Una vez hecho esto, repudió a Catalina, la encarceló y desheredó a la pequeña María. Felices, Ana y Enrique se casaron en 1533, con honores reales y con Ana esperando un hijo. Era su triunfo absoluto. Sin embargo, el pueblo no era tan estúpido y se mostró frio con Ana, considerando a Catalina como legítima soberana.