HAMBRE & HONOR
Lo que relato en esta historia, o al menos lo intento, ocurrió en el pueblo de mis ancestros, es decir en el manchego Villarejo de Fuentes.
De lo que por entonces transcendió pocos habrá ya que lo recuerden, a lo más los antañones con los setenta y algunos otoños cumplidos.
Decir ahora año exacto, la verdad es que lo veo totalmente imposible, no quedó prefijado en mi memoria y doy por cierto y seguro de que hoy tampoco en ninguna de los que intervinieron, y si aquello acarreó que hubiera que escribir papeles, a saber cual habrá sido el destino de los mismos después de tantos inviernos transcurridos.
Algo si quedó bien grabado en mis recuerdos, aunque otros épocas posteriores posiblemente a muchos le hayan aliviado este vestigio, os hablo de los años del hambre.
Que nadie se sonría después de leído el párrafo que precede, hubo un tiempo, no tan lejano, ya veis que aun quedamos testigos del mismo, en que conseguir el pan nuestro de cada día, incluso en pueblos agrarios proveedores de grano y carne a las grandes urbes, no era una rutina, era un milagro, la gente, toda la gente, pasábamos hambre, casi todos por falta del más humilde de los alimentos, a eso hoy le llamo yo ¡El hambre consciente!, y también casi todos por falta de cultura y luz en el horizonte, dejadme que le llame,! El hambre inconsciente ¡, pero bueno de esto ultimo no quiero hablar, lo haré solo de un caso, que escuché en mi mocedad sobre la primera de las necesidades no cubiertas. El hambre consciente.
Otra limitación que doy por supuesto me dispensareis, es la de citar nombres ciertos, tanto da si don el de pila, el apellido o el mote, no los recuerdo, posiblemente nunca los supe, en realidad tampoco importan.
En aquellos tiempos, por primavera aparecía por Villarejo un tratante de lechones, o posiblemente fuera criador, no lo sé, para el caso es lo mismo, incluso posiblemente fuera gitano integrado en un negocio de payos, y digo esto ultimo por que era proverbial el respeto a la palabra empeñada, ya que era muy alta la confianza que aquel comerciante depositaba en sus clientes, y por consiguiente esperaba que sus clientes correspondieran de igual forma.
Hablaré pues de un hombre curtido, que como decía, su palabra dada o recibida era sagrada, ahora que si me preguntáis como era aquel individuo, pues solo puedo decir que normal, yo personalmente no traté ni siquiera cruce conversación, pensad que era un niño.
Debo advertir también que hablo mayormente de oídas, aunque algunas pocas cosas también fueron vistas y/o vividas.
El caso es que el comerciante de lechones llegaba con sus tan destartalado como oloroso camión al pueblo, solían aparcarlo en la Plaza Mayor, en la esquina más cercana a las portadas de la casa de “La Cangreja”, en el rincón donde se alzaba un árbol de enorme tronco, que ignoro si aún existe, como también ignoro de que variedad es o era, por recordar algo del mismo, de aquel tiempo no llega mi memoria más que a recuperar
Lo que relato en esta historia, o al menos lo intento, ocurrió en el pueblo de mis ancestros, es decir en el manchego Villarejo de Fuentes.
De lo que por entonces transcendió pocos habrá ya que lo recuerden, a lo más los antañones con los setenta y algunos otoños cumplidos.
Decir ahora año exacto, la verdad es que lo veo totalmente imposible, no quedó prefijado en mi memoria y doy por cierto y seguro de que hoy tampoco en ninguna de los que intervinieron, y si aquello acarreó que hubiera que escribir papeles, a saber cual habrá sido el destino de los mismos después de tantos inviernos transcurridos.
Algo si quedó bien grabado en mis recuerdos, aunque otros épocas posteriores posiblemente a muchos le hayan aliviado este vestigio, os hablo de los años del hambre.
Que nadie se sonría después de leído el párrafo que precede, hubo un tiempo, no tan lejano, ya veis que aun quedamos testigos del mismo, en que conseguir el pan nuestro de cada día, incluso en pueblos agrarios proveedores de grano y carne a las grandes urbes, no era una rutina, era un milagro, la gente, toda la gente, pasábamos hambre, casi todos por falta del más humilde de los alimentos, a eso hoy le llamo yo ¡El hambre consciente!, y también casi todos por falta de cultura y luz en el horizonte, dejadme que le llame,! El hambre inconsciente ¡, pero bueno de esto ultimo no quiero hablar, lo haré solo de un caso, que escuché en mi mocedad sobre la primera de las necesidades no cubiertas. El hambre consciente.
Otra limitación que doy por supuesto me dispensareis, es la de citar nombres ciertos, tanto da si don el de pila, el apellido o el mote, no los recuerdo, posiblemente nunca los supe, en realidad tampoco importan.
En aquellos tiempos, por primavera aparecía por Villarejo un tratante de lechones, o posiblemente fuera criador, no lo sé, para el caso es lo mismo, incluso posiblemente fuera gitano integrado en un negocio de payos, y digo esto ultimo por que era proverbial el respeto a la palabra empeñada, ya que era muy alta la confianza que aquel comerciante depositaba en sus clientes, y por consiguiente esperaba que sus clientes correspondieran de igual forma.
Hablaré pues de un hombre curtido, que como decía, su palabra dada o recibida era sagrada, ahora que si me preguntáis como era aquel individuo, pues solo puedo decir que normal, yo personalmente no traté ni siquiera cruce conversación, pensad que era un niño.
Debo advertir también que hablo mayormente de oídas, aunque algunas pocas cosas también fueron vistas y/o vividas.
El caso es que el comerciante de lechones llegaba con sus tan destartalado como oloroso camión al pueblo, solían aparcarlo en la Plaza Mayor, en la esquina más cercana a las portadas de la casa de “La Cangreja”, en el rincón donde se alzaba un árbol de enorme tronco, que ignoro si aún existe, como también ignoro de que variedad es o era, por recordar algo del mismo, de aquel tiempo no llega mi memoria más que a recuperar