El granjero, que apareció en aquel preciso instante, vio lo que sucedía y, recogiendo un puñado de
piedras, comenzó a apedrear a los niños, con tiros bien dirigidos. Cuando las piedras lastimaron sus desnudas piernas, los niños se echaron a llorar de dolor y suplicaron al granjero que no les tirara más.
- ¿Por qué he de detenerme? -replicó él-. ¿Os habéis detenido vosotros cuando apedreabais a las ranas?
Luego hizo una pausa y agregó, sabiamente:
- ¡Ya lo veis! Lo que divierte a unos, puede
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