Con gran maestría logró imponer sus tesis moderadas frente a los teólogos tradicionalistas, así como frente a los radicales. En ellas apuntaba a la existencia de dos verdades: la de la razón, defendida por Aristóteles y la de la fe, argumentada por la iglesia y la Biblia. Ambas según Santo Tomas eran independientes, y no se excluían la una a la otra.