Antonio les dijo entonces: señores, nadie se agravie, los pajarillos no marchan hasta que yo se lo mande.
Acudió el señor obispo con grande acompañamiento, quedando todos confusos al ver tan grande portento.
El hijo le contestó: padre, no tenga cuidado, que para que no hagan daño, todos los tengo encerrados.
Mientras que yo estoy en Misa gran cuidado has de tener, mira que los pajarillos todo lo echan a perder.
Por la mañana un domingo, como siempre acostumbraba, se marchó su padre a Misa, cosa que nunca olvidaba.
Su padre era un caballero cristiano, honrado y prudente, que mantenía su casa con el sudor de su frente.