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Foto enviada por IR

Nunca se supo quienes habían sido sus padres ni el motivo de su aislamiento en el bosque, tampoco se supo nunca como pudo sobrevivir él solo, sin ayuda, o si fue auxiliado por algún animal. Víctor se llevó todas esas respuestas a la tumba, tal vez fuera mejor así.
Víctor pudo andar erguido y hablar, expresándose con mediana corrección, pero nunca pudo integrarse con sus congéneres. Tenía un errático e impredecible, sobre todo en presencia femenina, que no pudo controlar todo el tiempo que vivió. Permaneció en el sanatorio internado durante el resto de su vida, hasta que murió cuando contaba con unos 40 años.
El doctor Itard continuó tratando a Víctor, intentando que pudiera hablar e insertarse en la sociedad, pero sus enormes esfuerzos solo fueron recompensados a medias.
No andaba erguido, sino en una extraña combinación de cuatro, tres o incluso dos patas en ocasiones, pero siempre encorvado. Extrañamente, no parecía oír los ruidos fuertes pero podía escuchar sonidos apenas audibles para otras personas, como pasos lejanos o corrientes de aire. Además observó un ensimismamiento fuera de lo normal, causado posiblemente por la falta absoluta de contacto humano anterior.
Después de estudiar a Víctor, llegó a la conclusión que tendría unos 10 u 11 años, que no tenía deformación física significativa o retraso mental evidente, pero que sí padecía extraños comportamientos de origen adaptativo.
Este se ocupó de su caso, comprobando que no se trataba de un retrasado, como habían pensado, sino de un niño que no había tenido ningún contacto con la civilización. Así, lo primero que hizo fue ponerse un nombre, pues el niño no articulaba ni media palabra. Le llamó Víctor.
Asustados, pues por entonces todavía se creía en la existencia de brujas o duendes, lo entregaron a las autoridades, que después de un análisis, determinaron que se trataba de un retrasado mental, motivo por el que lo trasladaron a un Instituto en París dedicado al cuidado de niños por problema de retraso mental o disminución física. Allí se encontró por primera vez con el doctor Itard.
En el año 1800, unos campesinos franceses capturaron en un espeso bosque de su localidad a un pequeño ser con aspecto humano, muy sucio y agresivo, que no decía ni una sola palabra, solo articulaba gruñidos.
Únicamente Víctor, así es como conocemos al desdichado niño que ha pasado a la historia como “el niño salvaje”. Su experiencia fue lo que el ser humano considera “el experimento prohibido”, o la respuesta a la eterna pregunta de si el hombre es bueno o malo por naturaleza. Pues por desgracia, Víctor brindó la posibilidad de estudiar que le sucede a un ser humano cuando se le aparta de la sociedad civilizada desde su nacimiento: ¿en que nos convertiríamos?.
Víctor, el niño salvaje.
Su entierro fue uno de los momentos más solemnes y emotivos de la historia de la realeza europea durante el siglo XX.
Gracias a eso, Zita pudo regresar a Viena al menos para despedirse del pueblo que en su día la aclamó
A su muerte, casi toda la realeza europea acudió al entierro, que se celebró solemnemente en Viena.
Su exilio había acabado pocos años antes, gracias a la intervención del rey Juan Carlos I de España, a través de conversaciones con las autoridades de la República Austriaca.
Después de este tiempo continuó su vida errante, siempre intentando dar un futuro a su hijos. Finalmente ingresó en un convento, y allí esperó la muerte, que llegó en 1989.
Acudió en su ayuda el rey de España, Alfonso XIII, que acogió a Zita y a sus hijos en una villa del País Vasco: Lequeitio, donde estuvieron residiendo aproximadamente unos diez años.