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VILLAREJO DE FUENTES: la imagen de la frondosidad de su copa, así como que...

la imagen de la frondosidad de su copa, así como que era un nido inmenso de orugas urticantes, que al pasar bajo el mismo tenias que tener el cuidado de evitar que sobre tu cuerpo cayera uno de estos bichos, so pena de andar rascándote largo tiempo.

Después de tan vana divagación regreso al tema principal, el caso es que el camión llegaba, descargaba sus entre veinte y cuarenta lechones de variopinto tamaño, color, raza, etc., que pululaban alrededor de puñado de grano que les echaba el tratante para que se entretuvieran hozando, al mismo tiempo que con su fina y flexible vara mantenía unida la piara evitando la escapada de algún animalillo, que aunque de parto reciente ya se desenvolvían con viveza.

Previamente el mercader había buscado en el Ayuntamiento o en las tabernas próximas al pregonero municipal, al cual le encargaban diera conocimiento a la población de que en la plaza Mayor se encontraba el camión con excelentes cerdos para crianza que podían elegir y pagar en la forma acostumbrada.

Al escuchar el pregón, desde todos los barrios del pueblo llegaban los vecinos a ver que traía aquel año, y algunos de ellos se decidían a la compra, la elección era sencilla, simplemente veían la piara y cada uno según su propio saber y entender cogía el que consideraba con mejores “trazas” de crecimiento y engorde, fantaseando en su imaginario las arrobas que pesaría el día de la matanza, allá cuando el invierno anuncie sus primeras heladas. El entendimiento de los paisanos no llegaba siquiera a distinguir si para el caso era mejor, blanco o negro, patilargas o paticortas, tampoco creo que el sexo de la bestiecilla influyera en su aprecio.

Cosa curiosa, hoy, nuestro país es un importante proveedor de carne fresca de cerdo a los ricos países centro-europeos, Alemania principalmente, la cual exige y paga más generosamente la carne de cerda que la de cerdo. ¡Ver para creer!.

Puestos de acuerdo el vecino adquirente en la pieza y en su precio, el pago del mismo generalmente quedaba aplazado como máximo hasta el mes de Agosto, y este fiado se realizaba sin papel ni firma alguna, el tratante simplemente anotaba en una libreta el nombre que le daba el comprador, en ocasiones solo el mote, y el precio acordado, ni siquiera la dirección, y un estrechón de manos sellaba con más fuerza que una Escritura Notarial la buen fe de la transacción. De una parte el tratante, garantizaba, de palabra por supuesto, y siempre la mantenía, la salud y buena raza del bicho y de otra el comprador aseguraba que pagaría su precio en el tiempo acordado.

Tras lo cual, algunos lechones sobre los brazos de sus adquirentes iniciaban el camino a corrales donde su crecimiento aseguraría a sus nuevos propietarios proteínas durante una temporada, y de otra el tratante calculaba la buena o mala marcha del negocio por las ventas del momento.

Hago un alto en el relato principal para hacer hincapié en el cumplimiento de la palabra que empeñaba el tratante, ya que en alguna ocasión los lechones vendidos enfermaban y por recomendación u orden del veterinario había que sacrificarlos, cuando esto ocurría bastaba la afirmación del comprador, aunque ofreciera el testimonio del veterinario local, para que le proveyera de un nuevo animal sin cargo alguno.

Vuelvo al relato principal, de lo que al comienzo dije que transcendió:

Vivía en aquel entonces en una muy vieja y humilde casa sita más hacia las afueras de la calle Mayor, por lo que hoy se conoce como el Camino Viejo de Cuenca, un matrimonio, pobre de solemnidad, compuesto por varón ya cuarentón, esclavo de arado, hoz y horca trabajando sin mas ayuda que dos aporreados borricos que ya dificultosamente soportaban uncirse al yugo del arado, los malos y escasos campos arrendados a la extravagante Doña Loli, (Este ultimo dato es un supuesto no confirmado, pero posible). El esqueleto del pobre campesino tenia que soportar calladamente arar, estercolar, sembrar, escardar, segar, trillar aventar y después …....... sin rechistar ….... entregar a la propiedad de las tierras buena parte del ralo producto sacado a las mismas, olvidando el o la latifundista que la renta recibida es el resultado del inhumano esfuerzo realizado bajo el helado cierzo o el sofocante solano.

El carácter, de quien os hablo, como la arcilla bien amasada por el alfarero, se había modelado a la vida callada ante la miseria e incluso el hambre, si sobre su mesa había comida, comía, si no la había, callaba, quizá en su juventud alguna vez levantara la voz reclamando alguna necesidad, pero en el tiempo que os cuento no se le conocía palabra alguna de reproche, amargura o necesidad, no era arisco, pero dejó de ser afable y solo se le veía salir de su casa camino de los campos que reclamaban su sudor, volver cabizbajo y agotado, abrevar su dos maltrechos asnos en la alberca del Pilar, correspondiendo con voz casi inaudible a los saludos de la vecindad con escuetos buenos días, o buenas tardes, sin desviar su mirada del suelo.

