Feliz de haber alimentado a su prole, subió muy ágilmente al
arbol, olió el aire, se estiró satisfecha y siguió, como siempre, ese ritmo pendular que la caracteriza.
Barrió con su mirada la vasta planicie de su territorio hasta llegar a donde yacían sus pequeñuelos, durmiendo unos encima de otros en revuelta armonía.