Como ya he comentado, nuestro entrañable artesano había concluido la restauración de arriba abajo y de pe a pa del retablo, dejándolo todo con la elegancia y lucidez de un San Luis. Después de revisado y obtenida la anuencia del cura párroco, este lanzó un pregón anunciando que después de tantos años la joya plateresca del pueblo, cuyo valor era infinito, gracias a la generosidad de Doña Mencía, volvía a lucir como en los días de su estreno y que como acción de gracias la misa mayor del siguiente domingo seria cantada y concelebrada con otros dos sacerdotes de pueblos limítrofes.
Ni que decir tiene que la pregonada misa mayor cantada y concelebrada fue todo un éxito, acudieron todos los vecinos, fueran estos cristianos viejos, tibios o agnósticos, después de muchos años de misas con escasa concurrencia aquella hizo llenar todo el templo, se dijo que había acudido todo el pueblo, sin excepción, y también forasteros venidos por la divulgación, con algo de envidia, de la feliz restauración, por sus respectivos curas.
Pero ….. guardar el secreto de un tesoro …... es mucho guardar ….... así que ….. a la señá Genera, el secreto le removía las tripas, y pasando de la mayor euforia al más hondo abatimiento, acabó confesandolo todo a su marido, añadiendo por cierto algo de su propia cosecha, sin mermar nada de cuanto le había contado el restaurador, y la cosa no quedó ahi, por que el pueblo era pequeño y no precisamente rico ….. así que un tesoro …... que además en justicia era de todos, por que la iglesia era del pueblo, está bien que el cura o el obispo se llevan una parte como el que más, pero que era del pueblo ¿Quien lo podía dudar?, pues si surgió una duda ¿Tenían el mismo derecho los que acudían a todos los actos religiosos?. o ¿En el reparto había que tener en cuenta la asiduidad y devoción a los actos religiosos?
Con estos dimes y diretes en la mente, el marido de la señá Genera, se fue aquel domingo por la tarde a su café y partidilla en la taberna y allí primero con sus amigos de mayor confianza y después casi en plan mitin, de boca en boca corrió, amañada al gusto de cada uno, la noticia sobre la existencia de un fabuloso tesoro romano bajo la losa del suelo de la iglesia.
El paso siguiente es que el propio marido de la señá Genera y cuatro o cinco amigos más se fueron cara al sacristán y le exigieron las llaves del templo, como nos las obtuvieron por las buenas, los bastones se alzaron y alguno descargó en las espaldas del acólito, de todo ello el alcalde y el secretario municipal tomaron parte en el asunto, al fin de cuentas eran las autoridades, aunque sus primeras ordenes, que en este caso y por excepción fueron cumplidas a rajatabla, es no decir absolutamente nada en el cuartelillo de la guardia civil ¡Hay de aquel que se fuera de la lengua!
¿Y en cuanto al cura? Pues mira por donde aquel domingo nada mas acabar la tan celebrada, mística y festiva, misa mayor, se presentaron en la sacristía antes de concluir la recogida de los ropajes litúrgicos, dos capataces de prohombres de la villa diciéndole al cinegético cura que el monte de sus preferencias estaba aquel día a su disposición con diez buenos ojeadores rejuntando las abundantes bandadas de perdices que aquel año habían anidado por aquellos contornos. ¡Que casualidad!
Así que según me contaron, con el alcalde a la cabeza y un nutrida tropa de vecinos armados con picos y palas siguiéndole, y las mujeres jaleandoles, con las llaves de la iglesia en la mano, entraron en la misma y directamente sin santiguamiento alguno con agua bendita, ni genuflexión ante el altar mayor, se dirigieron a la losa que no había sido movida en al menos doscientos años y los mozos más robustos con los bíceps al aire y las venas del cuello hinchadas a reventar pugnaban inútilmente por remover el pedrusco.
Me aseguran que la seña Genera al frente de otras féminas animaba a la tropa con gritos de ¡FUERZA! ¡FUERZA!, que abajo está el romano, hasta que después de sus buenas dos horas de clamor, juramentos y sudor a chorros, no solo arrancaron la losa, si no que antes medio suelo del templo saltó de su sitio hecho añicos, parecía que la iglesia se venia abajo, poco más y se hubiera necesitado una reconstrucción integra, pero buenos estaban los ánimos, ¿O la avaricia? Para fijarse en le destrozo.
La sima acababa de de abrirse a los pies de los presentes, el más valiente, o más codicioso, se hizo atar una soga a la cintura y se deslizó, con la opinión de los testigos de que pese a todo lo hacia con el suficiente temor como para murmurar un Credo y Padrenuestro mientras descendía. No duró mucho la bajada, sobró mucha soga, la cabeza del primer voluntario estaba a la vista cuando sus pies tocaron fondo.
Desde arriba, voces ansiosas le preguntaba insistentemente ¿Que ves?
