Otro de los motivos más importantes de los cambios climáticos a largo plazo, no muy bien estudiado, se debe a las modificaciones de la ubicación de los continentes, islas y de las dorsales submarinas que explica la teoría de la deriva continental o, con mayor propiedad, la teoría de la tectónica de placas. En efecto, la existencia de ricas minas de carbón en las islas Svalbard o Spitsbergen, ubicadas en pleno océano Ártico donde ahora no existe prácticamente vegetación, nos enseñan que en el pasado geológico este archipiélago se encontraba ubicado en unas latitudes mucho más bajas. Por el contrario, el levantamiento de la dorsal centroamericana que vino a crear un puente entre América del Norte y del Sur que no existía hace unos 50.000 años vino a ser una bendición para los países europeos, ya que las aguas cálidas del Caribe y del Golfo de México, que antes atravesaban por varias partes el actual istmo centroamericano hacia el océano Pacífico, dio origen a un circuito que regresa y desvía dichas aguas a través de las Antillas y las costas orientales de los Estados Unidos, por medio de lo que se conoce como Corriente del Golfo que, evidentemente, no existía antes. Así, el enorme glaciar escandinavo que cubría el norte de Europa durante el Pleistoceno comenzó a fundirse debido a la enorme cantidad de calor que traslada dicha corriente ([1]).