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Nunca se supo quienes habían sido sus padres ni el motivo de su aislamiento en el bosque, tampoco se supo nunca como pudo sobrevivir él solo, sin ayuda, o si fue auxiliado por algún animal. Víctor se llevó todas esas respuestas a la tumba, tal vez fuera mejor así.
Víctor pudo andar erguido y hablar, expresándose con mediana corrección, pero nunca pudo integrarse con sus congéneres. Tenía un errático e impredecible, sobre todo en presencia femenina, que no pudo controlar todo el tiempo que vivió. Permaneció en el sanatorio internado durante el resto de su vida, hasta que murió cuando contaba con unos 40 años.
El doctor Itard continuó tratando a Víctor, intentando que pudiera hablar e insertarse en la sociedad, pero sus enormes esfuerzos solo fueron recompensados a medias.
No andaba erguido, sino en una extraña combinación de cuatro, tres o incluso dos patas en ocasiones, pero siempre encorvado. Extrañamente, no parecía oír los ruidos fuertes pero podía escuchar sonidos apenas audibles para otras personas, como pasos lejanos o corrientes de aire. Además observó un ensimismamiento fuera de lo normal, causado posiblemente por la falta absoluta de contacto humano anterior.
Después de estudiar a Víctor, llegó a la conclusión que tendría unos 10 u 11 años, que no tenía deformación física significativa o retraso mental evidente, pero que sí padecía extraños comportamientos de origen adaptativo.