La
boda de Enrique VIII y Catalina de
Aragón (hija de los reyes católicos), había sellado la alianza entre ambas naciones, tradicionalmente enfrentadas a
Francia.
Su boda había sido un gran éxito, y durante 15 años fueron
felices, sin embargo de su unión no había nacido un hijo varón, objetivo primordial de cualquier boda real para así asegurar la dinastía. Solo había nacido una niña: la futura María Tudor.