San Antonio pertenecia a la orden franciscana de San Francisco de Asis. Carlos III, monarca de Nápoles y más tarde de España, fue tal vez el mayor impulsor del arte belenista, y empleó a grandes artistas para hacer piezas preciosistas de tamaños pequeños, al estilo de la cerámica de Capodimonte. Pronto, sobre todo en Italia, empezó a llegar la moda a las casas populares. Entonces, en la humildad del hogar, nació un arte que utilizó sencillas piezas de barro, paja o madera para construir sencillos belenes, de un carácter ingenuista, más creativo en lo que se refiere a los materiales que a los personajes. A partir del siglo XIII, los beatos, Libros de Horas, tímpanos de las igesias, retablos y capitales, presentaron una innumerable cantidad de representaciones de la Natividad, con los distintos personajes del Belén. Los franciscanos –herederos San Francisco- fueron los primeros impulsores de la devoción. Ya en aquella época, en monasterios y palacios nobles se empezaron a hacer representaciones escenográficas del Belén, con sus piezas clásicas.