Ni su vecindad, tan pobre como él, ni el resto del pueblo tenia motivo alguno para cuestionar la honestidad y virilidad del varón de que hablo.

Desconozco su nombre de pila e incluso si se le había asignado un mote, como era casi tradición en el pueblo, así que por si fuera necesario identificarlo en lo sucesivo de este relato le adjudicaré el gentilicio ficticio de Abel

Y de ella os digo que había rebasado con largueza las treinta y tantas primaveras, aunque perdida ya la lozanía juvenil por el trabajo y las mil necesidades, aun conservaba una porte digna, no era fémina parlanchina, ni su hablar afilado, pero si posiblemente de respuestas oportunas, soportaba calladamente, sin quejas, la vida mísera y esforzada que le había tocado vivir, y nadie le oyó nunca ni una queja ni una maldición, igual que su hombre, ni en la vecindad ni el pueblo nunca dio motivos de critica o reproche hacia su conducta, fuera esta la estrictamente personal o matrimonial.

Y aquí me veo obligado a decir lo mismo que dije del marido, que desconozco el nombre de ella, tampoco se de apodo, así que la bautizo ficticiamente por si fuera precisa reconocerla más adelante como Basilia.

Quienes les conocían y los muy pocos vecinos con los que se había entablado amistad intima, aseguraban que el gobierno de aquella casa, sin imponerse ni haberse esforzado en arrebatárselo al varón, era cosa de la hembra, ella tenia que batallar en ocasiones con la arrendadora, con los fiados de los comerciantes, con el veterinario, con el herrero que afilaba el arado o el carpintero que reparaba el yugo, el astil o la trilla y sobre todo, procurar al menos poder poner sobre la mesa un plato de comida caliente al día, y tener a mano una gavilla de sarmientos los días invernales para soportar fríos inmensos de la esteparia Mancha.

Pero quiso el azar, que un día ella oyera el pregón anunciando la presencia del tratante de lo que antes he comentado, y en su cabeza comenzara a rebullir una y mil ideas sobre como aliviar un poquito sus penurias, especialmente las alimenticias, pues su dieta básica de gachas de harina de guija empezaba a ser insoportable, para ello pensó en como poder criar, y que hacer después cuando para San Martín los gorrinos estuvieran bien crecidos y cebados, con al menos quince arrobas cada uno. Porque …. sitio para las porquerizas tenían, les sobraba corral, bastaban cuatro piedras puestas por ella misma para guardarlos y aislarlos.

Y ¿Con que engordarlos? …... En la cámara de la casucha aún había tres costales de centeno que sin malicia habían hurtado al rentista dos sementeras anteriores en que el cielo fue generoso en lluvia y permitió mejor cosecha, además, ella tenia suficientes arrestos para salir al campo a por hierbas y matojos que sabia eran válidos como pienso, pensaba que de sus propias bocas podían sacrificarse un poco más y ese poco destinarlo al engorde, al año siguiente asegurarían un mejor condumio, incluso algo de dinero si de los dos cochinos uno lo vendían ya cebado, obteniendo dinero en efectivo, con ello se aseguraban algo de caudal y mejor pasar el invierno..

¿Y la matanza? ….. Pues para esto ¿No es tradición la ayuda vecinal?.

Ya veía la buena mujer sus ristras de rojos chorizos colgando del techo en la cocinilla curándose con el ahumado del lento quemar de la paja. Y en la cámara, en la parte más fría, bajo pesadas piedras, los cuatro jamones y los cuatro brazuelos prensándose embadurnados con el oloroso adobo de hierbas aromáticas propio de la típica curación conquense... ¿Y las pancetas? y el ¿Forro de cabeza? Y el ….....

La decisión estaba tomada, dos cochinillos ingresarían ese mismo día en el corral, había que bajar rápido a la plaza antes de que marcharan el tratante ¿Pero podrían pagarlos en Agosto? ¡Mira que si …..!,

¡Hay que intentarlo!

Se aseó la mujer lo mejor que pudo dentro de su humilde ajuar e inmediatamente bajó hasta la plaza Mayor, vio enseguida el rincón por donde pululaba la piara, se fijó en ella tratando de reconocer las dos piezas más grandes pensando que ello vaticinaba que igualmente seguirían creciendo y engordarían más, no se paró en pensar la conveniencia de machos o hembras, olvidando los riesgos del castrado de unos u otras, y sin otra reflexión dirigiéndose a quien por llevar vara en mano y estar apoyado en el camión le suponía el amo, le dijo.:

- Oiga por favor,... buenos días …. y por este y aquel ….. ¿Que me cobraría?

- Por ser usted señora ….... pesetas

- Pero usted los fía ¿Verdad?

- Mujer.. si usted es de fiar, pues si que los fio, pero yo y los míos somos muy