Y el buen mozo, según parece, se agitaba en aquella lobreguez sin encontrar otra cosa que montones de paja en putrefacción en medio de un hedor insufrible.
- ¡Busca! … ¡Rediez Busca! - Le gritaban desde el piso de la iglesia, formando un cuadro de cabezas alrededor del hoyo abierto, pero el envalentonado y en trance de decepcionado explorador solo recogía coscorrones en su afán de saber en donde y con que estaba. Impacientes los de arriba animaron a otros mozos a bajar, acusando de torpeza al primero, pero al fin todos, tuvieron que convencerse de aquel agujero no tenia salida alguna.
Toda la tropa con sus autoridades, en esta ocasión disimuladas en las ultimas filas, se retiró mohína, cabizbaja y encorajinada en medio de la rechifla, cachondeo y pitorreo de los chicuelos a los que se les había prohibido bajo pena de severas represiones el estar presentes en el descubrimiento del tesoro romano.
Para colmo de mala suerte, cuando el cura, ignorante del desaguisado, volvió a la iglesia y vio el destrozo, se puso todo lo furioso que se puede contar sobre el comportamiento de un clérigo en ejercicio de su misión pastoral, su primera intención fue la excomulgar a todo el vecindario por sacrílego, sellar el templo, renunciar a impartir los sacramentos …..... pero al final todo volvió a sus cauces cuando una comisión de los exploradores de la tumba romana se ofrecieron voluntariamente a pagar a sus expensas todos los desperfectos.
En cuanto a nuestro inefable maestro restaurador me dicen que nunca más volvió por Villa-Lejos del Soto, y que incluso para un pequeño desperfecto, banal pero desperfecto al fin de cuentas, detectado en el retablo, el pueblo decidió que se llamara y se pagaran los elevados estipendios de un artista de Madrid, antes que volver a ver por allí a aquel buen hombre que para quitarse de encima a la poco prudente señá Genera les embromó de tal forma.
También me aseguran que le preguntaron una vez a quien de tanto hablo.:
- ¿Y no se ha encontrado usted nunca con nadie de este pueblo?
- Pues sinceramente si que me encontrado por estos pueblos manchegos con mas de uno de los vecinos chasqueados, que aseguran que el suceso lo encontraron muy gracioso, y que ellos presumiéndose la jugarreta, ya se quedaron de curiosos en la puerta de la iglesia, y al final siempre terminan la conversación invitándome a ir allí y degustar un lechazo o lo que mejor pida el paladar ese día …..... Aunque yo la verdad prefiero ante tan angelical manifestación poner la suficiente tierra por medio para que no me alcance nunca un lluvia de perdigones bien apuntadas.
Fin
Ni que decir tiene que la pregonada misa mayor cantada y concelebrada fue todo un éxito, acudieron todos los vecinos, fueran estos cristianos viejos, tibios o agnósticos, después de muchos años de misas con escasa concurrencia aquella hizo llenar todo el templo, se dijo que había acudido todo el pueblo, sin excepción, y también forasteros venidos por la divulgación, con algo de envidia, de la feliz restauración, por sus respectivos curas.
Pero ….. guardar el secreto de un tesoro …... es mucho guardar ….... así que ….. a la señá Genera, el secreto le removía las tripas, y pasando de la mayor euforia al más hondo abatimiento, acabó confesandolo todo a su marido, añadiendo por cierto algo de su propia cosecha, sin mermar nada de cuanto le había contado el restaurador, y la cosa no quedó ahi, por que el pueblo era pequeño y no precisamente rico ….. así que un tesoro …... que además en justicia era de todos, por que la iglesia era del pueblo, está bien que el cura o el obispo se llevan una parte como el que más, pero que era del pueblo ¿Quien lo podía dudar?, pues si surgió una duda ¿Tenían el mismo derecho los que acudían a todos los actos religiosos?. o ¿En el reparto había que tener en cuenta la asiduidad y devoción a los actos religiosos?
Con estos dimes y diretes en la mente, el marido de la señá Genera, se fue aquel domingo por la tarde a su café y partidilla en la taberna y allí primero con sus amigos de mayor confianza y después casi en plan mitin, de boca en boca corrió, amañada al gusto de cada uno, la noticia sobre la existencia de un fabuloso tesoro romano bajo la losa del suelo de la iglesia.
El paso siguiente es que el propio marido de la señá Genera y cuatro o cinco amigos más se fueron cara al sacristán y le exigieron las llaves del templo, como nos las obtuvieron por las buenas, los bastones se alzaron y alguno descargó en las espaldas del acólito, de todo ello el alcalde y el secretario municipal tomaron parte en el asunto, al fin de cuentas eran las autoridades, aunque sus primeras ordenes, que en este caso y por excepción fueron cumplidas a rajatabla, es no decir absolutamente nada en el cuartelillo de la guardia civil ¡Hay de aquel que se fuera de la lengua!
