... Ayúdame!
Se sentó Basilia en su cocinilla y quiso poner su mente en blanco, su ultimo pensamiento fue algo así como ¡Lo que tenga que venir ya vendrá!
…...........
…...........
Y mientras, en la plaza Mayor, el tratante, aquel que en su momento le entregó los cerditos a Basilia, y le fió, recibía la visita de los restantes vecinos que también le habían adquirido en primavera lechones para su engorde domestico, los cuales tras los saludos de rigor, con las quejas de unos por que no tenían trazas de mucho engorde, y las satisfacciones de otros por lo contrario, al final todos satisfacían en billetes la cantidad fiada, estrechándose de nuevo la mano y despidiéndose hasta marzo o abril como todos los años.
Llegado el mediodía, cuando el calor y las moscas más insoportable hacían estar al aire libre, el tratante en la cabina del camión empezó a repasar el cumplimiento en el cobro de sus ventas de primavera, y tras la primera mirada cayó en la cuenta de un tal Abel y Basilia ¡No habían pagado!, para cerciorarse el hombre recontó el dinero que había recaudado y lo cotejó con las cifras anotadas en el cuaderno. La cosa estaba clara estos habían fallado, era la primera vez que le ocurría en Villarejo, pensó entonces que por la hora del día lo más prudente era recoger, y el camión, con su carga, ponerlo a la sombra en sitio seguro con el efectivo recaudado, así que lo trasladó al enorme zaguán de la posada de El Chato, para después comer y visitar a los deudores a los que de momento les empezaba a presuponer morosos.
Después de las faenas iniciales que se había propuesto el ganadero, comió en la posada, pidió una habitación que tuviera un lavabo y agua y algo de jabón, acabado el yantar subió con una maleta al cuarto que le habían reservado, se despojó de la ropa con la que había estado trabajando, se lavó con el agua fresca contenida en la jofaina, dejó abarcas y calzó botas de media caña con punta fina, mudó de camisa, vistiendo ahora una blanca, sin cuello, con pequeños botones negros, se enfundó chaqueta clásica bastante ajustada, se peinó su abundante y para ser varón larga cabellera sobre la que derramó unas gotas de brillantina y otras de colonia, finalmente sustituyó su gorra de visera por sombrero cordobés, dejó en el suelo su vara de manejar la piara y recogió su artísticamente trabajada fusta de cuero.
Los vecinos de Villarejo que habían dudado siempre si el tratante era payo o gitano, al verlo aquel día salir de la posada, aseado al modo de los más aristocráticos “calés”, las dudas quedaron totalmente disipadas y además se deshacía una creencia tópica, los gitanos no tienen por que ser trapisondistas, en su cultura, la palabra empeñada es sagrada.
Había quedado nuestra buen gitano, el tratante, con el pregonero en el casinillo del pueblo, junto a la posada, para tomar café, o una copichuela, lo que apeteciera, y que le acompañara a casa de Abel y Basilia, evidentemente no es que no supiera ir, es que ni siquiera, como era costumbre, había preguntado el domicilio, aunque es de hacer notar que por aquel entonces las calles tenían vecinos y por ellos se las conocía, por que placas con nombres de calles, ¿Para que?.
Aún lucia el Sol en altura cuando pregonero y tratante llegaron ante la puerta de