¿Y en cuanto al cura? Pues mira por donde aquel domingo nada mas acabar la tan celebrada, mística y festiva, misa mayor, se presentaron en la sacristía antes de concluir la recogida de los ropajes litúrgicos, dos capataces de prohombres de la villa diciéndole al cinegético cura que el monte de sus preferencias estaba aquel día a su disposición con diez buenos ojeadores rejuntando las abundantes bandadas de perdices que aquel año habían anidado por aquellos contornos. ¡Que casualidad!
Así que según me contaron, con el alcalde a la cabeza y un nutrida tropa de vecinos armados con picos y palas siguiéndole, y las mujeres jaleandoles, con las llaves de la iglesia en la mano, entraron en la misma y directamente sin santiguamiento alguno con agua bendita, ni genuflexión ante el altar mayor, se dirigieron a la losa que no había sido movida en al menos doscientos años y los mozos más robustos con los bíceps al aire y las venas del cuello hinchadas a reventar pugnaban inútilmente por remover el pedrusco.
Me aseguran que la seña Genera al frente de otras féminas animaba a la tropa con gritos de ¡FUERZA! ¡FUERZA!, que abajo está el romano, hasta que después de sus buenas dos horas de clamor, juramentos y sudor a chorros, no solo arrancaron la losa, si no que antes medio suelo del templo saltó de su sitio hecho añicos, parecía que la iglesia se venia abajo, poco más y se hubiera necesitado una reconstrucción integra, pero buenos estaban los ánimos, ¿O la avaricia? Para fijarse en le destrozo.
La sima acababa de de abrirse a los pies de los presentes, el más valiente, o más codicioso, se hizo atar una soga a la cintura y se deslizó, con la opinión de los testigos de que pese a todo lo hacia con el suficiente temor como para murmurar un Credo y Padrenuestro mientras descendía. No duró mucho la bajada, sobró mucha soga, la cabeza del primer voluntario estaba a la vista cuando sus pies tocaron fondo.
Desde arriba, voces ansiosas le preguntaba insistentemente ¿Que ves?
Y el buen mozo, según parece, se agitaba en aquella lobreguez sin encontrar otra cosa que montones de paja en putrefacción en medio de un hedor insufrible.
- ¡Busca! … ¡Rediez Busca! - Le gritaban desde el piso de la iglesia, formando un cuadro de cabezas alrededor del hoyo abierto, pero el envalentonado y en trance de decepcionado explorador solo recogía coscorrones en su afán de saber en donde y con que estaba. Impacientes los de arriba animaron a otros mozos a bajar, acusando de torpeza al primero, pero al fin todos, tuvieron que convencerse de aquel agujero no tenia salida alguna.
Toda la tropa con sus autoridades, en esta ocasión disimuladas en las ultimas filas, se retiró mohína, cabizbaja y encorajinada en medio de la rechifla, cachondeo y pitorreo de los chicuelos a los que se les había prohibido bajo pena de severas represiones el estar presentes en el descubrimiento del tesoro romano.
Para colmo de mala suerte, cuando el cura, ignorante del desaguisado, volvió a la iglesia y vio el destrozo, se puso todo lo furioso que se puede contar sobre el comportamiento de un clérigo en ejercicio de su misión pastoral, su primera intención fue la excomulgar a todo el vecindario por sacrílego, sellar el templo, renunciar a impartir los sacramentos …..... pero al final todo volvió a sus cauces cuando una comisión de los exploradores de la tumba romana se ofrecieron voluntariamente a pagar a sus expensas todos los desperfectos.
En cuanto a nuestro inefable maestro restaurador me dicen que nunca más volvió por Villa-Lejos del Soto, y que incluso para un pequeño desperfecto, banal pero desperfecto al fin de cuentas, detectado en el retablo, el pueblo decidió que se llamara y se pagaran los elevados estipendios de un artista de Madrid, antes que volver a ver por allí a aquel buen hombre que para quitarse de encima a la poco prudente señá Genera les embromó de tal forma.
También me aseguran que le preguntaron una vez a quien de tanto hablo.:
- ¿Y no se ha encontrado usted nunca con nadie de este pueblo?
- Pues sinceramente si que me encontrado por estos pueblos manchegos con mas de uno de los vecinos chasqueados, que aseguran que el suceso lo encontraron muy gracioso, y que ellos presumiéndose la jugarreta, ya se quedaron de curiosos en la puerta de la iglesia, y al final siempre terminan la conversación invitándome a ir allí y degustar un lechazo o lo que mejor pida el paladar ese día …..... Aunque yo la verdad prefiero ante tan angelical manifestación poner la suficiente tierra por medio para que no me alcance nunca un lluvia de perdigones bien apuntadas.
Fin